Mi reino por un médico. My kingdom for a physician

Reseña de El médico, de Noah Gordon, autor estadounidense

05 de Octubre de 2025
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El médico

«[…] nunca dejó de sentir —como había sentido el primer día en el maristan— una oleada de prodigiosa gratitud por haber sido elegido, porque la mano de Dios se había acercado para tocarlo a él, y porque al aprendiz de Barber le hubiese sido dada la oportunidad de ayudar y servir».

Ha llovido bastante desde que comencé a leer por primera vez El médico, una novela de ficción histórica que abandoné por falta de tiempo cuando había completado ya una cuarta parte. No hace todavía demasiado, volví a intentarlo. El primer paso fue empezarla una vez más desde el principio, para ponerme en contexto y retomar los hechos sin perder el hilo conductor.

Para abordar este libro de Noah Gordon, prefiero resumir su trama y, en el transcurso, dar algunas pinceladas de los motivos por los que considero que El médico es una obra con un inicio fabuloso, que está muy bien hilvanada y que, en definitiva, resulta más que recomendable.

Dos veces he leído el principio del libro y dos veces me ha cautivado el modo en que el autor nos describe la situación en que se encuentran el protagonista y su familia, la organización jerárquica del gremio de carpinteros al que pertenece el padre, y los caminos de un Londres medieval que (como cabe esperar) dista mucho del Londres actual. Esta prosa, tan cuidadosamente escogida por el escritor para abrir su novela, envuelve al lector, le rodea, le hace transportarse hasta allí y ver con la mente lo que Robert J. Cole —el futuro médico— ve con sus ojos.

Para sintetizar lo máximo posible El médico, podríamos decir que se trata de una falsa biografía sobre un doctor inglés que, previamente a ser reconocido como tal, se embarca en un periplo que le lleva de su Londres natal a Persia con el propósito de estudiar en el maristan. En este humilde hospital de la ciudad de Ispahán (actual Irán), Robert J. Cole se adentra en el mundo de la medicina bajo la dirección de Avicena, más conocido allí como Ibn Sina, y bajo la instrucción del cirujano al-Juzjani.

Ambos personajes existieron en la realidad, igual que también lo hizo Ala-al- Dawla, el sha (la máxima autoridad política, el rey) de Ispahán. Dada la poca información que se ha conservado sobre él, Noah Gordon decidió inspirarse en varios shas para crear un gobernante que aspirara a ser Rey de Reyes y que

valorara la medicina en la medida en que ésta le permitiese vanagloriarse, compitiendo así intelectualmente con otras potencias de la región como Bagdad (Irak).

«El médico»

En todo momento, desde su infancia, Robert J. Cole muestra una enorme capacidad de adaptación a las circunstancias sumamente complejas que le toca vivir. Estos acontecimientos empiezan con la muerte (prácticamente seguida) de sus padres y culminan, cuando ya es médico, con un viaje precipitado hacia las tierras de Escocia, después de no haber sido bien recibido por algunos londinenses a su regreso de Persia.

Noah Gordon logra captar muy bien la atmósfera de una época en la que, como hoy, tres religiones distintas —unidas por la creencia en Dios, pero divididas por la mesianidad de Jesús— coexisten y, en ciertos territorios, conviven, con todas las discrepancias que ello conlleva y con los conflictos que se producen a raíz de estas diferencias.

En los tres casos —para el judaísmo, el cristianismo y el islam medievales—, explorar el interior del cuerpo humano es un pecado de enorme gravedad.

Tanto es así que, en Ispahán, la desobediencia de esta norma se paga con la vida. Por esta razón, y porque los doctores en el maristan profesan la fe de Mahoma, las lecciones que Ibn Sina y el resto de médicos docentes imparten en sus clases se basan en el tremendo parecido que —según los antiguos griegos— el cerdo tiene con el ser humano.

Robert J. Cole, muchacho sumamente perspicaz e inteligente, pronto se percata de las contradicciones de su tiempo.

