Una Fórmula 1 de cobardes. Sainz, magnífico

21 de Septiembre de 2025
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Carlos Sainz

Ya no queda nada del espíritu original de las carreras que convirtieron el automovilismo en un mito. Resulta patético contemplar esos coches ortopédicos de tan grandes, que están pendientes de las normas y que ni siquiera pueden soñar en las batallas cuerpo a cuerpo.

Que Lando Norris no haya sido capaz de jugárselo todo —de jugarse la vida, como se hacía antaño— para recortar más puntos en la lucha por el mundial es un signo clarísimo de los tiempos. La Fórmula 1 ha perdido su esencia.

Y como espectador se echa muchísimo de menos. Parece un videojuego ridículo. Para que me entienda bien el lector voy a comparar con las series de ficción que más éxito tienen, desde El juego del calamar a Los juegos del hambre o cualquiera similar, podemos pensar también en la adaptación moderna de La larga marcha de Stephen King. La muerte queda solo para la ficción, en el mundo moderno nos protegen de nosotros mismos. Aunque, al mismo tiempo, a infinitos millones de personas les importa un bledo que mueran niños en guerras como la de Ucrania, Nigeria o Palestina.

Carlos Sainz lo ha hecho magnífico y también George Russell. Y, por supuesto, Verstappen. Las almas están ahí, pero las tienen cogidas por los cojones.

No es nada extraño y pasa en todos los ámbitos. Ahora los niños piensan que los osos y los leones son animalitos simpáticos. Si un día sucede que se encuentran con uno de verdad, con un jabalí, un tigre o una serpiente, estarán indefensos como pobres muñequitos.

Bakú. Los muros de piedra son la única verdad. Fue lo único interesante. El resto, circo sin imaginación, sepultado en dinero y aburrido.

Tigre, Tigre.

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