Las claves de la novela ‘Eco de verdad’

La imaginación volvió una noche cualquiera, sin avisar, con una idea tan sencilla como peligrosa: ¿Y si la mentira tuviera consecuencias reales? De esa chispa nació Eco de verdad

J. de Haro
20 de Octubre de 2025
Guardar
J. de Haro 1

El escritor murciano nos regala algunos detalles de su novela Eco de verdad, una obra en donde se inventa un virus para ponerle final a la mentira que lo domina todo. En tiempos de bulos, estamos ante una historia esencial. En las siguientes líneas, descubriremos el porqué de la novela, la biografía del autor y un adelanto exclusivo.

¿Quién es J. de Haro?

Nací en Puerto de Mazarrón, Murcia. Electricista de profesión y escritor por vocación. Intento combinar mi trabajo diario en instalaciones eléctricas con mi necesidad por contar las locuras que pasan por mi cabeza.

Hubo un tiempo en que las tardes se pasaban sin prisa, sentados frente a una ya desaparecida confitería del Puerto de Mazarrón. Aquel pequeño rincón era nuestro mundo. No había pantallas ni planes, solo un grupo de amigos y una imaginación que parecía no tener techo.
Inventábamos historias absurdas, soñábamos con tener una moto de 125 o un Golf GTI, o con dirigir un equipo de Primera División. Éramos adolescentes con sueños imposibles, pero felices soñando. A veces las risas duraban horas, y otras, el silencio bastaba para seguir imaginando.

Sin saberlo, en aquellas tardes se estaba encendiendo algo que muchos años después volvería a brillar: la necesidad de crear, de contar, de dar forma a todo lo que solo existía en la mente.

A medida que pasaron los años, aquellos sueños absurdos se fueron transformando. La vida empezó a poner los pies en el suelo, pero la mente nunca dejó de mirar hacia arriba. Cambiaron las tardes de charla por los días de trabajo, los cuadernos imaginarios por herramientas reales, y los sueños por responsabilidades.

Me convertí en electricista, un oficio que me enseñó mi padre.  Aprendí que detrás de cada instalación hay algo más que cables: hay confianza, precisión, compromiso y, sobre todo, luz. Esa luz que siempre me fascinó desde niño y que, sin darme cuenta, se convirtió en una metáfora constante de mi manera de entender el mundo.

Durante años, la imaginación quedó en segundo plano. No porque desapareciera, sino porque se escondió entre rutinas y proyectos, esperando el momento de volver. Y volvió. Una noche cualquiera, sin avisar, con una idea tan sencilla como peligrosa: ¿Y si la mentira tuviera consecuencias reales?

Escribir Eco de verdad me enseñó que la literatura no pertenece a una élite, sino a cualquiera que tenga algo que decir y el valor de contarlo. Me recordó que la luz no sirve de nada si no se enciende, igual que la verdad no sirve si se calla

De esa chispa nació Eco de verdad. Una historia que, más que una novela, fue una necesidad. La de decir lo que muchos sienten: que la verdad está herida, pero no muerta; que aún puede brillar si alguien se atreve a encenderla. Escribirla fue como volver a aquellas tardes frente a la confitería, solo que esta vez los sueños no eran de coches ni de fútbol, sino de un mundo mejor. Un mundo donde la honestidad volviera a tener valor. Hoy sigo siendo electricista. Sigo trabajando con las manos, con la luz, con la energía. Gracias a la escritura he descubierto que no hay tanta diferencia entre los dos caminos: en ambos busco lo mismo, que algo funcione, que algo ilumine.

Escribir me ha enseñado que la imaginación no se pierde con los años, solo cambia de forma. Que la verdad, igual que la luz, necesita un impulso para encenderse. Y que todos, de una manera u otra, buscamos eso: una chispa que nos recuerde quiénes somos.

Ahora miro hacia adelante con la ilusión de seguir escribiendo historias que conecten con la gente real, con quienes trabajan, sueñan, dudan o resisten. Porque la literatura, igual que la electricidad, cobra sentido cuando consigue iluminar la vida de alguien, aunque sea por un instante.

J. de Haro 2
 

Así nació ‘Eco de verdad’

Nunca imaginé que una simple pregunta —esa que a veces se colaba en mi cabeza sin pedir permiso— acabaría transformándose en una novela. ¿Por qué mentir es tan fácil, y no tiene consecuencias? Esa idea se instaló en mí como un ruido de fondo, constante, como un zumbido eléctrico imposible de ignorar. Al principio no sabía qué hacer con ella, hasta que entendí que lo que me estaba pidiendo no era una respuesta, sino una historia.

Yo no vengo del mundo de la literatura. Vengo del mundo de los cables, las herramientas y las luces LED. En mi mundo las mentiras tienen consecuencias. Si le fallo o le engaño a un cliente, ese cliente probablemente dejará de contar conmigo. En la política, en cambio, las mentiras a menudo parecen no tener consecuencias visibles.

Recuerdo el día en que Eco de verdad empezó a tomar forma. No fue en un despacho, ni en un retiro de escritura, sino en mi furgoneta, de camino a un trabajo en Mazarrón. Escuchaba las noticias, una detrás de otra, todas llenas de medias verdades, contradicciones y justificaciones absurdas. Apagué la radio. Y pensé: si mentir enfermara, el mundo sería muy distinto. Esa frase fue el primer ladrillo. Lo demás vino poco a poco, casi sin darme cuenta.

