La escritora vallisoletana Miriam Conde Redondo entrega una nueva novela de intriga histórica que marca algunas diferencias en cuanto a lo que se publica en el género. En La mirada de la Diosa no aparecen en escena personajes como Churchill o Hitler “pero sí quienes escuchaban sus decisiones por la radio, quienes traducían sus órdenes en mensajes cifrados y las familias que sufrían las consecuencias sin saber del todo por qué”. En esta obra la autora se mete en la piel de las personas que hicieron la vida cotidiana en medio de acontecimientos históricos. Sobre todo en las mujeres que cuidaron de hombres rotos por la guerra y tuvieron que decidir qué contar a sus hijos y qué callar para siempre.
¿Qué historia cuentas en La mirada de la Diosa?
En La mirada de la Diosa cuento la historia de dos personas que, sin conocerse, se ven arrastradas por un mismo misterio que nace en el monte Athos en el siglo XIV y que llega hasta el año 1992. Gonzalo es un empresario del sector tecnológico que, en el lecho de muerte de su abuela, recibe la confesión de un secreto guardado durante décadas. Unos cuadernos de su abuelo Jonathan, un operador de radio británico durante la Segunda Guerra Mundial, que contienen un código que nunca llegó a descifrarse. Sara, por su parte, es profesora de literatura en Yale y vuelve a su casa familiar en la costa cantábrica, obligada por la enfermedad de su abuela y con una traición sentimental que le hace replantearse toda su vida.
La novela sigue el camino de ambos hasta que sus trayectorias se cruzan: él persiguiendo la pista de un submarino nazi hundido en el Atlántico, ella, intentando mantener a flote una casa arruinada y una capilla que empieza a revelar secretos. A partir de ahí se ven obligados a colaborar, no solo porque se atraen, sino porque cada uno posee una pieza del puzzle. Me gusta pensar que la novela, además de una búsqueda de códigos y tesoros, es la historia de cómo el pasado se abre camino en la vida de personas que creían tenerlo todo bajo control.
¿Puedes revelar algunas de las claves históricas que encierra tu novela?
Entre las claves históricas que encierra la novela hay algunas muy visibles y otras que actúan como corrientes subterráneas. Una de las más importantes es la presencia de los servicios de inteligencia británicos en España durante la Segunda Guerra Mundial, un tema del que se habla poco y que, sin embargo, fue crucial. Desde nuestras costas se interceptaban comunicaciones de submarinos alemanes que operaban en el Atlántico Norte y en el Cantábrico, y se seguían los movimientos de barcos que nadie reconocía oficialmente. Jonathan, el abuelo de Gonzalo, forma parte de ese universo de espías discretos y operadores de radio que trabajaban en la sombra y a los que rara vez ponemos rostro en los manuales de historia. Y la parte más oculta, la novela también habla de otra historia muy nuestra, la de las mujeres que cuidaron de hombres rotos por la guerra y tuvieron que decidir qué contar a sus hijos y qué callar para siempre. Otra clave está en el Monte Athos y en el expolio de obras de arte y objetos sagrados durante la ocupación nazi. La novela imagina que parte de ese botín viaja en un submarino que nunca llega a su destino. Me interesaba conectar ese expolio con la vida de una familia española, mostrar cómo un objeto aparentemente fuera de lugar puede ser el hilo que nos lleva de una pequeña capilla del norte a los monasterios aislados del Egeo. La última clave de la historia la proporcionan los almogávares. En la realidad histórica, fueron tropas de infantería ligera procedentes en gran parte de la Corona de Aragón. Hombres duros, acostumbrados a la frontera, que luchaban como mercenarios y se hicieron célebres por su eficacia y también por su ferocidad. Combatieron primero en campañas peninsulares y después fueron contratados por el Imperio bizantino, protagonizando una de esas epopeyas que parecen novela antes de ser historia. Decidí que incorporar a Nuño de Menocal como un guerrero que peleaba por otros reyes, me ayudaría a describir estos hechos históricos en primera persona.
Cuando escribo intriga histórica me gusta moverme un poco “de lado” respecto a lo que suele hacerse en el género. Hay novelas que se centran en grandes figuras y batallas; a mí me interesan más los engranajes pequeños que hacen posible esos grandes acontecimientos
¿En la intriga histórica que planteas hay variables en relación a los libros que se publican en este género?
Cuando escribo intriga histórica me gusta moverme un poco “de lado” respecto a lo que suele hacerse en el género. Hay novelas que se centran en grandes figuras y batallas; a mí me interesan más los engranajes pequeños que hacen posible esos grandes acontecimientos, y sobre todo cómo reverberan después en la vida cotidiana. En La mirada de la Diosa no encontramos a Churchill ni a Hitler en escena, pero sí a quienes escuchaban sus decisiones por la radio, a quienes traducían sus órdenes en mensajes cifrados y a las familias que sufrían las consecuencias sin saber del todo por qué. Otra variable que intento trabajar es el equilibrio entre la fidelidad histórica y el ritmo de la intriga. Me documento con rigor, pero luego elijo qué datos entran en la novela, no por lo espectaculares que sean, sino por cómo afectan a los personajes. Prefiero sugerir que demostrar, y dejar huecos para que el lector complete mentalmente la parte documental mientras se deja arrastrar por la intriga y por el vínculo emocional que se establece entre Gonzalo y Sara. Y, por supuesto, siempre reservo un espacio para el humor suave. De vez en cuando algún personaje dice algo que no estaba en el guion y me recuerda que, por mucha épica y por mucho código Enigma que haya en la novela, también cabe en ella una ironía muy terrenal.
