La base electoral de Donald Trump, conocida por su lealtad inquebrantable al movimiento MAGA, se movilizó inicialmente gracias a la convergencia de dos factores: la inflación y las tensiones raciales. Durante la campaña de 2024, el coste de vida elevado y la frustración por la economía fueron catalizadores poderosos. La inflación, que había alcanzado un máximo del 9% anual en julio de 2022, descendió a 2,7% el día de las elecciones, pero los votantes seguían convencidos de que Trump era el administrador económico más capacitado. Al mismo tiempo, la cuestión racial se convirtió en el núcleo del discurso de campaña del presidente.
El cálculo político de Trump funcionó inicialmente, asegurándole la Presidencia. Sin embargo, el énfasis implacable en la hostilidad hacia los inmigrantes y la diversidad urbana tuvo un costo: desvió su atención de los problemas económicos de sus seguidores, agravando su situación financiera y erosionando su popularidad. En las recientes elecciones especiales, las quejas económicas se convirtieron en un lastre insalvable, y el presidente comenzó a intentar retomar el discurso económico, aunque quizás demasiado tarde.
Desde su primera campaña en 2016, Trump ha construido su narrativa en torno a la defensa de una clase trabajadora blanca que se siente desplazada en una nación cada vez más diversa. Su retórica ha oscilado entre acusaciones contra inmigrantes mexicanos, advertencias a mujeres blancas de los suburbios y ataques contra programas de diversidad en las universidades. En 2024, su campaña culminó con promesas de deportaciones masivas y la erradicación de la teoría crítica de la raza de las escuelas.
Políticamente, el enfoque en la raza tiene fundamentos históricos: el resentimiento étnico ha moldeado las políticas y las instituciones estadounidenses durante décadas. Estudios de economistas como Alberto Alesina, Edward Glaeser y Bruce Sacerdote han documentado cómo la desconfianza racial contribuyó a la limitada red de seguridad social del país, en comparación con las democracias europeas más homogéneas. La política estadounidense, desde el New Deal hasta la Ley de Derechos Civiles, refleja cómo la exclusión de minorías fue un cálculo estratégico para garantizar el apoyo de votantes blancos.
No obstante, centrar la agenda en la hostilidad racial ha tenido consecuencias económicas directas. Las políticas de Trump, desde aranceles sobre alimentos hasta la eliminación de subsidios del Obamacare y la reducción de asistencia alimentaria, han ralentizado la economía, elevado los precios y erosionado la confianza de los consumidores. Datos recientes de la Universidad de Michigan muestran un índice de confianza del consumidor cercano a mínimos históricos, y las encuestas reflejan un desplome en la aprobación presidencial, especialmente por la gestión de la inflación, el empleo y la economía.
Las elecciones especiales recientes han puesto de relieve esta dinámica. Los demócratas lograron victorias contundentes en Nueva York, Virginia y Nueva Jersey, así como en circunscripciones tradicionalmente republicanas en Mississippi, Georgia y Pensilvania. Incluso en los feudos de Trump, el descontento económico parece haber superado la lealtad racial. Intentos del presidente de revertir su caída política parecen reactividades tardías frente a un electorado que recuerda sus promesas de “cero inflación”.
El dilema de Trump ilustra una lección fundamental sobre la política estadounidense contemporánea: la hostilidad racial puede movilizar y consolidar una base, pero no sustituye las expectativas económicas de los votantes. La secta MAGA puede estar unida por el temor a la diversidad, pero el bienestar material sigue siendo un criterio decisivo. Al concentrarse en el resentimiento étnico y descuidar la economía, Trump ha generado un desajuste que amenaza su capacidad de mantener el poder.
En última instancia, la experiencia de 2024 y las recientes elecciones especiales muestran que, incluso en una nación profundamente polarizada, la política basada exclusivamente en la raza tiene límites. La economía no puede ignorarse sin consecuencias, y la historia de Trump es un recordatorio de que los votantes, aunque sensibles al resentimiento cultural, no perdonan la negligencia económica prolongada. La raza puede incendiar la política; la economía, en cambio, puede apagarla.