Europa contrasta con una Persia intelectualmente floreciente

En Europa, la línea que —a ojos del clero— separa la brujería de la medicina apenas tiene el grosor de un pelo. Lamentablemente, los sacerdotes cristianos consideran que ejercer la medicina es un intento de suplantar a Dios. Son incapaces de interpretar como un don divino la existencia de personas cuya vocación está en proporcionar alivio a sus semejantes con remedios naturales y operaciones con las que algunos ciegos recuperan la visión.

Persia, que parece florecer a nivel académico, se presenta como una oportunidad. Sin embargo, aunque la medicina es allí signo de sabiduría y motivo de admiración, mentes tan notables como la de Ibn Sina han limitado, por no corromper la obra de Dios, su capacidad de progresar, renunciando irreversiblemente a abrir los cuerpos de los pacientes ya muertos.

Irremediablemente, tras permanecer cierto tiempo bajo la tutela del hombre tan versado que fue Avicena, Robert J. Cole se percata de que las interpretaciones que algunos hombres hacen sobre la ley de Dios frenan el avance de la medicina.

Él, un cristiano que ha renunciado a su propia fe para ser admitido en una institución musulmana que (como excepción) acepta estudiantes judíos —pero nunca cristianos—, transgrede la ley de los hombres que muchos se empeñan en atribuir a Dios. Movido por una ansiosa necesidad de conocer y sanar, Robert J. Cole investiga, como nunca antes, cuerpos femeninos y masculinos en busca de hallazgos que le ayuden a curar más y mejor.

Si bien no encuentra explicación ni solución para la «enfermedad del costado», que acabó con las vidas de su padre y de su suegro, Cole descubre algo fundamental para empezar a mirar al ser humano de otro modo: que por más que los órganos del interior del cuerpo de uno puedan ser similares a los del cerdo, sólo lo son hasta cierto punto.

El médico es una oda a la labor que grandes figuras de la humanidad, y otras no tan destacadas (pero también con buena voluntad), han llevado a cabo a lo largo de miles de años en su intento de encontrar cura a la enfermedad. Noah Gordon deposita en Robert J. Cole las cualidades que cualquiera de nosotros admiraría en todo médico: inteligencia, discernimiento, bondad, comprensión, perseverancia, paciencia, amabilidad y honestidad. Esta serie de características, también deseables y extrapolables a otras profesiones, se combinan en Cole con un don especial que aporta a la novela, y al personaje, un toque de realismo mágico muy atractivo desde el punto de vista literario: la premonición.

Estudiar aquí exige un cambio de identidad

Robert J. Cole no es un médico cualquiera: tiene una capacidad innata que le permite, con sólo tomar las manos de una persona, sentir cómo la vida abandona su cuerpo antes de que el paciente fallezca ante el asombro del resto. Esta especie de poder que le ha sido concedido se convierte en una herramienta muy útil a la hora de determinar con infalibilidad si la persona se halla en el umbral de la muerte.

Mientras que, en Europa, precisamente por ello, corre el riesgo de ser tachado de brujo, en Persia encuentra la comprensión de Ibn Sina. Avicena también experimenta una premonición similar a la de Robert J. Cole, aunque nunca con la misma intensidad que el joven aprendiz de médico.

Para ingresar en el maristan, Rob ha renunciado a su religión. Cristiano por nacimiento, educación y convicción (aunque algunos de sus actos son cuestionables), este inglés se convierte al judaísmo con tal de que la sociedad musulmana no le impida completar la tarea que él considera su gran cometido: sanar, aliviar la enfermedad que Adán y Eva introdujeron en el mundo.

Tras la muerte de sus padres, Robert J. Cole (el mayor de una familia numerosa) es acogido por el cirujano barbero Henry Croft. Este hombre hecho a sí mismo, de vida errante (aunque, en cierto modo, ordenada) viaja de pueblo en pueblo por Inglaterra, atrayendo al público con sus malabares y solventando los achaques ajenos con pequeños tarros de hidromiel, una bebida que sólo proporciona el alivio del alcohol que contiene. Aunque el efecto placebo parece contentar a su clientela, Rob apunta alto, a algo más trascendental.

