Francia entra en una fase desconocida por la dimisión de su primer ministro

Macron acepta la renuncia y crece la presión para disolver la Asamblea mientras los mercados castigan a París y el tablero europeo tiembla

06 de Octubre de 2025
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Sébastien Lecornu presentó su dimisión como primer ministro de Francia apenas un día después de dar a conocer a su equipo
Sébastien Lecornu presentó su dimisión como primer ministro de Francia apenas un día después de dar a conocer a su equipo

París amaneció hoy con otra sacudida política. Sébastien Lecornu presentó su dimisión como primer ministro apenas un día después de dar a conocer a su equipo, y Emmanuel Macron la aceptó de inmediato. Es la caída más rápida de un jefe de Gobierno en la V República y un síntoma claro de un sistema bloqueado desde las legislativas anticipadas del año pasado, que fracturaron la Asamblea en tres grandes bloques sin mayorías estables.

Lecornu, quinto primer ministro en dos años, llegó a Matignon el 10 de septiembre con la promesa de “romper” con las inercias recientes y de negociar “a la vista” del Parlamento, renunciando a los atajos constitucionales que permiten aprobar leyes sin voto. Esa apuesta, sin embargo, se estrelló a la primera: la recepción del gabinete anunciado el domingo fue gélida entre aliados potenciales y abiertamente hostil en la oposición. Con la gobernabilidad en entredicho y la amenaza de una censura inminente, Lecornu optó por irse antes de celebrar siquiera el primer consejo de ministros.

Lecornu había recuperado nombres de peso de la era Macron —una señal de continuidad que irritó tanto a sectores centristas como a conservadores— y confió carteras sensibles a figuras conocidas. Entre sus decisiones más comentadas estaba la vuelta del exministro de Finanzas Bruno Le Maire, recolocado en Defensa, un movimiento pensado para pilotar el esfuerzo militar de Francia en el marco europeo. Pero el mensaje político no funcionó: al día siguiente, los apoyos se habían evaporado.

Por qué ha pasado y por qué importa

Para entender el colapso hay que retroceder a septiembre: el anterior primer ministro, François Bayrou, perdió una moción de confianza y dejó el Gobierno sin una alternativa clara en la Asamblea. Desde entonces, Francia vive en un equilibrio precario: demasiados vetos cruzados, poca voluntad de compromiso y un calendario presupuestario que exige acuerdos urgentes. En ese ambiente, cualquier gabinete “continuista” estaba condenado a chocar contra el muro parlamentario.

El resultado es una tormenta perfecta. Políticamente, la ultraderecha del Reagrupamiento Nacional (RN) ha ordenado filas y presiona a Macron para que disuelva la Asamblea y convoque nuevas legislativas. La izquierda de La Francia Insumisa va en la misma dirección: quiere convertir la crisis en un plebiscito contra el presidente. Ninguna de las dos fuerzas, sin embargo, ofrece garantías de estabilidad futura: las encuestas dan ventaja al RN, pero el sistema electoral y la aritmética de alianzas podrían prolongar el atasco.

Económicamente, hubo reacción inmediata. La Bolsa de París abrió con un recorte cercano al 2% y el castigo se concentró en los bancos, mientras la prima de riesgo francesa se ensanchaba frente a Alemania. La incertidumbre sobre los Presupuestos de 2026 —Lecornu había prometido tramitarlos con voto parlamentario— pesa en los mercados, que penalizan cualquier señal de parálisis cuando Europa necesita certezas fiscales y políticas.

Qué puede pasar ahora

El Elíseo tiene varias opciones, todas con costes. La primera: nombrar a un nuevo primer ministro de perfil negociador, intentar sumar a parte de la derecha tradicional (LR) y arrancar un pacto de no censura que permita aprobar el Presupuesto y unas pocas leyes prioritarias. Es el camino más corto… si los números salen. La segunda: una remodelación institucional de facto, cediendo más iniciativa a la Asamblea para construir mayorías a la carta, texto a texto. Eso exige paciencia, disciplina y una cultura del acuerdo poco habitual en la política francesa reciente.

La tercera opción —la más ruidosa— es la disolución. En términos simples: volver a votar. RN la exige abiertamente, convencido de que puede capitalizar el cansancio ciudadano; parte de la izquierda también la prefiere, con la idea de reorganizar el tablero. Pero los riesgos son evidentes: otra Asamblea sin mayorías sólidas, o una cohabitación forzada que limite a Macron hasta 2027.

Cómo afecta a España y a la Unión Europea

Francia es la segunda economía de la zona euro y un actor central en la política industrial y de defensa europeas. Si París entra en modo “interino” prolongado, se ralentizarán decisiones clave: desde la coordinación fiscal y el nuevo marco de reglas hasta los planes de reindustrialización verde y la respuesta a las tensiones comerciales. También pesará en la agenda de seguridad —Ucrania, Sahel, Mediterráneo—, donde Francia suele marcar el paso junto a Alemania. Los sobresaltos en la deuda y la banca francesa se contagian rápido al resto del continente, como se ha visto en la apertura de hoy.

Para España, además de la cercanía económica y comercial, hay un ángulo político: la relación bilateral en migración, energía y transporte requiere un socio francés con capacidad de decidir. Si el vecino del norte queda atrapado en la parálisis, proyectos compartidos —interconexiones, coordinación ferroviaria, cooperación industrial— pueden ralentizarse.

El episodio Lecornu no es solo un tropiezo táctico. Habla de una desalineación entre la arquitectura de la V República —presidencialista— y una realidad parlamentaria fragmentada. Si el campo presidencial no logra tejer acuerdos transversales y la oposición insiste en el “todo o nada”, Francia corre el riesgo de encadenar gobiernos efímeros sin resolver lo básico: presupuestos, poder adquisitivo, transición energética, sanidad o seguridad.

El mensaje que dejan estas 24 horas vertiginosas es crudo pero claro: sin cultura de compromiso, no hay gobernabilidad posible. La política francesa deberá reaprender a pactar o resignarse a un péndulo de dimisiones y disoluciones que erosiona la confianza ciudadana y encarece la factura económica.

Mientras tanto, el reloj institucional no se detiene. Macron consultará a los grupos y sondeará nombres para Matignon. RN seguirá tensando la cuerda para volver a las urnas. La izquierda pedirá abrir una etapa alternativa. Y los mercados, impacientes, vigilarán cada gesto a la espera de una señal mínima de estabilidad. Hoy no ha llegado.

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