Google, investigado por la UE por entrenar su IA con contenidos sin compensar a los autores

Bruselas abre una investigación formal que apunta al núcleo del poder tecnológico: quién decide, quién se beneficia y qué margen real tienen los creadores para proteger su trabajo en un mercado cada vez más concentrado

09 de Diciembre de 2025
Actualizado a las 11:03h
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Google, investigado por la UE por entrenar su IA con contenidos sin compensar a los autores

La decisión de la Comisión Europea de abrir una investigación formal sobre el uso que hace Google de contenidos ajenos para entrenar sus modelos de inteligencia artificial marca un punto relevante en el pulso regulatorio del continente. Ya no se trata de un aviso, sino de la constatación de que Europa empieza a revisar con más detenimiento el modo en que las grandes plataformas obtienen y emplean el trabajo de terceros. El expediente no sólo apunta a un posible incumplimiento de la normativa, sino al desequilibrio estructural que se ha instalado entre quienes producen información y quienes la explotan a escala global.

El movimiento de Bruselas llega tras meses de señales que sugerían malestar en el sector y dudas sobre la forma en que Google había integrado contenidos procedentes de medios, creadores y plataformas en servicios como AI Overviews y AI Mode. La Comisión examina ahora si esos desarrollos se hicieron a partir de materiales de terceros sin una compensación adecuada y sin que existiera una posibilidad real de negarse a su uso. El asunto es técnico, pero sus implicaciones son nítidamente políticas: cuando un actor con posición dominante fija las reglas de acceso y define unilateralmente el uso de contenido ajeno, el resto del ecosistema deja de competir para limitarse a adaptarse.

Ese fenómeno no es nuevo, pero la inteligencia artificial lo ha llevado a una escala inédita. La capacidad de generar textos, imágenes o respuestas complejas a partir de enormes bases de datos convierte en difuso el origen de la información si no existe un régimen claro de derechos. De ahí que Bruselas haya decidido intervenir. No pretende frenar la innovación, pero sí evitar que los avances tecnológicos se construyan sobre la erosión de quienes aportan los contenidos que hacen posible esos avances.

Un mercado condicionado por la dependencia de Google

En su análisis, la Comisión introduce un elemento que raramente aparece en el debate público: la dependencia estructural de editores y creadores respecto al tráfico que proporciona Google Search. Rechazar determinadas condiciones puede traducirse en una pérdida directa de visibilidad y, por tanto, de ingresos. Esa asimetría hace que el consentimiento deje de ser una opción real. El núcleo del posible abuso se encuentra ahí, no en la tecnología en sí, sino en la capacidad de imponer reglas en un mercado donde casi nadie puede permitirse desafiar al principal intermediario.

El caso de YouTube, incluido también en la investigación, activa una preocupación adicional. Bruselas quiere aclarar si Google ha podido entrenar modelos propios con contenidos alojados en la plataforma mientras impedía a otros competidores utilizar ese mismo material. Esa diferencia de trato, si se confirma, consolidaría barreras de entrada sin necesidad de prácticas explícitas de bloqueo, un método más silencioso pero igualmente eficaz para reforzar la posición dominante.

El expediente abierto a Google no marca el final de la disputa, sino el comienzo de una negociación que influirá en el futuro del ecosistema informativo europeo. La Unión Europea intenta fijar un terreno en el que la innovación pueda desarrollarse sin que los derechos de los autores se diluyan en un mar de datos. Ese equilibrio es complejo en un contexto donde las grandes plataformas amplían su presencia en espacios que antes pertenecían, con mayor claridad, a los medios y a las instituciones públicas.

La dimensión del debate es también democrática. En sociedades donde la información circula a través de algoritmos opacos y donde la intermediación digital condiciona qué se ve y qué queda oculto, la pregunta no se limita a determinar quién produce el contenido, sino quién decide los términos de su explotación. Si esa función queda concentrada en un número reducido de compañías, las políticas públicas quedan relegadas a reaccionar una vez que los hechos se imponen.

Bruselas quiere evitar ese escenario. Su mensaje es sencillo: la inteligencia artificial no puede construirse sobre materiales cuya autoría se diluye sin compensación ni supervisión. La innovación es bienvenida, pero no a costa de los derechos de quienes sostienen la cadena informativa. El expediente a Google no resolverá por sí solo este debate, aunque sí delimita un territorio donde Europa aspira a no limitarse a observar el cambio tecnológico, sino a intervenir en él con reglas claras.

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