Trump no dispara al narcotráfico sino a la legalidad internacional

El presidente recurre de nuevo al uso ilegítimo de la fuerza para construir su relato de poder: una guerra sin pruebas, sin control y con cadáveres sin juicio

16 de Septiembre de 2025
Actualizado el 17 de septiembre
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Trump no dispara al narcotráfico sino a la legalidad internacional

En plena escalada de tensión, Donald Trump ha ordenado un nuevo ataque militar contra una embarcación venezolana. La justificación es la de siempre: narcotráfico, seguridad nacional, defensa de los estadounidenses. Pero tras la retórica belicista, se oculta una operación política: reforzar su figura como líder implacable mientras socava el derecho internacional, el control democrático y los límites de la guerra.

El enemigo necesario para la épica del poder

El relato es viejo, pero eficaz. Un enemigo extranjero, una amenaza supuestamente inminente, una decisión “valiente” tomada por un presidente que se presenta como protector de la nación. Y así, Trump reactiva su guion favorito: él, como el único capaz de enfrentar el caos con autoridad. Esta vez, los muertos vienen del Caribe. Y el silencio sobre los detalles también.

El ataque anunciado en su red social Truth, sin pruebas verificables ni respaldo institucional, responde a una estrategia de libro: restringir libertades, expandir el poder presidencial y presentar la violencia como eficiencia. Se presenta como operativo antinarcóticos, pero su trasfondo es electoral, simbólico y geopolítico.

En una democracia sana, las decisiones militares se fiscalizan. Pero Trump, como ya hizo en su primer mandato, actúa con opacidad, legitimando una doctrina de intervención unilateral que revive los peores reflejos imperiales de Estados Unidos. Convertir un crimen en espectáculo no lo hace menos ilegal. Solo lo vuelve más rentable.

El misil sustituye al juicio

A lo largo de su carrera política, Trump ha utilizado la guerra como forma de comunicación. En este caso, el lenguaje no es solo belicista, es directamente penal: narcoterroristas, cárteles, amenazas letales. Pero no hay detenciones, no hay pruebas públicas, no hay tribunales. Hay misiles. Y muertos.

La destrucción de dos embarcaciones en menos de dos semanas —con un saldo de al menos 14 personas fallecidas— no es lucha contra el crimen, es uso de la fuerza sin amparo legal. Lo que se presenta como un operativo quirúrgico es, en realidad, una ejecución extrajudicial.

La crítica internacional ha sido tibia, y el Congreso estadounidense no ha frenado este desvío autoritario. Mientras tanto, Trump intensifica la militarización del Caribe, despliega buques y submarinos, y deja claro que su forma de gobernar será la de siempre: sin consensos, sin pruebas y sin frenos.

Trump no combate el narcotráfico. Lo instrumentaliza. No defiende a la ciudadanía, la utiliza como escudo narrativo para justificar el autoritarismo. Lo más peligroso no es solo lo que hace, sino la impunidad con la que lo hace y la normalización mediática y política que lo respalda.

Cuando un líder decide quién vive o muere con un tuit, la democracia está en juego. Y cuando lo hace en nombre de la ley mientras la viola, la amenaza ya no es un barco, es el propio sistema internacional de derechos.

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