La educación financiera, el eslabón débil que condiciona el acceso a la inversión en España

La falta de formación económica frena a la mayoría de ahorradores y perfila una desigualdad persistente entre generaciones y tipos de inversores

07 de Diciembre de 2025
Actualizado el 09 de diciembre
Guardar
La educación financiera, el eslabón débil que condiciona el acceso a la inversión en España

Los últimos datos disponibles sobre hábitos financieros en España vuelven a mostrar un patrón que el país arrastra desde hace más de una década: la mayoría de quienes no invierten evita hacerlo porque no comprende los productos disponibles. La ausencia de una base sólida de educación financiera genera una brecha que no sólo afecta a decisiones individuales, sino que introduce un factor de desigualdad estructural.

Los resultados del estudio reflejan que el 59% de los españoles que no invierte en productos con riesgo declara no hacerlo porque no los entiende. No es un dato aislado; forma parte de una tendencia que se mantiene estable incluso con una oferta de productos más accesibles y una digitalización creciente del sector financiero.

A este déficit se suman otros motivos —miedo a perder dinero, desconfianza en los mercados— que no hacen sino apuntalar la misma idea: una parte muy amplia de la población se mantiene fuera del ámbito de la inversión porque percibe que carece de los conocimientos necesarios para moverse en él. Las consecuencias no son inmediatas, pero sí profundas. Mantenerse al margen del mercado financiero restringe la capacidad de planificar a largo plazo y reduce las oportunidades de fortalecer el ahorro en un contexto de creciente presión sobre el sistema público de pensiones.

En los últimos años, distintos organismos europeos han situado a España en niveles discretos de cultura financiera, una posición que incide directamente en la brecha entre quienes consiguen integrar el ahorro en estrategias de inversión y quienes permanecen en productos de remuneración mínima. Esa desigualdad no responde sólo a recursos económicos, sino al acceso desigual a la información y a la capacidad de interpretarla.

Una participación desigual, marcada por la edad y por la relación con la banca tradicional

El análisis también confirma un desplazamiento generacional en los patrones de inversión. Entre los 25 y los 44 años, la mayoría ya invierte de algún modo, con porcentajes que superan el 60%. Son franjas que han incorporado la gestión digital como algo habitual y que, además, perciben la necesidad de planificar financieramente en horizontes más largos.

A medida que aumenta la edad, la participación disminuye, aunque se mantiene en niveles superiores al 40%. El paisaje es, por tanto, dual: por un lado, una mayoría que permanece en productos de muy baja rentabilidad; por otro, un grupo cada vez más amplio —y más joven— que se integra con normalidad en instrumentos de inversión diversificados.

Otro elemento significativo es el cambio de canal. Siete de cada diez inversores ya no utilizan su banco principal para operar, y optan por entidades digitales, plataformas especializadas o gestores automatizados que ofrecen comisiones reducidas y acceso simplificado a productos como fondos de inversión, acciones o ETF. Este movimiento evidencia un distanciamiento creciente respecto a la banca tradicional, que conserva un papel menor en el acceso a la inversión.

En cuanto a los productos elegidos, los fondos de inversión continúan siendo la fórmula más extendida, seguidos por acciones y ETF. Las criptomonedas mantienen una presencia estable, aunque ligada a perfiles muy concretos. La amplitud de opciones, sin embargo, no corrige por sí sola el problema de fondo: la falta de criterio formado para seleccionar y comprender los riesgos asociados a cada producto.

El resultado es un mapa financiero fragmentado que refleja diferencias de acceso que ya no se explican solo por nivel de renta, sino por formación, edad y relación con el sistema financiero. Esta brecha condiciona la autonomía económica de la ciudadanía y anticipa un riesgo evidente: quienes no cuentan con herramientas suficientes para gestionar su ahorro quedan expuestos a una menor estabilidad futura.

España convive así con una paradoja: un mercado financiero más accesible que nunca y una población que, en su mayoría, continúa fuera de él por falta de formación. El desafío ya no consiste en ampliar la oferta, sino en corregir un déficit estructural que limita la capacidad de decisión de gran parte del país.

Lo + leído