James Tynion IV está de moda. Tras curtirse en DC escribiendo guiones para Batman y La Liga de la Justicia, hoy se le aclama en la escena del comic book americano como maestro del terror. No sin razón: este autor neoyorquino ha desarrollado un estilo propio de historias que enganchan, inquietan y sorprenden a partes iguales, con el aliciente añadido de que resuenan con nuestra sensibilidad contemporánea. Sus guiones saben extraer los miedos y las fobias que se agazapan en nuestra alma postindustrial: por despreocupados que aparentemos vivir en la tecnodistopía que hemos construido a nuestro alrededor, en el fondo sabemos que mil variedades de apocalipsis nos sobrevuelan, esperando caer sobre nosotros como una lluvia de espadas de Damocles. Además, Tynion tiene muy bien aprendida la lección de Lovecraft de no sacar a la luz el horror, en toda su magnitud y con todas sus implicaciones, sino mostrarnos solo la puntita y dejar que nuestro poder de sugestión haga el resto.
El estilo personal de Tynion ha cristalizado en varias series actualmente en curso: Boom! Studios sigue sacando números de la exitosa Hay algo matando niños y su serie derivada House of Slaughter, ambas con el dibujante Werther Dell’Edera y el colorista barcelonés Miquel Muerto; DC Black Label puede presumir de tener en su catálogo un tebeazo como The Nice House on the Lake, con Álvaro Martínez Bueno y Jordie Bellaire, que continúa ahora en Vertigo con su secuela The Nice House by the Sea; y finalmente, Image publica la obra que hoy nos ocupa: w0rldtr33, con dibujo de Fernando Blanco y color, nuevamente, de Jordie Bellaire.
En w0rldtr33 (léase “worldtree”), la fuente del mal absoluto es internet. ¿Cómo no va a serlo? Como usuarios que somos de la todopoderosa www, la mayor parte de nosotros experimentamos internet como una suerte de oráculo digital. Los secretos de su funcionamiento se nos escapan. Una sensación de vértigo posmoderno nos ahoga al tratar de representarnos la inabarcable magnitud del océano de información que se abre ante nosotros en la pantalla del navegador. Nos sentimos incómodamente pequeños y vulnerables en nuestro desconocimiento de los recovecos del ciberespacio. Entendemos internet como una dimensión alternativa que nos puede dar acceso a lo más oscuro del alma humana… o más allá todavía, donde desaparece todo rescoldo de humanidad. Si Goya fuera ciberpunk diría que el sueño de la IA produce monstruos. Con esta mitología de la triple uve doble entronca la inquietante propuesta de Tynion, que se aprovecha del repelús que nos produce saber de la existencia de una web subterránea para iniciados, llámese deep web o dark web, más inmensa quizás que la que conocemos. En w0rldtr33 se llama Undernet, y permite acceder a planos de la realidad que jamás deberían entrar en contacto con el nuestro.
El miedo primigenio a los horrores cósmicos que puede esconder internet es la premisa de la que parte el cómic que nos ocupa: nunca el teclado del ordenador, como interfaz de comunicación con el inframundo, se ha parecido tanto a un tablero de ouija. Lo demoníaco se mestiza con lo tecnológico. Los héroes de la historia devienen exorcistas digitales, como versiones hacker del padre Karras.
Otra constante en el estilo de Tynion es que sus historias son corales, exigiendo la mayor atención por parte del lector para recordar a todos los personajes y la compleja red de relaciones que se establece entre ellos. Si The Nice House on the Lake recuerda en esto a la serie Perdidos de J. J. Abrams y Damon Lindelof, w0rldtr33 sigue un patrón semejante a It de Stephen King: la historia sigue a un grupo de amigos que se enfrentaron al mal en sus años de high school, y que se vuelven a reunir ya cuarentones para combatir una vez más al mismo mal en su reaparición. Por supuesto, la vida les ha cambiado, y el guion aprovecha todos los salseos y tensiones que pueden surgir del reencuentro, veintipico años después, de quienes fueron antaño pandilla de instituto. Este planteamiento, así como la manera de jugar con las líneas temporales, tiene mucho que ver con 20th Century Boys de Naoki Urasawa, una obra maestra del manga que Tynion conoce bien: de hecho, le hace un guiño explícito en The Nice House on the Lake (si no me creéis, mirad la biblioteca de Walter en la página 57).
Los más friquis del lugar os acordaréis de Lifeforce de Tobe Hooper, una demencial película ochentera de ciencia ficción que, todo hay que decirlo, ha envejecido fatal. La imagen más emblemática de la cinta era la de una vampiresa galáctica caminando completamente desnuda mientras siembra la destrucción a su paso; el contraste entre su apariencia engañosamente vulnerable y su potencial asesino impactó al público en su momento (o, al menos, le puso cachondo). Pues bien, w0rldtr33 recupera este recurso: la villana de la historia, PH34R (léase “fear”), una belleza ciberpunk llena de piercings y tatuajes, es una mensajera de muerte que irrumpe arma en ristre en cualquier lugar, siempre en pelota picada o apenas cubierta por un escueto peto de cuero. Será todo lo gratuito que queráis, pero no se puede negar la fuerza que transmite este arquetipo de femme fatale actualizado a la era del microchip, en la estela de iconos sexuales como la replicante Pris de Blade Runner o la teniente Motoko Kusanagi de Ghost in the Shell. La poderosa estampa de PH34R me conecta con aquella edad de oro de los cómics de ciencia ficción en la que por imperativo editorial tenían que salir mujeres desnudas en la historia, sí o sí. Corben, Gillon, Serpieri, Bilal. Llamadme nostálgico.
El dibujo del soriano Fernando Blanco derrocha savoir faire por los cuatro costados. No en vano lleva décadas trabajando para Dark Horse y DC, donde se ha encargado del apartado gráfico de Catwoman y varias series de Batman. Enfundada en sus ilustraciones, la narrativa visual de w0rldtr33 avanza a un ritmo sólido y regular, usando como pauta recurrente la rejilla de doce viñetas: un recurso clásico (aunque poco habitual en el lenguaje del comic book americano) que imprime a las secuencias un vivo pulso cinematográfico. El arte de Blanco brilla con luz propia cuando los glitches deforman las viñetas, la realidad se distorsiona y la mente de los personajes se sumerge en las profundidades de Undernet. En estas secuencias, muy dosificadas a lo largo del guion, el dibujante (en tándem perfecto con los colores de Jordie Bellaire) juega con el fotorrealismo, la estereoscopia, el pixelado y un registro experimental de gran impacto visual.
La mala noticia es que w0rldtr33 engancha, fascina… y te deja a medias. Solo ha salido el primer tomo, todos los interrogantes quedan abiertos y apenas hemos vislumbrado un par de fogonazos del futuro distópico que nos promete el ulterior desarrollo de la serie. Esperaremos la continuación mordiéndonos las uñas.
