A lo largo de la Historia, numerosos gobernantes han caído en el error de creer que cuanto mayor sea su fuerza militar, mayor será su seguridad. Donald Trump, insistente en su reciente Estrategia de Seguridad Nacional (ESN), es el último en sumarse a esta tradición de líderes que confunden la potencia bélica con la paz duradera. Mientras busca proyectarse como pacificador global, convierte el Pentágono en un Departamento de Guerra y declara su intención de mantener “el ejército más poderoso y competente del mundo” como pilar fundamental para proteger los intereses estadounidenses. Este enfoque se traduce en un presupuesto de defensa de más de 900.000 millones de dólares para el próximo año fiscal, a la espera de la aprobación final del Senado.
Sin embargo, la historia demuestra que lo que Estados Unidos define como paz suele ser la preservación de un statu quo del que ha sido el principal beneficiario durante décadas. La Pax Americana, recientemente declarada finiquitada por el canciller alemán Friedrich Merz, es un modelo de relaciones diseñado para consolidar la hegemonía de Washington. Por eso, la afirmación de la ESN de que “los días en que Estados Unidos sostenía por sí solo el orden mundial como Atlas han quedado atrás” resulta grandilocuente y cínica al mismo tiempo.
La falacia del poder militar
Todos los Estados tienen derecho a proteger sus intereses de seguridad, normalmente mediante Fuerzas Armadas. No obstante, la apuesta militarista de Trump ignora el valor del poder blando (comercial, cultural, diplomático y humanitario), que atrae aliados, reduce confrontaciones y fortalece la influencia global sin recurrir a la fuerza.
Ejemplos recientes incluyen la guerra arancelaria o la eliminación de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), decisiones que no solo afectaron a economías extranjeras y civiles inocentes, sino que también erosionaron la influencia de EEUU en regiones estratégicas. La lección es clara: ni siquiera el ejército más avanzado garantiza la seguridad frente a amenazas híbridas, convencionales o nucleares, y mucho menos frente a desafíos no militares como el terrorismo internacional, el crimen organizado o la crisis climática.
Escudos antimisiles y carrera nuclear
La decisión de desplegar sistemas como el escudo antimisiles “Cúpula Dorada” refleja la ilusión de invulnerabilidad. Mientras busca protegerse de amenazas nucleares, estimula la proliferación de nuevas armas, especialmente por parte de Rusia y otras potencias emergentes. El resultado es un ciclo de inseguridad en el que cada intento de reforzar la defensa militar produce más tensión y competencia armamentística, sin abordar los riesgos no convencionales que desafían la seguridad global.
UE, víctima del unilateralismo estadounidense
Otro error estratégico de la ESN es la postura hacia la Unión Europea, el socio con el que EEUU comparte valores, principios e intereses. En lugar de reforzar los lazos atlánticos frente al ascenso de China y otros actores globales, los mensajes de Trump y sus delegados hacia Europa resultan hostiles o inamistosos, comprometiendo la cooperación transatlántica en momentos en que la cohesión es más necesaria que nunca.
Peor aún, algunos Estados europeos parecen imitar el modelo estadounidense con planes de rearme nacionalista, que tensionan las finanzas públicas y debilitan el Estado de bienestar, sin ofrecer ventajas estratégicas claras. El resultado es un escenario global más fragmentado y conflictivo, donde la hegemonía estadounidense se ve erosionada y las alianzas tradicionales se ponen a prueba.