Amor de madre

Susana Martínez Puentes
06 de Noviembre de 2025
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Una trabajadora sanitaria de Moldavia participa en el apoyo a una madre lactante. | Foto: UNICEF/Tapes Ion
Una trabajadora sanitaria de Moldavia participa en el apoyo a una madre lactante. | Foto: UNICEF/Tapes Ion

Se miró en el espejo y seguidamente observó con detenimiento las dos fotos. No se reconocía… tal vez los ojos conservaban algo de la mirada brillante y risueña de antaño. El resto de su fisonomía era  diferente y extraña. Tanto, como los veinte años de la existencia que vivía con la intuición de no saber muy bien por qué ese destino tenía que ser el suyo y no otro; etapas de la adolescencia que pasarán, se decía. Lo que persistía desde la infancia eran los miedos nocturnos. Las malditas pesadillas en las que se veía envuelta en un violento aleteo de cientos de palomas que la atemorizaban con su atronador zureo; una enorme mano la rescataba y surgía el miedo, mucho miedo. Despertaba aterrorizada. Pero papá siempre estaba allí para ayudarla a superar ese pánico.    

Desvió la mirada del espejo hacia la vitrina. En un bonito columbario, con violetas impresas, reposaban las cenizas de su padre. Al pobre le encantaban esas flores y los dulces con ese sabor. Ella aborrecía las violetinas: su sabor y su olor. Y, sobre todo, que papá la llamase “mi Palomita” mientras paladeaba los caramelitos malvas. Se llevó la mano a la boca para aguantar una nausea espontánea. Evocaba con rencor el celo obsesivo con el que la cuidaba, la excesiva dedicación: “…es para que no eches de menos el amor de una madre”, decía él de forma tajante. A papá no le gustaba hablar de ese tema. “Mamá murió cuando tú naciste, ‘mi Palomita’”. Y ella se sentía culpable. Aunque no fuese responsable lo lamentaba. Existían tantas cosas por las que sentirse culpable… Sin embargo, de lo que estaba segura es que jamás se arrepentiría de la mentira sobre el accidente que sufrió papá cayendo por las escaleras. Esas escaleras que odiaba.  Como el crujido que producían cuando, por las noches, él subía y penetraba en la intimidad de su habitación…

Volvió a mirar las dos fotos del periódico. La de una niña de tres años y otra de cómo sería esa niña veinte años después, también mencionaba un nombre: Violeta. Ella había crecido como Paloma. Releyó la nota: “… la pequeña Violeta desapareció en la Plaza Mayor cuando se encontraba junto a su familia dando de comer a las palomas. Su madre asegura que nunca ha perdido la esperanza de que su hija aparezca…”.

Con lágrimas en los ojos se dirigió a la vitrina y sacó el columbario con violetas impresas. Lo abrió y arrojó el contenido en el retrete para a continuación accionar el descargador de la cisterna. Observó con delectación cómo las cenizas desaparecían camino de las cloacas. Luego, descolgó el auricular y marcó el número de teléfono que aparecía junto a las fotografías, en la sección de personas desaparecidas.

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