Las amputaciones, los muñones y los huesos entablillados que Henry Croft atiende, y bastante bien, le sirven más adelante, en su etapa adulta, cuando en el maristan le asignan desde el principio tareas de mayor responsabilidad a las otorgadas normalmente a los aprendices. Sin embargo, la «panacea universal» que vende Barber (alias que Henry Croft debe a su oficio) es insuficiente para Rob y para los pacientes graves que se presentan ante el cirujano barbero y su aprendiz. Una parte de quienes acuden a Barber y Robert J. Cole lo hacen con males complejos que únicamente un médico, y no un cirujano barbero, osaría intentar curar o paliar.

Sólo una imagen ocupa la cabeza de Rob: la del médico judío que exitosamente operó de cataratas al hombre ciego que, tiempo atrás, había acudido a Barber y a su aprendiz buscando ayuda. Robert J. Cole no soporta la impotencia que experimenta cada vez que recuerda no haber sido él, en lugar del médico judío, el instrumento escogido por Dios para devolverle la vista al que era ciego.

Puesto que las leyes que imperan en Persia son las musulmanas, y dado que el islam se encuentra en batalla con el cristianismo, igual que los judíos no están bien vistos en la Inglaterra de Robert J. Cole, los cristianos tampoco lo están en Ispahán o en la judería de la ciudad persa. La circuncisión que, de niño, le practicaron a Robert J. Cole —por motivos que nada tenían que ver con una conversión al judaísmo— y su oficio de cirujano barbero suponen para un él un riesgo en una Europa que rechaza a quienes profesan la religión de quienes negaron y mataron a Jesucristo. Sin embargo, estos dos aspectos de la vida de Rob juegan a su favor cuando decide cambiar de identidad.

Una vez deja atrás Constantinopla, el último reducto de la cristiandad en Oriente Próximo, la identidad de Robert desaparece; en su lugar, surge el judío Jesse ben Benjamin (Jesse, hijo de Benjamin), un cirujano barbero que se dirige a Ispahán para adquirir especias y hierbas medicinales.

A pesar del cambio de fe, las condiciones de vida en Ispahán son bien difíciles para quien no profesa el islam. Aunque los judíos son admitidos en el maristan, las tensiones entre las religiones son constantes. Estas relaciones tampoco son sencillas dentro de la comunidad judía cuando uno de ellos ha nacido y ha sido educado en Europa de espaldas a las leyes de la comunidad.

En efecto, Rob elige hacerse pasar por un judío cuya generación ha crecido bajo la influencia de una sociedad inglesa en la que, para integrarse, los judíos de nuevas generaciones como la suya habrían dejado atrás algunos de sus preceptos religiosos. Más allá de que esto sea o no cierto, este perfil de judío que selecciona le permite disimular las lagunas que le delatarían como impostor.

Ya instalado en el barrio judío de Ispahán después de haber logrado el favor del sha (que le concede ciertas comodidades muy oportunas para empezar su vida allí con más facilidad), Jesse ben Benjamin traba amistad con los estudiantes Mirdin (judío) y Karim (musulmán). Con el tiempo, Karim se descarrila e inicia una relación romántica con la segunda esposa de Ibn Sina (considerablemente más joven que su marido). Mirdin, al contrario que Karim, permanece siempre fiel a sus valores y a los más de 600 mandamientos por los que se rige un judío auténtico.

El médico
El médico

Una amistad que resiste las divergencias

Con el tiempo, Rob le revela a Mirdin su fe verdadera. Esta confesión pone a prueba su amistad, pero no acaba con ella: el vínculo de respeto y aprecio mutuos se mantiene. De hecho, Mirdin salvaguarda el secreto de Rob. En lugar de despreciarlo por su religión, deja a un lado sus diferencias para que éstas no le impidan valorar las magníficas cualidades de un hombre que, en apenas unos años, ha logrado ser médico en una tierra que le es extraña.

La única condición que Mirdin establece para que su amistad continúe es que Rob aprenda a ser judío, que su nueva identidad se fundamente en algo más que en la vestimenta y en la casualidad de un prepucio extirpado en la niñez por avatares de la vida.

