Donald Trump prometió hacer lo que llamó una “revolución del acceso farmacéutico”. Lo que pocos sabían entonces es que la supuesta revolución pasaba, literalmente, por su propia familia.
Según reveló The Wall Street Journal, altos ejecutivos de las principales farmacéuticas estadounidenses se reunirán este diciembre con Donald Trump Jr. y funcionarios de la administración encargados de regular la industria en un evento organizado por BlinkRx, una compañía de entrega de medicamentos en línea donde el hijo del presidente ocupa un asiento en la junta directiva.
La coincidencia es demasiado precisa para parecer inocente: días antes de que la Casa Blanca anunciara la creación de TrumpRx, un nuevo portal gubernamental que canalizaría a pacientes hacia plataformas de venta directa, representantes de BlinkRx ya habían sugerido a varias farmacéuticas que podrían participar en la gestión del sitio en nombre de los Centros de Servicios de Medicare y Medicaid.
En otras palabras, la empresa donde trabaja el hijo del presidente se beneficiará directamente de un programa federal diseñado por la administración de su padre.
El Estado, el negocio familiar
BlinkRx, hasta hace poco una firma marginal del sector farmacéutico digital, experimentó un súbito salto de valor tras las elecciones de 2024. Según Bloomberg, la firma de inversión conservadora 1789 Capital, ligada a donantes republicanos, inyectó 140 millones de dólares en la compañía poco después de contratar a Trump Jr. como asesor.
Meses más tarde, en julio de 2025, el presidente Trump instó públicamente a las farmacéuticas a “ofrecer más opciones de venta directa al consumidor”, una descripción casi idéntica al modelo de BlinkRx. Esta estrategia no reducirá los costos de los medicamentos, como afirma la Casa Blanca, sino que eliminará intermediarios para aumentar los márgenes de ganancia de las farmacéuticas y, por extensión, de las empresas asociadas al nuevo ecosistema.
Es el manual del trumpismo empresarial aplicado a la política sanitaria: disfrazar de populismo una operación de rentabilidad privada.
Los movimientos regulatorios del nuevo gobierno completan el cuadro. El primer día de su segundo mandato, Trump firmó una orden ejecutiva que anulaba las medidas de la era Biden destinadas a reducir los precios de los medicamentos para beneficiarios de Medicare y Medicaid.
En abril, otra orden (redactada, según fuentes citadas por Politico, “en estrecha colaboración con ejecutivos de la industria”) retrasó las negociaciones de precios de Medicare durante cuatro años más. Y en julio, el presidente rubricó con entusiasmo el proyecto de ley apodado “Big Ugly”, que debilitó drásticamente el programa de negociación de precios farmacéuticos, un regalo estimado en 5.000 millones de dólares para el sector y una pérdida de 1.500 millones en potenciales ahorros para los ciudadanos mayores. ¿Qué dice Robert F. Kennedy Jr. de esto? Nada.
El patrón es claro: cada paso de política pública ha coincidido con un beneficio económico tangible para las farmacéuticas que financiaron la segunda inauguración presidencial de Trump, entre ellas PhRMA, Pfizer, Gilead, Amgen, Johnson & Johnson, Merck y Eli Lilly, que aportaron más de 6 millones de dólares en donaciones.
TrumpRx
La administración presenta TrumpRx como una plataforma “para democratizar el acceso” a medicamentos recetados. Pero los analistas dudan de su impacto real. Al eliminar regulaciones y trasladar la compra directa al consumidor, el sistema podría erosionar los controles de precios y favorecer la venta de productos a precios elevados, con menor supervisión pública.
El presidente Trump quiere parecer el campeón de los pacientes, pero está actuando como su principal estafador. En lugar de reducir los precios, está garantizando beneficios a su hijo y a los donantes de su campaña. Eso es corrupción.
El plan no es tanto una política sanitaria como un modelo de autoenriquecimiento institucionalizado. Se está privatizando la política de medicamentos en nombre de la eficiencia, pero el único resultado visible es el enriquecimiento de la familia Trump.
La muerte de la ética
No es la primera vez que el clan Trump mezcla negocios y poder. Desde los hoteles que hospedaban delegaciones extranjeras durante su primer mandato hasta la promoción de sus marcas en eventos oficiales, el patrón se repite: difuminar la línea entre lo público y lo privado.
En esta segunda presidencia, la frontera se ha desplazado aún más. Si antes la familia utilizaba la Casa Blanca como escaparate, ahora parece usar el propio aparato estatal como palanca de negocio.
El caso BlinkRx-TrumpRx es el emblema de un nuevo tipo de corrupción posmoderna: una que no necesita contratos secretos ni sobornos explícitos, sino simplemente alinear los incentivos del Estado con los del apellido presidencial.
En el relato oficial, Donald Trump promete devolver poder al pueblo. Pero los hechos apuntan a otro tipo de redistribución: la del capital político convertido en capital privado.