Trump activa a la CIA en Venezuela y reabre la era del intervencionismo encubierto en América Latina

Las operaciones encubiertas en Venezuela autorizadas por Trump reabren una vieja frontera de la política exterior estadounidense: el intervencionismo bajo la bandera del narcotráfico.

16 de Octubre de 2025
Actualizado a la 13:49h
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Trump CIA Venezuela

En un gesto que recuerda las épocas más audaces de la Guerra Fría, Donald Trump ha autorizado a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) a realizar operaciones encubiertas en Venezuela. La medida, confirmada por el propio mandatario en una rueda de prensa en el Despacho Oval, representa un salto cualitativo en la estrategia de Washington hacia el régimen de Nicolás Maduro.

Trump fue explícito en su retórica y ambiguo en sus límites. Dijo que Estados Unidos “tiene el mar bajo control” y que ahora “considera la tierra”, sugiriendo la posibilidad de ataques en territorio venezolano bajo el argumento de combatir el narcotráfico. La declaración, aparentemente improvisada, se inscribe en un patrón más amplio: el retorno de la acción encubierta como instrumento de política exterior estadounidense, pero ahora revestido de lenguaje antinarcóticos y de seguridad nacional.

Para entender la magnitud del anuncio, conviene mirar más allá del Caribe. Desde su regreso a la Casa Blanca, Trump ha intentado reconfigurar el mapa de prioridades de seguridad de Estados Unidos: reducir compromisos en Europa, presionar a China en lo tecnológico y restablecer el control hemisférico en América Latina. Venezuela, con su prolongada crisis política, su declive económico y su cercanía con Rusia e Irán, encaja perfectamente como blanco simbólico de esa doctrina.

En Washington, funcionarios del Pentágono y del Departamento de Estado llevan meses advirtiendo sobre “la creciente influencia rusa” en Caracas. La CIA, según informó The New York Times, habría recibido ya la autorización presidencial para “incrementar su presencia operativa” en Venezuela y en el Caribe. No está claro si eso implica la reactivación de redes de inteligencia humana (HUMINT), acciones de sabotaje económico o un plan de contingencia para un cambio de régimen.

Trump, fiel a su estilo, no ofreció detalles: “No quiero decirles exactamente, pero sin duda estamos considerando la tierra”, dijo, dejando abierta la puerta a la ambigüedad estratégica. En los pasillos diplomáticos, sin embargo, nadie duda de que se trata de un mensaje dirigido tanto a Maduro como a sus aliados.

Narcotráfico, coartada estratégica

El argumento oficial para justificar la escalada es el combate al narcotráfico. Trump aseguró que las operaciones de la Guardia Costera habían “paralizado casi por completo” el flujo marítimo de drogas desde el Caribe, pero que los carteles ahora utilizan rutas terrestres y aéreas. Según su narrativa, atacar esas redes “en tierra” sería una extensión lógica de una estrategia que, según señaló Trump, “salva vidas estadounidenses”.

La frase que mejor define su visión fue también la más reveladora: “Pierdes a tres personas (supuestos narcotraficantes) y salvas a 25.000”. Es el tipo de cálculo moral que combina el lenguaje de la guerra con el de la salud pública, y que ha sido históricamente utilizado para legitimar operaciones letales en el extranjero.

Pero detrás del discurso antinarcóticos subyace un componente político más crudo. Desde 2019, Washington acusa al presidente Maduro y a altos mandos militares venezolanos de encabezar el llamado Cartel de los Soles. Caracas lo niega y denuncia una “campaña de intimidación” dirigida a justificar acciones encubiertas. Lo cierto es que la frontera entre la lucha contra el narcotráfico y el cambio de régimen se ha vuelto peligrosamente difusa.

Vuelta a la Guerra Fría

Las operaciones clandestinas no son nuevas en la historia de la política exterior estadounidense. Desde Guatemala en 1954 hasta Nicaragua en los años 80, la CIA ha operado en América Latina como brazo ejecutor de estrategias de contención y desestabilización. Lo que sí resulta novedoso en 2025 es el contexto: un hemisferio fragmentado, gobiernos populistas de nuevo cuño y una opinión pública estadounidense más tolerante con el uso de la fuerza cuando se presenta como defensa interna.