Opinión personal

Dicho todo lo anterior, enumero a continuación unas cuantas razones más (de las que se puedan haber intuido en los párrafos anteriores) que me llevan a incluir El médico en mi lista de «Lecturas predilectas»:

  1. La fidelidad con que Noah Gordon describe las actitudes que, salvando posibles excepciones, generalmente imperaban en una Europa cristiana y en una Persia musulmana. El desprecio entre los practicantes de cada religión es evidente y recíproco. Sólo el trío de estudiantes médicos que forman Rob, Mirdin y Karim rompe con esta dinámica.
  2. Noah Gordon forja un personaje que desafía muchos convencionalismos y, además, con sensatez. Por ejemplo: en el libro, queda patente la paradoja del musulmán que no come cerdo por ser un animal «impuro», pero no tiene ningún problema en darles la razón a los griegos cuando estos explican que los órganos del cerdo son como los del ser humano. De igual modo, tampoco tiene problema en ilustrar las clases de anatomía humana sustentando las explicaciones en el cadáver de un cerdo en el aula.

Asimismo, los seguidores de Mahoma se niegan a realizar autopsias que arrojen luz sobre las posibles causas de la muerte y el estado de la enfermedad en el momento del fallecimiento. Sin embargo, no rechazan las enseñanzas de los paganos griegos que sí se atrevieron a mirar en lo más profundo del ser humano. Al contrario, los profesores musulmanes utilizan las aportaciones de los griegos para sus lecciones en el maristan.

  1. El hiyab, el velo, la «cortina» que comenzó separando estancias como la de los hombres y las mujeres del harén, y que se terminó convirtiendo en parte del atuendo sólo de ellas. La figura de la mujer en un islam que consiente la poligamia. Karim y la segunda esposa de Ibn Sina corren el riesgo de ser asesinados si son descubiertos. Ambos están cometiendo un delito (ella también, pues es la mujer de otro hombre). Sin embargo, a las autoridades islámicas de Persia no les importa que la amada de Karim sea una muchacha joven, que haya sido casada con un hombre mayor que desvía parte de su atención hacia otra mujer (hacia su primera esposa, más próxima a Ibn Sina en edad), y que luzca en su nariz el arete que indica su origen social como esclava.

Esta situación debería suscitar la siguiente pregunta: ¿acaso no es infidelidad que el Ibn Sina del libro tenga dos esposas y abandone a la segunda para atender a la primera? Karim, de ser castigado, pagaría esta relación prohibida con su muerte (siendo más exactos, le abrirían el vientre). La amante, de ser descubierta, también perdería su vida (en su caso, la decapitarían).

Es la sociedad musulmana de El médico un ejemplo de extremismo e injusticia social que consiente la desigualdad, en tanto que la ha legalizado cuando se produce del marido a la mujer. Es una sociedad que recuerda al radicalismo árabe que puede verse muy claramente en la actualidad, y una sociedad que, a pesar de los pesares, está mucho más avanzada en medicina y pedagogía que la Europa de su mismo siglo: el XI.

  1. Los esclavos eunucos merecen una mención especial. Son hombres castrados con distintas pretensiones: para quitarles virilidad y doblegarlos, para que cuiden de las mujeres del harén sin sentir atracción sexual por ellas, para abusar de ellos en relaciones sodomitas... En absoluto, la existencia del eunuco en Persia es plato de buen gusto.
  2. La adaptación camaleónica de Robert J. Cole. La vida le entrega unas cartas y él las juega. Aprovecha al máximo su circuncisión y su asombrosa capacidad intelectual. En lugar de exigir que sea la sociedad musulmana la que se adapte y acepte cristianos, él se reinventa para penetrar en un mundo que sólo admite a quienes comparten sus ideas.

El libro de Noah Gordon permite suscitar un debate tan contemporáneo como el de los motivos por los que los cristianos se ven obligados a adoptar las costumbres musulmanas cuando se encuentran en sus países, y las razones por las que los musulmanes (en general) insisten en imponer su fe allá donde van y al margen de las normas y las costumbres de los países de tradición cristiana.

Robert J. Cole hizo una gran proeza: se esforzó en dominar «la Lengua» (el idioma de los judíos) y en aprender el de los persas. Se atuvo a las reglas que los musulmanes habían establecido en Persia y, cuando las vulneró, corrió el riesgo de ser juzgado según su ley.

