Jadeando y apoyándome en los bastones me detengo a pocos metros del refugio, recostado contra la pared de piedra hay un joven con un libro sobre las rodillas, esbozo un saludo.
- Estás en las últimas amigo, llevo una hora observándote y subes hecho polvo, me contesta con aire despreocupado.
- Sí, es la verdad, estoy desentrenado.
- Ya no eres el de hace diez y ocho años, eh?
Le interrogo con la mirada, hace diez y ocho años este mozalbete estaba en la escuela, es muy joven, unos veinticinco, melena rubia, atuendo vistoso, aire insolente. Tiro la mochila sobre la nieve, le pregunto, un poco molesto, si hay sitio.
- Estoy solo... Arrastra las palabras, gira la cabeza, abre los brazos, sus gestos indican que el refugio es su casa y que me invita a pasar.
El refugio Ventosa Calvell es un auténtico hotel de lujo a 2.200 metros de altitud, a tres horas de marcha del embalse de Cavallers, propiedad del Centre Excursionista de Catalunya, curiosamente sólo está abierto los meses de primavera y verano, en invierno dejan abierta una sala de doce metros cuadrados con ocho colchonetas. Para acceder al refugio libre alguien ha excavado un túnel debajo de la nieve, que tapa completamente la fachada hasta la altura de cuatro metros.
Después de instalarme y recuperar el líquido perdido en la ascensión, me dispongo a dar buena cuenta de la única comida caliente del día. Entra el muchacho, el libro en la mano, se ha puesto un forro polar.
- ¿Me invitas a cenar? En la montaña es normal compartir, pero este tío es un caradura; contesto que sí, claro, comemos los espaguetis que, la verdad, me han quedado buenísimos con el toque de la mantequilla y el avecrem.
- ¿Por qué vienes sólo a la montaña?
- A mis compañeros les han surgido compromisos de última hora. Tú también estás solo...
- Yo soy un espíritu solitario ¿Quieres queso?
Después de comer salgo al exterior y con las últimas luces del día compruebo que no hay huella de subida al Montardo, la nieve está blanda y me hundo hasta las rodillas, espero que la helada de esta noche me facilite la travesía de aproximación, mañana me levantaré a las cuatro de la madrugada.
Cuando vuelvo al refugio mi inesperado compañero está preparando té, derrite nieve, pone las bolsitas en la tetera, sirve el azúcar; mientras lo tomamos se pone muy serio.
- No deberías subir al Montardo, mañana habrá tormenta, acuérdate de lo que pasó en diciembre de 1979, si no te hubieran encontrado ahora estarías muerto, silencio, el miedo ahoga mi garganta, siento el frío de la noche más poderoso que la infusión caliente, silencio, dirijo el frontal a la cara del joven, aguanta la luz sin pestañear.
- Cómo sabes tú lo que pasó hace tantos años?
- Antes te he dicho que soy un espíritu solitario, es verdad, soy un espíritu que ha venido para avisarte de que encontrarás la muerte en la cumbre del Montardo; tú no lo sabes, pero hace diez y ocho años subiste aquí para encontrarte con tu hermano Juanjo que acababa de morir, los alpinistas que te rescataron cuando estabas a punto de congelarte te lo impidieron y ahora vuelves a intentarlo.
- Yo no quiero morir, digo con un hilo de voz, no es verdad, yo no quiero morir.
- Pues no subas a la montaña.
- Pero tengo que hacerlo, respondo ya más tranquilo.
- Piénsalo esta noche, tienes mucho tiempo para meditar.
Cuando ya estamos dentro de los sacos me dice, con voz pausada, suave, tranquila, íntima, que me comprende y que soy libre para actuar según mi voluntad, susurra que puedo despedirme de una sola persona, eso es todo lo que puedo hacer para ayudarte, tu vida sólo depende de ti, que tengas buenas noches, se gira, estira las piernas, cierra la cremallera, respira profundamente, se duerme mi espíritu protector.
Abro la puerta de mi casa, el interior está a oscuras, dejo la mochila en el vestíbulo y sin encender las luces ni hacer ruido me meto en la cama, como hago cuando regreso del Ayuntamiento después de una sesión interminable. Teresa se despierta.
- ¿Qué haces aquí, qué ha pasado?
- Hay ventisca en la montaña y he bajado, te quiero mucho.
- Estás helado, ven aquí, me abraza, me besa, me frota, estoy contenta de que hayas vuelto a casa ¡Dios mío! ¿Es que no tienes calefacción en el coche?
Me quiere y hacemos el amor muy despacito... lloro como un niño, Teresa enjuga mis lágrimas, no volveré a permitir que vayas a la montaña tú sólo.
Me despierto en plena noche, estoy sólo en el refugio, no me extraña la ausencia del joven rubio, pero hablo en voz alta, como si él estuviera aquí, qué frío hace, tío, mi termómetro marca cuatro grados bajo cero; mientras se calienta el agua, preparo el equipo, los crampones y los piolets en la mochila, las raquetas y los palos para atravesar los lagos, leche con cereales y mucho azúcar, supongo que no quieres desayunar. Por favor, acompáñame, tengo miedo, he decidido subir al Montardo, pero tengo mucho miedo.
Al respirar el aire helado de la noche todo mi cuerpo se tensa, la nieve cruje bajo las raquetas, en el valle aparecen unas nubes negras, pero las cumbres están limpias, las agujas de Travessany se yerguen imponentes cuando alcanzo el lago del Gel, después el cielo se cubre y empiezan a caer copos, vuélvete, no seas imprudente, pero tengo que seguir, tú sabes que tengo que hacerlo, por favor, guíame, tengo miedo, subo al lago de les Monges, me falta el aire, me detengo para comer chocolate y almendras, abro la cantimplora y el agua se ha helado, un nudo me aprieta la garganta, soy una sombra perdida en un desierto de nieve y niebla, sólo se oye el viento, la nieve juega a hacer remolinos y a rebotar contra el suelo, ayudado por la brújula continuo hacia adelante, a mi izquierda adivino el Port de Collcrestada para escapar hacia la Vall d’Aran, a la derecha el paso hacia Aigües Tortes, enfrente el imponente Montardo, al abrigo de una rimaya vuelvo a descansar, como más chocolate y me refresco con un trozo de hielo, cambio las raquetas por los crampones y ataco la pala helada que me llevará al collado y al petit Montardo, el esfuerzo me hace sudar, el escenario me hiela la sangre, la nieve me impide levantar la cabeza, mi amigo Pedro me enseñó a escalar los corredores, recuerdo a Dylan, mi primer compañero de alpinismo, pienso en mi hermano Juanjo, muerto hace diez y ocho años; clavo con rabia y dolor los pies y las manos en la pendiente helada y descanso cada cuatro golpes, respiro con dificultad, cuando llego al collado la ventisca me hiere en la cara, pero levanto la cabeza hacia donde sé que está la cumbre, una travesía a la izquierda por debajo de unas rocas y 30 mts. por encima de mi cabeza está el Cielo.
Cuando se levanta Teresa el domingo por la mañana, encuentra una nota en la mesilla: “Cariño, quiero que sepas que eres la persona que más amo en este mundo, que soy muy feliz y estoy muy agradecido por haber compartido mi vida contigo. Ahora tengo que seguir yo solo, pero estaré siempre a tu lado. No intentes comprender lo que pasó anoche, guárdalo en tu corazón. El coche está en el embalse de Cavallers, mi cuerpo en la cima del Montardo, no vengas a recogerlo; por favor, déjaselo a la Naturaleza. Conserva mi amor y enséñaselo a nuestros hijos.”