Dentro de las novedades de cómic europeo, la editorial Sapristi acaba de sacar uno de los platos fuertes de la temporada: La nueva frontera, una delirante bande dessinée firmada por el estrasburgués Christian Hincker, más conocido como Blutch. No sé por qué razón les ha dado por darle el nombre de La nueva frontera en su edición española, ya que originalmente se publicó en Éditions 2024 (actualmente Éditions 2042) bajo el título de La mer à boire (“El mar para beber”). “Ce n’est pas la mer à boire” es una expresión francesa que viene a decir algo así como “no es para tanto”; sin embargo, fuera de contexto “la mer á boire” resulta una frase tan incongruente, abierta y enigmática como el contenido del cómic. En la contracubierta de la edición de Sapristi han decidido poner una sinopsis, pero en la original francesa solo aparece una palabra: “romance”, lo que parece dar una pista sobre el género de la historia que el lector encontrará en su interior. Sabiendo lo tramposo que es Blutch, no podía ser sino una pista falsa, ya que esta obra inclasificable no trata tanto del amor como del deseo, y lo hace a través de una sucesión de imágenes y secuencias surrealistas que se ensamblan entre sí mediante la lógica de los sueños.
Cuando llamo a este cómic “surrealista” lo hago con todas las de la ley. “Surrealista” es hoy un vocablo devaluado; la gente lo usa sin saber muy bien qué significa, para referirse a cualquier cosa extravagante o fuera de lugar. Un titular de Diez minutos nos habla de “el momento más surrealista de Belén Esteban y María Patiño en televisión”, y uno del diario Público se refiere al “surrealista viaje de Ayuso a Miami”. En cambio, si digo que la obra de Blutch es surrealista es porque en ella habita el espíritu de André Breton, Philippe Soupault y Louis Aragon; de Max Ernst, Buñuel y los Klossowski; de Georges Bataille y el cine de Robbe-Grillet. La nueva frontera hereda por línea directa el legado de este movimiento de vanguardia que descubría en la suprarrealidad (sur-realité) de los sueños la materia prima de su arte.
Cuando se retiraba a dormir, el escritor simbolista Saint-Pol-Roux colgaba en la puerta de su cuarto un cartel en el que ponía: “Le poète travaille” (“El poeta está trabajando”). Esa es, y ha sido siempre, la apuesta creativa de Blutch, autor de otras maravillas oníricas como Velocidad moderna o La luna al revés: plasmar en viñetas la escurridiza gramática de los sueños, no desde un punto de vista psicoanalítico o para contarnos una realidad a través del sueño, sino por el puro gozo de recrear el flujo narrativo del subconsciente, siempre imprevisible y refractario a toda explicación. Caeríamos en un error si quisiéramos buscar un significado a la historia que nos cuenta Blutch en La nueva frontera; tanto lectores como críticos solemos tener la insidiosa manía de buscarle un sentido al arte. Alain Robbe-Grillet, en su ensayo Por una novela nueva (1963), ponía en evidencia lo ridículo de esa expresión de elogio tan usada por la crítica tradicional: “Fulano tiene algo que decir y lo dice bien”, a lo que Robbe-Grillet replica: “¿No podría por el contrario afirmarse que el verdadero artista no tiene nada que decir? Tiene sólo una manera de decir”. Esto es aplicable al arte de vanguardia en general y a los cómics de Blutch en particular. Y es que la “manera de decir” de Blutch es verdaderamente única.
Al mismo tiempo, se trata de un autor que conoce perfectamente la tradición francobelga del cómic, celebrándola y homenajeándola con cada viñeta. En cierto modo, Blutch es muy conservador: un historietista a la antigua usanza. No olvidemos que la bande dessinée es más joven que el surrealismo. En el discurso visual de Blutch se reconoce la influencia de los cómics más locos de la revista Pilote: Philémon de Fred o Le génie des alpages de F’Murrr. Nunca ha ocultado su admiración por el Jerry Spring de Jijé y la Valentina de Crepax. ¡Si hasta tomó su propio nombre artístico, Blutch, de un personaje de la serie Casacas azules de Cauvin y Salvérius! Devoto tanto de Hergé como de Manara, en una entrevista publicada en el medio belga ActuaBD definía La nueva frontera como “un cóctel infernal de La oreja rota y Giuseppe Bergman”. En efecto, el ritmo narrativo de este cómic tiene algo del primer Tintín: ágil, rico en peripecias, superficial, “sin un gramo de psicología”.
Como en tantas otras obras de los surrealistas, siempre a la doble sombra de Freud y Sade, el erotismo es un elemento cenital de La nueva frontera: un erotismo no convencional, oblicuo, desbordante de esa pastosa irrealidad que solamente tienen las experiencias vividas en sueños. Blutch pinta el deseo, eso sí, desde una mirada netamente masculina. El protagonista, claramente una proyección onírica del autor, es un señor calvo, enjuto y entrado en años, mientras que el objeto de su deseo es una mujer de aspecto variable (ya sabemos que en los sueños las personas sufren transformaciones), pero en todo caso mucho más joven que él. Posicionándose en esa tradición que en Francia se remonta a Restif de la Bretonne, en esta obra Blutch subraya el erotismo de los pies femeninos: pies que aparecen primero incongruentemente enfundados en zapatos de payaso y calcetines de lunares, pero que a medida que avanza la fase REM se desnudan y se revelan como la herramienta principal de la amante funámbula para entrar en contacto con el cuerpo de su partenaire.
La nueva frontera desafía todas las convenciones. La historia comienza in medias res en las guardas del libro. La portada no aparece hasta la página 61. La historia no tiene principio ni final. Y, oh maravilla, resulta ligera como una pompa de jabón porque no pierde en ningún momento el sentido del humor. La seriedad convierte lo extravagante en muermo, pero Blutch es juguetón por naturaleza y no cae en ese error. No caigamos nosotros en el de intentar buscar interpretaciones, metáforas y dobles sentidos en las páginas de este cómic, y limitémonos a dejarnos seducir por su discurso, imbricado en la gran tradición del surrealismo; no el de Belén Esteban ni en el de Isabel Díaz Ayuso, sino el de verdad. Quizá hoy resulte un tanto anacrónico, pero no por ello es menos fascinante. Blutch juega en otra liga.
