Trump sacude Oriente Medio con una ocurrencia que irrita a Israel e Irán

Donald Trump sacude el tablero geopolítico ofreciendo una inesperada paz a Irán desde Jerusalén. Un gesto que desconcierta a Israel, irrita a Teherán y redefine el equilibrio de poder en Oriente Medio

19 de Octubre de 2025
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Trump sacude Oriente Medio
Trump en el Parlamento de Israel | Foto: The White House

Donald Trump nunca ha sido un presidente convencional, y su segunda administración no ha hecho nada por cambiar esa percepción. Durante su reciente gira por Oriente Medio, envuelta en fanfarria y autopromoción, el mandatario estadounidense sorprendió incluso a sus más cercanos aliados: desde la tribuna de la Knéset, en Jerusalén, ofreció una “rama de olivo” a Irán, el archienemigo del Estado de Israel. “Sería fantástico que hiciéramos la paz con ellos. ¿No sería genial?”, dijo ante legisladores israelíes visiblemente incómodos.

En un momento en que el mundo celebraba el frágil alto el fuego entre Israel y Hamás, Trump proyectó una ambición aún mayor: reconciliar a Washington, Jerusalén y Teherán, tres polos de una región acostumbrada a la desconfianza. Pero su gesto, tan improbable como teatral, revela más sobre la lógica de su diplomacia que sobre la posibilidad real de un acuerdo histórico.

Diplomacia de instinto

En su declaración, Trump insinuó que el fin de más de cuatro décadas de hostilidad con Irán dependería de un precio claro: que Teherán dejara de financiar a grupos militantes como Hamás y Hezbolá y “reconociera el derecho de Israel a existir”. En la superficie, fue una exhortación a la paz; en la práctica, una exigencia de rendición.

No sorprende que la respuesta iraní haya sido de hielo. A apenas unos días de la invitación (extendida para una cumbre improvisada en Sharm el-Sheikh), el canciller Abbas Araghchi anunció públicamente el rechazo, recordando los ataques estadounidenses a las instalaciones nucleares de Fordow e Isfahán y la muerte del general Qasem Soleimani en 2020. “No podemos interactuar con quienes han atacado al pueblo iraní y continúan sancionándonos”, escribió.

En Teherán, el gesto de Trump fue recibido no como una oferta de reconciliación, sino como un acto de provocación. Los líderes iraníes, endurecidos por décadas de sanciones y traiciones percibidas, interpretan cada acercamiento estadounidense como una trampa. Y en el clima actual, con las negociaciones nucleares suspendidas y las heridas de la reciente guerra en Gaza aún abiertas, cualquier insinuación de diálogo se percibe como una maniobra de distracción.

La política del riesgo

Trump se ve a sí mismo como un negociador nato, alguien que puede transformar crisis en oportunidades con un golpe de intuición. Su acercamiento a Corea del Norte en 2018 le sirve de precedente. Pero en el caso de Irán, la analogía falla. La República Islámica, a diferencia del régimen norcoreano, combina una ideología profundamente antiestadounidense con un aparato político complejo y una red regional de aliados armados.

El presidente estadounidense parece apostar a que el desgaste interno del régimen iraní (golpeado por protestas contra las leyes del hiyab, sanciones persistentes y un liderazgo anciano encabezado por el ayatolá Ali Jamenei) podría abrir grietas que faciliten un diálogo. Analistas geopolíticos sugieren que la invitación de Trump podría estar diseñada precisamente para avivar divisiones en la élite iraní, tradicionalmente monolítica en su hostilidad hacia Washington. Cada vez más, según los analistas, hay voces dentro del régimen que se preguntan: ‘¿Por qué no hablar con Trump?’.

Si esa fue la intención, la maniobra podría ser astuta. Pero también es arriesgada. En ausencia de una estrategia coherente o una diplomacia sostenida, estas provocaciones pueden reforzar a los sectores más duros en Teherán, consolidando su narrativa de que Estados Unidos sigue siendo el enemigo esencial.

Lógica de la confrontación

En la práctica, el resultado más probable no es la paz, sino una nueva ronda de tensiones. Para Teherán, la conclusión lógica del bombardeo estadounidense del verano es clara: no se puede confiar en Washington. La consecuencia previsible será una carrera por fortalecer las defensas internas y reactivar discretamente su programa nuclear, bajo la premisa de que la disuasión, y no la diplomacia, garantiza la supervivencia.

En Washington, mientras tanto, la administración Trump parece convencida de que Irán está debilitado y que puede obtener más que un nuevo acuerdo nuclear: su reconocimiento de Israel y la retirada de su influencia regional. Esta visión maximalista (una capitulación más que una negociación) solo aumenta las probabilidades de un nuevo ciclo de confrontación.

La trampa del simbolismo

La política exterior de Trump opera en gran medida a través de gestos, no de procesos. Los anuncios dramáticos (ya sea un arancel, una cumbre o una “oferta de paz”) sirven tanto para moldear la narrativa como para alterar la realidad. Pero en Oriente Medio, el simbolismo mal calculado puede ser peligroso.

Su discurso en Jerusalén puede haber sido recibido con aplausos educados, pero en los pasillos del poder israelí provocó perplejidad. La idea de normalizar relaciones con Irán, sin garantías de seguridad concretas, contradice décadas de doctrina estratégica. Israel, acostumbrado a considerar a Teherán como una amenaza existencial, ve en estas iniciativas más riesgos que oportunidades.

En Teherán, en cambio, la invitación se interpretó como una señal de debilidad estadounidense: un intento de reescribir las reglas tras el costo político y militar de la guerra en Gaza. Si el objetivo era proyectar fuerza y magnanimidad, el efecto fue el contrario.

La paz y la provocación

En última instancia, la iniciativa de Trump encarna la paradoja de su diplomacia: prometer paz desde una posición de coerción. Su estrategia combina el lenguaje de la reconciliación con la amenaza implícita de sanciones y ataques. Es una versión contemporánea del viejo adagio del “palo y la zanahoria”, pero ejecutada con la teatralidad de un empresario más que la prudencia de un estadista.

Mientras el ayatolá Jamenei siga vivo y al mando, cualquier cambio profundo en la política iraní hacia Estados Unidos o Israel es improbable. Pero la presión creciente, tanto externa como interna, podría alterar gradualmente el equilibrio del poder en Teherán. Si la invitación de Trump sirve para acelerar ese proceso, será por accidente, no por diseño.

Por ahora, la probabilidad de un acuerdo trilateral entre Washington, Jerusalén y Teherán es nula. Lo que sí parece asegurado es la continuación de una rivalidad peligrosa, marcada por gestos grandilocuentes, respuestas calculadas y un trasfondo de desconfianza mutua.

En Oriente Medio, las palabras de Trump resuenan menos como una promesa de paz que como un eco familiar: el preludio de la próxima crisis.

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