Para Trump, esa narrativa encaja en su política de “seguridad total” y en su afán de proyectar autoridad internacional tras un primer año de mandato turbulento. La autorización a la CIA es, además, una forma de trasladar la política exterior a su terreno favorito: la acción unilateral, de bajo costo político y con alta rentabilidad simbólica ante su base electoral.

Los críticos advierten que el precedente es peligroso. El uso de agencias de inteligencia para operaciones letales sin supervisión del Congreso reabre un debate que Estados Unidos creyó cerrado tras las reformas de los años 70. Pero en el clima actual de polarización interna y de narrativa securitaria, la supervisión parece una preocupación secundaria.

Maduro resiste a la presión pero está más débil

En Caracas, la respuesta del gobierno venezolano fue predecible: condenas, denuncias de “imperialismo” y una ofensiva diplomática para recabar apoyo de sus aliados. La estructura de poder de Maduro, sin embargo, se mantiene sorprendentemente cohesionada. La represión interna, el control militar del territorio y el flujo de ingresos por oro y petróleo hacia Asia le han permitido resistir sanciones y bloqueos durante casi una década.

No obstante, la autorización de operaciones encubiertas cambia el equilibrio psicológico. Las élites chavistas viven bajo la sombra de la incertidumbre: ¿se trata solo de espionaje y sabotaje, o de algo más profundo? La historia de la CIA en la región enseña que la ambigüedad puede ser tan desestabilizadora como la acción.

Riesgo calculado

El desafío para Trump es calibrar la presión sin provocar una confrontación abierta. Las operaciones encubiertas son, por definición, instrumentos de bajo perfil; pero cuando el propio presidente las menciona en público, pierden su carácter disuasorio y se convierten en parte del espectáculo político.

La mención explícita a la CIA puede interpretarse como un mensaje doble: hacia Maduro, para advertirle de que su margen de maniobra se reduce; y hacia los votantes estadounidenses, para mostrar un liderazgo “duro” frente a lo que perciben como un narcoestado hostil.

Sin embargo, la estrategia comporta riesgos. Un error de cálculo (una operación fallida, una víctima civil, un incidente con fuerzas venezolanas o rusas) podría escalar rápidamente en una crisis diplomática hemisférica. En ese sentido, el anuncio parece más una herramienta de presión que un preludio de guerra.

El resurgimiento del intervencionismo encubierto marca un nuevo capítulo en la política exterior estadounidense. En el caso de Venezuela, Trump ha vinculado el control de las drogas, la migración y la política de cambio de régimen en un mismo paquete de seguridad nacional. La doctrina es simple, aunque inquietante: lo que amenaza la estabilidad interna de Estados Unidos justifica la acción externa, incluso más allá de la ley internacional.

La región ya ha vivido esta lógica antes. Sus resultados, históricamente, no han sido de estabilidad sino de resentimiento y desgaste diplomático. Si algo enseña la historia de la CIA en América Latina es que las victorias tácticas rara vez se traducen en soluciones políticas duraderas.

Venezuela, laboratorio del poder estadounidense

Trump ha devuelto a la CIA un papel central en la política exterior, con un mandato amplio y escasa transparencia. Venezuela podría convertirse en el laboratorio de esa nueva doctrina: una mezcla de presión económica, operaciones encubiertas y legitimación discursiva bajo el paraguas del narcotráfico.

Pero las guerras encubiertas, como las económicas, son fáciles de iniciar y difíciles de controlar. En el corto plazo, la estrategia refuerza la imagen de poder y decisión de Washington; en el largo, amenaza con reabrir una herida histórica en su relación con América Latina.

En el fondo, el conflicto con Venezuela no trata solo de drogas o de dictaduras, sino de la pretensión de Estados Unidos de seguir definiendo, por acción o por omisión, las reglas del orden hemisférico. El Caribe vuelve a ser, una vez más, el espejo donde América mira su dependencia y Washington ensaya su fuerza.

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