En el siglo XXI, yo sé de muchos que exigen unas concesiones que ellos, en sus respectivos países, no se dignan a ofrecer a quienes no profesan sus creencias. Quizás, deberían tomar nota de El médico.

Una mujer de armas tomar

Por último, he de mencionar a Mary, la esposa escocesa de El médico. Su papel en la novela me ha resultado, a pesar de la gravedad de los acontecimientos que vive en primera persona, algo más secundario de lo que me hubiera gustado. Por otro lado, entiendo que la intención de Noah Gordon era centrarse exclusivamente en el personaje del médico al que alude el título. Sin duda, Robert J. Cole permite descubrir una realidad bastante intrincada y, me atrevería a decir, igual a la actual en lo que respecta a las discrepancias entre religiones. Una prueba más de que el tiempo no pasa por igual para todos los ámbitos de la sociedad.

No obstante, a pesar de echar en falta algo más de detenimiento y protagonismo en Mary, me quedo con la fortaleza de su carácter. No sólo Robert J. Cole hizo un tremendo esfuerzo por superar las barreras que amenazaban con impedirle prosperar —dejar de ser cirujano barbero para convertirse en médico—, sino que su mujer hubo de hacer otro tanto,

abandonando la idea de lucir su cabellera pelirroja y reemplazando las ondas de su pelo por un velo oscuro al estilo de una mujer judía.

¡Posible SPOILER! (Busque donde pone: Fin)

El regreso a Inglaterra y, posteriormente, a Escocia (que Mary tanto ansiaba) se produce en pleno contexto bélico: el sha de Persia, en su intento de ser Rey de Reyes, pierde su vida a manos del enemigo. No es momento de permanecer, con dos hijos pequeños que tienen, en un lugar que va a ser saqueado por los musulmanes que se oponen al sha; un país donde ni Mirdin ni Karim ni Ibn Sina siguen con vida.

Fin del posible spoiler

¡Enriquezca la lectura!

Como datos anecdóticos, quiero resaltar el origen del apellido Barber, que los ingleses deben a cirujanos barberos como Henry Croft en El médico.

También me gustaría mencionar el paralelismo entre Noah Gordon y su novela. El autor era (falleció hace unos años) de origen judío y, como Robert

J. Cole, parecía estar predispuesto a estudiar medicina. Sin embargo, el periodismo y la escritura fueron una vocación más poderosa y, gracias a su elección, podemos disfrutar hoy día de una reivindicación clara y justa del valor de la medicina en la literatura de ficción histórica.

Otro punto que merece una aclaración es el título original del libro. En español, a falta de una palabra que designe directamente a los doctores que no efectúan cirugías, physician se ha traducido como médico. El término

«médico» es bastante general y, en nuestro idioma, alude a cualquier tipo de doctor (cirujanos incluidos). En cambio, en inglés, physician designa al médico que no practica la cirugía. Es un modo, pues, de enfatizar que el doctor al que nos referimos no es un cirujano. Aunque Rob sí aprende cirugía con al-Juzjani, opta (igual que también hace Mirdin) por no especializarse en ella. The physician es, por ende, un título muy acertado para esta novela.

Finalmente, a modo de curiosidad, hago el siguiente inciso sobre Avicena. En El médico, Ibn Sina tiene dos esposas. Antes he comentado que Noah Gordon sólo incluyó en su historia dos personajes reales: Ibn Sina (Avicena) y al- Juzjani. Por consiguiente, estas dos esposas que el autor atribuye a Ibn Sina son fruto de su imaginación. Ahora bien, tal circunstancia no significa que Ibn Sina fuese monógamo. Al contrario, se sabe que era aficionado al vino y a las mujeres.

Agradecimientos

[...] decía Cervantes: saber sentir es saber decir. Palabras de Luis Landero en su libro El huerto de Emerson. Yo espero haber sabido decir lo que esta

lectura me ha hecho sentir. Muchas gracias por dedicar tiempo a este artículo. ¡Nos vemos en la siguiente ocasión!

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