Trump reabre la era atómica: el Pentágono retoma las pruebas nucleares tras 33 años de silencio

La decisión del presidente estadounidense amenaza con desatar una nueva carrera armamentística y agravar la contaminación radiactiva global que aún hoy enferma a miles de personas

30 de Octubre de 2025
Actualizado el 31 de octubre
Guardar
Trump reabre la era atómica: el Pentágono retoma las pruebas nucleares tras 33 años de silencio
Donald Trump en el Despacho Oval | Foto: The White House

El anuncio llegó por sorpresa, en mitad de un viaje diplomático y apenas minutos antes de reunirse con el presidente chino, Xi Jinping. En su red social Truth, Donald Trump ordenó al Pentágono reanudar de inmediato las pruebas nucleares de Estados Unidos “en igualdad de condiciones con otras potencias”. Era la primera vez en más de tres décadas que un presidente norteamericano daba ese paso, dinamitando uno de los pilares del control armamentístico mundial.

Trump

No hubo explicaciones técnicas, ni detalles. Tampoco matices. Trump, que rebautizó al Departamento de Defensa como “Departamento de Guerra”, dejó en el aire si se trataba de pruebas reales con detonaciones nucleares o de simples lanzamientos de misiles sin carga. Pero el mensaje era inequívoco: Estados Unidos vuelve al juego atómico, justo cuando Rusia y China aceleran su carrera armamentística.

Un salto atrás en la historia

La última prueba nuclear estadounidense tuvo lugar en 1992, en el desierto de Nevada. Desde entonces, Washington había mantenido una moratoria voluntaria de explosiones subterráneas, respetando el espíritu (aunque no la ratificación formal) del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (CTBT), adoptado por la ONU en 1996.

Aquella pausa fue uno de los mayores logros de la diplomacia internacional tras la Guerra Fría. Frenó los ensayos, limitó la proliferación y redujo el riesgo de contaminación radiactiva masiva. Revertirla hoy no solo reabre heridas históricas, sino que amenaza con desencadenar una reacción en cadena: Moscú, Pekín, Londres, París, Nueva Delhi o Pyongyang podrían sentirse autorizadas a hacer lo mismo.

“Trump está desinformado y fuera de la realidad”, afirmó Daryl Kimball, director ejecutivo de la Asociación para el Control de Armamento en Washington. “No hay motivos técnicos, militares ni políticos para retomar los ensayos nucleares. Sería un paso temerario que nos haría a todos menos seguros”.

El fantasma de la contaminación radiactiva

El impacto ambiental y sanitario de las pruebas nucleares del siglo XX sigue presente. En lugares como Nevada, Semipalátinsk (Kazajistán), Moruroa (Polinesia Francesa) o el atolón de Bikini, los niveles de radiación permanecen peligrosamente altos. En Estados Unidos, estudios del Instituto Nacional del Cáncer han vinculado miles de casos de cáncer de tiroides con la exposición al yodo-131 liberado durante las explosiones de los años cincuenta.

El espectro electromagnético representa
El espectro electromagnético representa

Reanudar las pruebas significaría repetir errores que ya costaron décadas de sufrimiento. La atmósfera, los océanos y los suelos aún contienen restos de cesio-137, estroncio-90 y carbono-14 procedentes de aquellos ensayos. Estos isótopos radiactivos siguen circulando por el aire, las aguas y la cadena alimentaria.

Además, la experiencia histórica demuestra que los ensayos nunca son “controlados”. Las fugas subterráneas, el transporte del material contaminado y la exposición de comunidades cercanas provocaron daños irreversibles. En el Pacífico, los habitantes de las islas Marshall aún sufren los efectos de la contaminación. En Nevada, se teme que los acuíferos vuelvan a estar en riesgo.

“Cada prueba es una bomba ecológica diferida”, advirtió Remus Prăvălie, investigador especializado en contaminación nuclear. “Aunque se realicen bajo tierra, los isótopos acaban filtrándose y se integran en la biosfera. Es una herencia tóxica para miles de años”.

Geopolítica de la intimidación

La orden de Trump llega en un momento de tensión creciente con Rusia y China. Moscú ha probado recientemente un torpedo nuclear Poseidón capaz de generar tsunamis radiactivos, y Pekín ha duplicado su arsenal hasta las 600 ojivas, con previsión de superar el millar en 2030.

En vez de reforzar los mecanismos de control, Washington elige ahora la vía del “músculo atómico”. Una decisión que muchos analistas interpretan como un intento de presión política antes de la cumbre con Xi Jinping y de castigo simbólico a Vladimir Putin tras la ruptura de contactos por Ucrania.

Sin embargo, lejos de fortalecer la seguridad estadounidense, la medida puede tener el efecto contrario: acelerar una nueva carrera armamentística y poner fin al tratado New START, el último gran acuerdo vigente con Rusia, que limita a 1.550 las armas estratégicas desplegadas por cada país.

“Si Estados Unidos detona una sola bomba, Rusia y China harán lo mismo”, advirtió el senador demócrata Ed Markey. “Entraremos en una espiral de imprevisibilidad que recuerda a los peores años de la Guerra Fría”.

¿Y el coste humano?

Los efectos de las pruebas nucleares nunca se limitaron al ámbito militar. Entre 1945 y 1996, más de dos mil explosiones alteraron el equilibrio ecológico del planeta. La lluvia radiactiva no conoce fronteras. Informes de Naciones Unidas han señalado que la contaminación generada ha afectado a la salud de millones de personas en todo el mundo, elevando la incidencia de cáncer, malformaciones congénitas y enfermedades tiroideas. 

29 de agosto: Día Internacional contra los Ensayos Nucleares 

Los pueblos indígenas fueron las principales víctimas. En el desierto de Nevada, las comunidades navajo y paiute sufrieron desplazamientos y contaminación de sus tierras sagradas. En el Pacífico, los habitantes de los atolones polinesios vieron arrasados sus ecosistemas y su modo de vida.

Reabrir los ensayos sería revivir esa historia. Y hacerlo en pleno siglo XXI, cuando el planeta se enfrenta a una emergencia climática y sanitaria global, supone un desafío ético de enormes proporciones.

Vídeo de una prueba nuclear

El precio político y ambiental de la imprudencia

La decisión de Trump puede parecer una jugada de poder, pero es una bomba de relojería diplomática y ecológica. Su impacto no se medirá en votos, sino en generaciones.

A diferencia de la era de la Guerra Fría, hoy se conocen los efectos de la radiación, los riesgos para el agua y el suelo, y las consecuencias en la salud pública. Ignorarlo es volver al oscurantismo científico y político de los años cincuenta.

Mientras los científicos llevan décadas advirtiendo del peligro de un “invierno nuclear” incluso por conflictos limitados, el Pentágono se dispone a reactivar el polvorín que el mundo intentó cerrar hace treinta años.

Trump dice querer “igualdad” con Rusia y China, pero su decisión coloca a la humanidad en el filo de un abismo que ya conocemos demasiado bien. El planeta no necesita más pruebas de fuerza: necesita pruebas de inteligencia.

 

Lo + leído