¿Quiénes son los personajes que hacen vida en paralelo a los grandes sucesos?
Los personajes que viven en paralelo a los grandes sucesos son, para mí, los verdaderos protagonistas de la novela. Jonathan es un buen ejemplo: no es un general ni un gran espía, sino un periodista británico que termina manejando una radio en un faro del Cantábrico, interceptando mensajes de submarinos que jamás verá de cerca. Su historia está atravesada por la valentía y por la obsesión. Paga un precio altísimo por intentar descifrar un código que se le resiste, y ese fracaso acaba marcando la vida de su esposa y de su hija mucho más que las decisiones de los gobiernos. Luego están las mujeres, que sostienen casi en silencio las consecuencias de todo eso. Laura, la abuela de Gonzalo, es la que carga con un marido inválido y con la responsabilidad de decidir cuánto pasado soporta una familia sin romperse. Concha, la abuela de Sara, representa a otra generación que ha aprendido a sobrevivir y que mira con mezcla de ternura y escepticismo las tormentas emocionales de su nieta. Me interesaba mucho contar cómo la Historia, con mayúscula, se filtra en los gestos pequeños: una puerta que no se abre, una pregunta que no se hace en la mesa, una carta que se guarda en lugar de romperse. Dentro de ese entramado aparece Nuño de Menocal, un personaje que nos lleva aún más atrás, hasta la Edad Media y las gestas de los almogávares. Nuño es el hijo de un noble castellano que participa en las campañas de la mítica Compañía Catalana, y su historia llega hasta nosotros a través de unos viejos pergaminos que Sara encuentra ligados al icono. Su voz introduce un eco de crónica antigua dentro de la novela.
¿Cómo fue el proceso de documentación?
El proceso de documentación fue una mezcla de aventura y empeño. Empecé leyendo sobre la guerra naval en el Atlántico y terminé sumergida en manuales de criptografía, diarios de operadores de radio y estudios sobre el papel ambiguo de la España “neutral”, donde convivían espías de todos los bandos. Hubo momentos muy técnicos, por ejemplo, aprender cómo funcionaban las máquinas Enigma, y otros más íntimos, como encontrar testimonios de mujeres que contaban, casi de pasada, que su marido había vuelto de la guerra “raro” y que nadie supo muy bien qué hacer con eso. Toda esa información iba llenando mis anotaciones hasta que tuve que empezar a hacer limpieza para que la novela no se convirtiera en una tesis. Una parte especialmente bonita de la documentación fue el trabajo con mapas. Pasé muchas noches con el Atlántico extendido sobre la mesa del comedor, en forma de cartas náuticas, buscando la ruta más verosímil para mi submarino. Necesitaba el lugar exacto donde podría haberse hundido y que resultara coherente. En una de esas sesiones mi familia empezó a hacer apuestas sobre dónde “escondería” el tesoro y alguien propuso muy seriamente que fuera en el Pisuerga. Ese pequeño momento doméstico me recuerda que, además de toda la épica histórica, una novela se construye también con cenas atrasadas, risas en la cocina y preguntas ingenuas que, a veces, dan mejores ideas que los manuales especializados.
La actualidad, ¿te interesa como escritora o hay que esperar observarla desde el futuro?
La actualidad me interesa mucho, sobre todo en cuestiones como el avance vertiginoso de la tecnología, la forma en que gestionamos la información y el impacto que todo ello tiene en nuestra intimidad. Me fascina, por ejemplo, cómo vivimos permanentemente conectados y, sin embargo, arrastramos soledades muy parecidas a las de hace cien años, o cómo confiamos nuestra memoria a dispositivos que mañana pueden fallar, mientras seguimos heredando silencios familiares igual que antes. Todos esos temas están presentes en La mirada de la diosa a través del contraste entre el mundo supertecnológico de Gonzalo y la fragilidad de unos cuadernos manuscritos que, a pesar de todo, conservan mejor que nada la huella de un hombre. Creo que, con unos cuantos años de diferencia, todo se ve con un foco más amplio. Aparecen los matices y las contradicciones, y eso me permite trabajar con más libertad que si me aferro al titular del día. Pero eso no significa que la realidad de hoy no se cuele en lo que escribo; al contrario, está muy presente en las preocupaciones de los personajes, en la forma en que se relacionan, en los miedos que arrastran. Me gusta pensar que, si un lector abre La mirada de la diosa dentro de unos años, seguirá encontrando en ella algo reconocible sobre su propio presente.
¿Este libro mantiene una temática en relación a tu producción literaria anterior o hay un rompimiento?
En cuanto a la relación de La mirada de la diosa con mis novelas anteriores, diría que hay una clara continuidad y, al mismo tiempo, un paso adelante. La piedra de siete ojos y El correo de Napoleón ya eran novelas de intriga histórica en las que mezclaba rigor documental y aventura. En ellas he colocado a personajes corrientes en escenarios marcados por grandes acontecimientos. La caída de Roma en el siglo IV y la expulsión de los judíos en un libro y la presencia de Napoleón en Valladolid, en el segundo. En ese sentido, La mirada de la diosa pertenece a la misma familia. La diferencia está en que en esta he ido un poco más al fondo en lo emocional. Me he permitido detenerme más en la vida interior de los personajes, en sus dudas y contradicciones, incluso en sus momentos menos amables, y he llevado al primer plano temas como la herencia del trauma, los secretos familiares y la dificultad de hablar de ciertas cosas. Si alguien ha leído mis libros anteriores reconocerá el gusto por la intriga y la historia, pero espero que también note que, en La mirada de la diosa, he abierto un poco más la puerta de la intimidad de los personajes… y quizá también la mía propia.