Esencia en el Teatro Español: un duelo interpretativo de altura

22 de Octubre de 2025
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Foto Esencia teatro
Título: Esencia. Autor: Ignacio García May. Dirección: Eduardo Vasco. Intérpretes: Juan Echanove y Joaquín Climent. Escenografía y atrezo: Carolina González.  Música: Eduardo Vasco. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Producción: Teatro Español y Entrecajas Producciones Teatrales. 

Eduardo Vasco, para alzar el telón de la temporada en el Teatro Español, nos ofrece un verdadero monumento escénico que honra al teatro de la palabra con Esencia, de Ignacio García May.

El gran Federico García Lorca, cuya estatua se erige en la plaza de Santa Ana, frente al Teatro Español, dijo: “El teatro es una escuela de llanto y de risa, y una tribuna libre donde los hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equívocas y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y del sentimiento.” Con estas palabras nos muestra su visión del teatro como espacio de libertad, emoción y conciencia social; no como mero entretenimiento, sino como forma de revelación y comunión humana. En esa línea se presenta Esencia, una pieza introspectiva que se adentra en los territorios difusos de la memoria, la percepción y la identidad. Una obra enigmática y reveladora que justifica la verdad del teatro de la palabra como arte de la presencia y del pensamiento.

En un tiempo en el que la escena está dominada por la imagen y el vértigo, el teatro de la palabra se alza como un acto de resistencia. Frente al espectáculo de lo grandilocuente, este teatro apuesta por lo mínimo: dos cuerpos, dos voces, un espacio compartido. No hay efectos especiales, ni escenografías deslumbrantes, ni coreografías espectaculares. Solo el verbo. Solo el diálogo. Solo el temblor de una pregunta lanzada al otro. Una respuesta argumentada. Un juego de engaños.

Este teatro no necesita más que una mesa, dos sillas y dos actores que se miren a los ojos. En esa mirada, en ese cruce de palabras, se juega todo: la verdad, la duda, la memoria, la herida, la esperanza. Es un teatro que se construye en el tiempo real del pensamiento, donde cada réplica es una tentativa de comprender, de convencer, de resistir o de dudar.

La acción no está en el movimiento, sino en el argumento. Cada frase es una batalla, cada silencio una trinchera. Como en el duelo entre Creonte y Antígona, entre Segismundo y Clotaldo, entre Fouché y Talleyrand en La cena, entre Juan y Andrés en La Fundación, o entre los dos amigos de Esencia, verdadero reto dialógico, en el que se entrecruzan no solo ideas, sino modos de estar en el mundo.

Y lo mejor para el espectador es que este teatro exige una escucha activa, una complicidad intelectual y emocional. No se trata de ver, sino de oír y de pensar. Es un teatro que no da respuestas, sino que siembra preguntas. Que no entretiene, sino que convoca. Que no adormece, sino que despierta.

En su aparente desnudez, el teatro de la palabra es un arte de la plenitud. Porque cuando la palabra se encarna en la voz de un actor verdadero, cuando vibra en el aire compartido de la escena, se convierte en acto, en presencia, en revelación.

Eso es lo que nos ofrece esta exquisitez que ha cocinado Eduardo Vasco con pocos, pero maravillosos ingredientes: el texto de García May y la interpretación concertante de dos grandes actores: Joaquín Climent y Juan Echanove.

