La fama es una de esas divisas arbitrarias que nunca termina de ajustarse al verdadero valor de las cosas. En literatura, como en casi todo, no siempre la notoriedad camina de la mano del mérito. El contraste entre Juan José Millás y Alejandro Dolz lo ilustra con nitidez: el primero, figura consagrada, columnista leído por cientos de miles, escritor que ha merecido premios y traducciones; el segundo, profesor de Cuenca, promotor cultural y poeta apenas conocido fuera de círculos reducidos, pero de una intensidad literaria que asombra cuando uno abre sus páginas.
Millás pertenece al territorio de lo “demasiado”: demasiado visible, demasiado citado, demasiado analizado. Su voz, tantas veces lúcida, ha ocupado durante décadas suplementos, entrevistas, jurados, mesas redondas. Su obra narrativa ha definido una forma de realismo extraño que ha marcado a generaciones de lectores. Nada que objetar, salvo quizá que la sobreexposición convierte en paisaje lo que alguna vez fue descubrimiento. Su última novela, Ese imbécil quiere escribir una novela, parece un guiño a la vanidad literaria: Dolz, en su territorio del “apenas”, no “quiere escribir", escribe. No hace falta que lo proclame con un título ingenioso: su Poesía Vertical y sus Hábitos de la mirada demuestran que lo suyo no es querer, sino ser, y ahí es donde su brillo se vuelve evidente.
El nombre de Dolz circula con timidez, casi en secreto, como si su destino fuese el de los autores que no necesitan gritar para ser escuchados. Quienes se acercan a sus libros descubren de inmediato una literatura que no busca el aplauso fácil, sino la hondura. En Poesía Vertical hay una voluntad de ascender desde lo inmediato hacia lo esencial, versos que invitan a la meditación, al recogimiento, a ese silencio fértil que pocas veces concede la vida cotidiana. Hábitos de la mirada, por su parte, funciona como una pedagogía del ojo: aprender a mirar lo obvio hasta que se vuelve revelación, entrenar la atención para descubrir que el mundo aún puede sorprendernos.
La escritura de Dolz tiene algo que la fama rara vez regala: autenticidad sin cálculo. No escribe para ocupar un espacio mediático, sino porque el poema le resulta imprescindible. Y cuando uno lee sus páginas, advierte que lo imprescindible se transmite, se contagia, como una forma de respiración compartida.
“¿Por qué dar nombre a lo que no existe y desearlo?” (Dolz)
“Crecí en un entorno áspero en el que todo se iba a arreglar. Me ha quedado ese tic. El de que todo se va a arreglar. Aún a mis años sigo pensando que todo se va a arreglar.” (Millás)
A ambos les envío mi afecto. A ambos aplaudo. Con ambos me identifico.
Excélsior.