Hay libros que llegan como quien llama a la puerta con una sonrisa y una flor en la mano, sin estruendo ni alarde, aunque con la certeza de quien sabe que trae algo valioso. Así es La nostalgia, ese drama por fascículos, de Juan Antonio Rivera Gorjón (1970): un ramillete de sonetos que no buscan deslumbrar con fuegos de artificio, sino acompañar con la luz tibia de una lámpara encendida en la mesilla de noche. No se impone, se ofrece. No grita, susurra. Y en ese susurro hay una música antigua y nueva, una voz que parece brotar de la memoria y del presente al mismo tiempo.
Este poemario es un regalo lírico singular. En primer lugar, por su forma: está compuesto íntegramente en sonetos, como si cada poema fuera una pequeña catedral de palabras, levantada con la precisión del arquitecto y la emoción del peregrino. Reivindicar el soneto hoy, en la poesía contemporánea, no es un gesto de nostalgia vacía, sino un acto de fe en la palabra medida, en la cadencia que ordena el pensamiento y lo eleva. El soneto, con su andamiaje de catorce versos, es una de las arquitecturas más nobles de la forma poética: en su recinto caben el mundo y su eco, la herida y su consuelo, la idea y su música. Es fórmula que no encorseta, sino que da vuelo; es disciplina que no aprieta, sino que afina. Rivera Gorjón lo sabe y lo demuestra: cada uno de sus poemas es prueba de que la tradición no es una jaula, sino una raíz.
Pero no es solo la forma lo que deslumbra: es la hondura humana que rezuma en cada verso, en cada pausa, en cada silencio entre estrofa y estrofa. La obra, galardonada con el Premio Nacional de Poesía Eladio Cabañero (2025), armoniza el rigor métrico con un lenguaje cercano, casi de conversación entre amigos. Y lo hace sin perder ni un ápice de musicalidad. Al contrario: le insufla un ritmo propio, como quien le da cuerda a un corazón para que palpite al compás de la emoción. Estos poemas no se leen: se escuchan, se sienten, se viven. En ellos, la nostalgia es estética y verdad; no es lamento, sino memoria viva. Un drama, sí, pero contado por entregas y con sus toques de humor, como si el dolor también necesitara pausas para respirar.
Cada soneto parece escrito con la tinta de la experiencia y el papel de la ternura. Hay versos que acarician, otros que pellizcan, y muchos que simplemente se quedan a vivir en el lector, como huéspedes silenciosos. El autor no se oculta tras máscaras de cartón ni se viste con el ropaje solemne del poeta impostado. Tampoco cae en la trampa de lo vulgar. Es como una ventana abierta al barrio: lo que sucede en la calle entra con su ruido y su ritmo, pero aquí se dice con arte, con verdad, con esa naturalidad que no necesita disfraz.
Editorial Cuarto Centenario ha sabido vestir el contenido de esta obra con la dignidad que merece: una edición hermosa para un libro que es, en sí mismo, un acto de belleza.
En suma, recomendar La nostalgia, ese drama por fascículos, de Juan Antonio Rivera Gorjón, es invitar a leer con el corazón abierto y el oído atento, para que resuenen los versos cálidos, cercanos, que respiran autenticidad y memoria. Leerlo es reencontrarse con el soneto como forma viva, como arquitectura del alma, y descubrir que la nostalgia, cuando se escribe con verdad, no duele: acompaña. Llevar este libro en la mochila es llevar un compañero de viaje que sabe decir lo que sentimos cuando no encontramos las palabras. Y que no haya prisa para leerlo: mejor hacerlo con calma, con cariño y con la certeza de que en cada página hay un pedacito de vida que, al nombrarse, nos nombra.