Esencia es un gran texto que podemos calificar de misterioso, enigmático y revelador. En la trama nos encontramos con una situación que recuerda a Esperando a Godot: dos viejos amigos, Pierre y Cecil, se reencuentran tras años de distancia. A través de una conversación cargada de recuerdos, silencios y confidencias, esperan la llegada de un misterioso autor que nunca aparece… o que quizá ha estado presente desde el principio. La obra, en palabras del director, es “un texto que habla sobre la realidad (o las realidades) y sobre la importancia del lenguaje, y que no solo transmite pensamiento y belleza, sino que tiene esa rara capacidad de transportarnos y transformarnos. (…) Es un texto que nos retrata y, a la vez, plantea cuestiones fundamentales que nos inquietan, y lo hace desde la inteligencia, sin recurrir al dogma o a la habitual receta fácil.” El contenido explora la fragilidad de la realidad, el tiempo como construcción subjetiva y la memoria como territorio incierto. Es un laberinto escénico donde lo íntimo se convierte en reflexión universal. Pero no pensemos que esta es una obra solo para intelectuales, para gente culta o para apasionados teatreros. No. Es apta para toda persona que quiera escuchar y comprender que el juego de la palabra también puede ser deleitoso y apasionante.

Eduardo Vasco realiza una dirección sobresaliente con lo mínimo (si por mínimo consideramos un gran texto y dos magníficos actores). Apuesta por una escena sobria, un espacio vacío: una mesa y dos sillas, dando todo el protagonismo a la palabra y al arte teatral del actor. Es evidente que un texto puro diálogo y sin acción presenta dificultades de dirección, pero todas se salvan con pequeños movimientos en escena: un cambio de chaqueta, un vaso de agua o levantando a los actores de la mesa para conseguir que el diálogo no se reduzca a un tú-yo, yo-tú de hablar y responder.

La escenografía de Carolina González sigue ese mismo camino de sobriedad, creando el ambiente propicio para la conversación de los protagonistas. La iluminación que propone Miguel Ángel Camacho sirve para eso: destacar sin distorsionar. La música original del propio Vasco es como el contorni sabroso de un plato exquisito.

Con todos esos ingredientes con los que se pergeña el espectáculo, los personajes Pierre y Cecil, interpretados por Juan Echanove y Joaquín Climent, son verdaderos bocatti di cardinale dramáticos para cualquier actor. El duelo interpretativo es de alta intensidad entre dos personajes que son apetitosos. El desafío actoral es evidente. Aquí importa mucho más que otras cosas el “buen decir”. Y a fe que ambos lo logran con creces. Climent dibuja extraordinariamente ese personaje entre periodista y escritor de bestseller un poco desaliñado y confuso, al que la realidad o le abruma o no termina de entender. Está excelente en su papel. Echanove, no sé si realiza el papel de su vida, pero yo no le había visto así desde aquella interpretación de El cerdo que hizo hace años; lo veo ahí como un Rodero o un Marsillach. Está soberbio con la palabra (es relevante su claridad y agilidad de voz, no exenta de ornamentación) y con el gesto, con una actuación contenida a veces y expansiva otras, con una riqueza de matices magnífica, que convierte el texto —con el control de las pausas incluido— en una verdadera experiencia sensorial.

Esencia es teatro esencial, valga el juego de palabras. El teatro que conmueve y divierte, que argumenta y anima, es aquel donde el verbo se alza como columna vertebral de la emoción humana. Desde los coros de Sófocles hasta los silencios cargados de Beckett, desde las pasiones de Calderón hasta los duelos verbales de Esencia, este teatro encarna la palabra como acto, como cuerpo, como latido. No necesita más que dos voces enfrentadas en la penumbra para encender el alma del espectador: una pregunta, una réplica, un suspiro que se convierte en revelación. Porque si en el origen de la humanidad “el Verbo se hizo carne”, en el escenario del Español el verbo se hace teatro, y en ese instante sagrado, el pensamiento se vuelve presencia, y la emoción, verdad compartida.

Vayan a ver esta obra si pueden. No hay muchas fechas. Teatro como este no se tiene al alcance de la mano todos los días.

Foto Esencia teatro
Título: Esencia. Autor: Ignacio García May. Dirección: Eduardo Vasco. Intérpretes: Juan Echanove y Joaquín Climent. Escenografía y atrezo: Carolina González.  Música: Eduardo Vasco. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Producción: Teatro Español y Entrecajas Producciones Teatrales. 

 

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