20 de octubre de 2025. Siete de la tarde. Tenía que estar sentado en una mesa redonda de Getafe Negro, en la biblioteca Antonio Mingote. Pero estoy en una iglesia, en la de San Juan de la Cruz donde se celebra el funeral por Daniel de la Sota, mi primo. Jamás fallo cuando me comprometo a algo, nunca lo he hecho aunque una vez una mano negra me acusó, falsamente, de ese pecado. Jamás fallo.
Pero esta vez me era imposible cumplir el compromiso. Porque el alma, el amor, es lo primero. Y Daniel, mi primo, incluso muerto, necesitaba que yo estuviese en esa iglesia, que abrazase a sus hermanos (son todos fantásticos, aunque José es, lo confieso, mi más favorito), y a su viuda, Cristina. Teníamos pendientes, los tres, que yo viajase a su casa de Málaga para escribir un cuento en el cuarto que decidieran asignarme. ¿ME DEJAS UN CUARTO PARA ESCRIBIR UN CUENTO?
Es un proyecto que empecé hace años, pero hasta la fecha sólo he conseguido que me dejen la casa completa para mí solo, y he utilizado las de Antonio Orbe, en El Escorial, y la de Marta Campoamor, en Madrid, calle Maldonado. Daniel y Cristina me habían ofrecido, por fin, simplemente un cuarto. Iré a ese cuarto, escribiré un cuento, relato, inspirado en algo que tenga que ver con ese cuarto, lo publicaré en este mismo periódico y se lo dedicaré a Daniel. Yo nunca fallo cuando me comprometo a algo.

Y por eso me dolió tener que hacerlo, tener que llamar a Silva, Lorenzo Silva, mi mejor amigo en el mundo literario, y luego a Maika Rivero, que es quien se encarga actualmente de comisariar (verbo extraño) el festival de novela policíaca más importante de Madrid. Me ofrecí, intentando compensarles, a participar en cualquier otra mesa, pero ya estaba todo cerrado desde mucho tiempo atrás. Maika es una organizadora minuciosa y eficaz. Pido perdón a todos mis compañeros de mesa: Marta Robles, Pedro Herrasti, Fernando Benzo y Bárbara Ruiz. Lo siento.
Fui en un taxi hasta la iglesia. Un momento antes había mirado mi agenda: dos anotaciones en el mismo día y a la misma hora. Pero estaba claro lo que debía hacer. El corazón, el amor, la familia: lo primero. Daniel de la Sota, que sigues vivo en tus hijos, y en tus hermanos y amigos, también vivirás en mí, en mi pequeñez y optimismo. Cuando alguien mire mis zapatos, y los vea inmaculados, será porque voy a lustrarlos cada día, como un homenaje y un eco a ti, a mi primo el gentleman, que no dejaba a su madre, mi maravillosa y bellísima tía, Sara Ríus Taylor, que le planchase los pantalones porque no lo hacía suficientemente bien. Siempre iba hecho un pincel, sereno seductor, cómodo dentro de sí mismo, Daniel de la Sota, mi amado primo.