Las Estrategias de Seguridad Nacional de Estados Unidos han sido tradicionalmente algo más que un requisito burocrático impuesto por el Congreso. En sus mejores versiones, han servido como hoja de ruta intelectual del poder estadounidense, un intento de ordenar fines y medios en un mundo cambiante y de ofrecer a aliados y adversarios una narrativa inteligible sobre el papel de Washington en el sistema internacional.
La ESN de 2025, sin embargo, marca un punto de inflexión inquietante: menos una estrategia que una confesión ideológica, menos un marco operativo que un manifiesto de convicciones. No es tanto lo que dice como la forma descarnada en que lo dice.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la política exterior estadounidense se estructuró en torno a una premisa básica: el liderazgo global de Estados Unidos era inseparable de la construcción y mantenimiento de un orden internacional liberal, basado en alianzas, instituciones multilaterales, apertura económica y una narrativa normativa de democracia y derechos. La ESN de 2025 rompe explícitamente con ese consenso histórico.
El documento parte de una premisa radical: el liberalismo internacional ha dejado de servir a los intereses estadounidenses. No porque haya fracasado en abstracto, sino porque, según la visión trumpista, ha sido explotado por rivales como China y ha generado dependencias estratégicas y económicas perjudiciales. El resultado es una redefinición estrecha del interés nacional, desligada de valores universales y anclada en la soberanía, la transacción y la primacía económica.
Doctrina Monroe rediviva
La principal novedad geográfica de la ESN es la elevación del hemisferio occidental como prioridad absoluta. La estrategia rescata explícitamente la Doctrina Monroe, reinterpretada a través de un “corolario Trump” que combina primacía estratégica, control de infraestructuras críticas y rechazo frontal a la presencia de actores extrarregionales, especialmente China.
Más que una doctrina defensiva, se trata de una afirmación de dominio. América Latina deja de ser un espacio de cooperación para convertirse en un tablero de contención, presión y alineamiento forzado. La estrategia no es multilateral ni integradora: privilegia relaciones bilaterales, gobiernos afines y un uso sin complejos del hard power.
Paradójicamente, esta aproximación corre el riesgo de reforzar aquello que pretende combatir. La capacidad de Estados Unidos para sustituir el peso comercial, financiero e inversor de China y la UE en la región es limitada, y los intentos de imponer exclusividades estratégicas pueden generar resistencias políticas y económicas profundas.
China
Frente a la retórica ideológica de la era Biden, la ESN de 2025 redefine a China no como rival sistémico, sino como competidor económico y tecnológico. El conflicto se desideologiza: lo central no es el modelo político chino, sino su capacidad para erosionar la primacía estadounidense en cadenas de valor, innovación y estándares tecnológicos.
El Indo-Pacífico sigue siendo el teatro decisivo del siglo XXI, con Taiwán como punto de estrangulamiento estratégico. Pero el enfoque es contenido: disuasión militar, presión económica y alianzas funcionales, sin cruzadas normativas. Washington busca estabilidad para competir, no confrontación permanente.
Europa
Europa ocupa un lugar ambiguo y perturbador. Formalmente sigue siendo relevante, pero ya no central. Trump exige a los europeos asumir la responsabilidad primaria de su defensa, al tiempo que socava los fundamentos políticos del proyecto europeo, apoyando de facto a fuerzas euroescépticas y de ultraderecha.
El problema para Europa no es solo el repliegue estadounidense, sino la hostilidad ideológica implícita: la UE aparece retratada como regulatoria, decadente y culturalmente insegura. Una Europa fragmentada, debilitada y subordinada no es un daño colateral, sino un resultado funcionalmente aceptable para la lógica trumpista.
Rusia
La ESN de 2025 desplaza a Rusia del centro de la estrategia estadounidense. Moscú deja de ser un agresor revisionista para convertirse en un actor disruptivo secundario, cuya principal relevancia reside en su arsenal nuclear. Ucrania es tratada como un problema de estabilización, no de justicia internacional.
Este giro representa una ruptura profunda con el orden posterior a 1991 y un retorno explícito a una lógica de esferas de influencia, que el Kremlin no solo acepta, sino celebra. Para Europa, el mensaje es claro: la seguridad continental deja de ser una prioridad estratégica estadounidense.
Economía, energía y migración
La ESN securitiza de forma explícita la economía, la energía y la migración. El comercio deja de ser un bien público global para convertirse en un instrumento de poder; la energía, en una palanca geopolítica; la migración, en una amenaza existencial a la seguridad nacional y a la integridad democrática.
El rechazo frontal a las políticas climáticas y a las renovables, junto con la instrumentalización de las exportaciones energéticas, introduce nuevas dependencias estratégicas, especialmente para la UE. La lección de la dependencia del gas ruso parece haber sido ignorada.
El ocaso del poder blando
Quizá el giro más profundo e irreversible sea la redefinición del poder blando estadounidense. La ESN abandona la atracción basada en valores universales y la sustituye por una diplomacia combativa, orientada a exportar la guerra cultural interna. La cooperación al desarrollo se vacía de contenido normativo y se alinea exclusivamente con intereses económicos.
El resultado es una paradoja estratégica: Estados Unidos aspira a mantener la preeminencia tecnológica y económica, pero erosiona los activos humanos, culturales e institucionales que históricamente la hicieron posible.