Por las noches, cuando la casa dormía, abría el portátil y escribía. A veces solo una página. A veces, solo una frase. Pero cada línea me servía para liberar algo. Empecé a construir personajes que representaran distintas formas de verdad y mentira. Pedro, el idealista que se atreve a hacer lo impensable; Marc, el bohemio que encuentra sentido en lo imposible; Irene, la científica que convierte la ética en materia; y Raúl, el hombre roto que busca redimirse. Ellos fueron apareciendo sin que los llamara. Y con ellos nació ECO, el virus digital que castiga la mentira. Un concepto tan inquietante como necesario.

Durante meses, compaginé la escritura con mi trabajo. Había días en que pasaba ocho horas bajo el sol, instalando cableado o diseñando iluminación, y por la noche me sentaba frente al ordenador, agotado, pero con la cabeza llena de ideas. No fue fácil. Hubo momentos en que pensé en dejarlo, en que me pregunté si alguien querría leer algo escrito por un electricista que hablaba de ética, tecnología y conciencia. Pero cada vez que dudaba, me volvía esa frase: si mentir enferma a una sociedad entera, ¿por qué no debería enfermar a quienes causan esa enfermedad?

El proceso fue tan técnico como emocional. Revisé, corregí, eliminé capítulos enteros y volví a escribirlos desde cero. Quería que la historia fluyera como una corriente limpia, sin resistencias, con la tensión justa para mantener viva la chispa. A veces sentía que la novela me escribía a mí: que las decisiones de los personajes eran más honestas que muchas de las que veía en la vida real.

Cuando terminé el primer borrador, lo guardé sin releerlo. Necesité unos días para entender lo que había hecho. No era solo una novela: era una forma de decir lo que muchos piensan y pocos se atreven a expresar. Eco de Verdad no habla solo de mentiras políticas, sino de esas pequeñas falsedades cotidianas que todos justificamos: la mentira al jefe, al amigo, a la pareja. Es un espejo incómodo.

Después vino la parte que menos esperaba: compartirla con los demás. Ver cómo lectores reales se reconocían en la historia, cómo algunos se enfadaban y otros se emocionaban. Me sorprendió descubrir que lo que más impactaba no era el virus, sino el mensaje: que la verdad, aunque duela, sana.

Al final, escribir Eco de verdad me enseñó que la literatura no pertenece a una élite, sino a cualquiera que tenga algo que decir y el valor de contarlo. Me recordó que la luz no sirve de nada si no se enciende, igual que la verdad no sirve si se calla.

Hoy miro hacia atrás y veo que aquel ruido de fondo, aquella pregunta, se convirtió en un eco que ya no se puede apagar. Y ese eco sigue sonando. Por eso, ahora que preparo la segunda parte, siento que no cierro una historia, sino que abro otra forma de entender la justicia y la redención.

Escribo desde el mismo lugar de siempre: desde mi taller, entre herramientas y proyectos eléctricos. Encuentro cada día las similitudes entre la electricidad y la escritura. Porque, igual que la luz, la verdad solo existe cuando alguien decide encenderla.

Portada libro
 

Adelanto de la novela

Jugaba una sola mujer… contra todo un pueblo.

Pedro estaba en casa, frente a la pantalla, con Raúl a su lado y el portátil abierto sobre las rodillas. Irene y Marc seguían todo desde el laboratorio, listos para monitorizar la reacción.

La ministra entró en la sala de prensa sin móvil, sin tableta, sin reloj. Solo un papel doblado en la mano. Intentaba parecer segura.

Pero la piel, bajo las luces, ya mostraba el sudor que vendría.

—Gracias por acudir. Comparezco hoy para explicar las medidas fiscales adoptadas por este Gobierno…

Pedro no pestañeaba.

Sabía que ECO estaba escuchando. Que no hacía falta más.

Solo una mentira.

—…medidas necesarias, responsables, con vocación social…

Una gota de sudor le recorrió la sien.

—…pensadas para proteger a las familias…

La voz se le quebró por un segundo. Tosió. Tosió otra vez.

Raúl contuvo el aliento.

—…especialmente a las clases medias y trabajadoras…

Y entonces pasó.

La ministra se detuvo. Se tambaleó. Intentó continuar, pero los ojos se le nublaron.

La mano que sujetaba el papel tembló como una rama en mitad de una tormenta.

El folio cayó al suelo. Ella también.

El golpe seco de su cuerpo contra el mármol se escuchó por los altavoces.

Un silencio helado recorrió el país.

Un segundo de vacío.

Y luego… el estallido.

Los bares gritaron. En las oficinas se levantaron de las sillas. En las casas se abrazaron.

Gente riendo, llorando, celebrando.

Como si España hubiera metido un gol en el último minuto de una final.

Como si hubieran ganado algo que ya no creían posible.

Porque por primera vez, alguien del poder caía por mentir.

Y no caía metafóricamente.

Caía. De verdad.

En el salón, Raúl se tapó la boca con la mano.

—No me lo puedo creer… ha sido ECO.

Pedro no dijo nada.

Solo bajó la mirada al portátil, donde los datos biológicos se alineaban con las líneas de código.

ECO tecnológico también actuó. En cuanto detectó la desviación, intentó extraer la información de los dispositivos habituales: móvil, tableta, reloj inteligente. Como siempre, el protocolo se activó. Localizó, accedió, descargó, envió. Todo en segundos. Los dispositivos explotaron al final del proceso, como de costumbre.

Pero esta vez, no había nada en la sala.

La ministra no llevaba dispositivos.

Pero ECO biológico sí.

Estaba en su sangre. En su voz. En su mentira.

Irene escribió desde su canal seguro:

Está confirmado. La sincronización funciona. Es inmediato. Preciso. Imposible de evitar.

Pedro se levantó del sofá. Caminó hasta la ventana.

La calle estaba en silencio, pero él lo sentía: algo había cambiado

No era solo una victoria.

Lo + leído