Detrás de cada estrella hay un lugar sombrío, casi aterrador, como una casa con desconchones, y también sinsabores familiares, frustraciones personales y traumas de infancia insalvables. La diferencia entre unos y otros, entre unas estrellas del rock y otras, es que algunos, los menos, están dispuestos a mostrar esa cara B de sus vidas como una forma de exorcismo que los catapulte a lo que realmente siempre han querido ser más allá de simples mitos musicales que arrastran al deliro a millones y millones de seguidores en todo el planeta. Bruce Springsteen (Long Branch, New Jersey, EEUU, 1949) es una de esas rarezas que rompen con el molde preestablecido por la industria discográfica y musical.
Ni en el mejor de sus sueños, Picasso, Joyce, Stravinski y otros genios del pasado siglo veinte habrían podido imaginar una legión de enfervorecidos fans como los que han tenido bandas musicales como The Beatles o Rolling Stones, o leyendas del pop como Michael Jackson, sin ir más lejos. Bruce Springsteen y su legendaria E Street Band son un caso aparte. Y lo son precisamente porque el artista de New Jersey decidió premeditadamente que era en esa cara B donde se ocultaba la verdadera esencia de todo artista. Y él, además de descubrirlo, intentó ahondar en ella para desentrañarla, y al mismo tiempo desentrañarse a sí mismo.
El lector y el espectador de Deliver me from nowhere podrá conocer al auténtico Bruce, una persona con una creatividad musical desbordante al que le duele el dolor de las personas, que sufre junto a gente común y corriente, capaz de aglutinar el sentir de todo un país
Y de eso va la película Springsteen. Deliver me from nowhere, dirigida por Scott Cooper, basada en el excepcional libro del músico y escritor Warren Zanes con el mismo título sobre “La historia y creación de ‘Nebraska’”, editado en España por NeoPerson Sounds. El lector y el espectador, sea o no seguidor del rockero autor de himnos musicales imperecederos como Born to run o Thunder road, podrá conocer al auténtico Bruce, una persona con una creatividad musical desbordante al que le duele el dolor de las personas, que sufre junto a gente común y corriente, capaz de aglutinar el estado de ánimo de todo un país en sus letras y canciones, pero que rascando apenas un poco en su psique mostraba a una persona frágil, con mil demonios aún por desterrar de los lugares más recónditos de su mente. La relación de amor odio con su padre, un obrero humilde de la América profunda con una enfermedad mental, y su incontenible pasión por las nuevas músicas que proliferaban ya a mediados del siglo pasado en su país marcaron una carrera que, aún hoy, arrastra a millones de seguidores en todo el mundo y aún llena a rebosar estadios de fútbol, rendidos a unas canciones que son más que una declaración de intenciones: ante todo, una forma de vida.

El gran acierto de la película pasa en primer lugar por haber captado a la perfección el ambiente y la senda que marca Warren Zanes en su libro, donde ha plasmado reflexiones personales del propio Bruce, así como una docena de entrevistas a célebres artistas y expertos musicales. También recorre la influencia en el Bruce de Nebraska de lecturas como los relatos de Flannery O’Connor o la película Malas tierras, de Terrence Malick.
La película está interpretada de manera soberbia por Jeremy Allen White, que incluso se atreve con acierto a cantar e imitar el torrente roto de voz del cantante. La clave de libro y película pasa por haber puesto el foco únicamente en un momento concreto de la biografía del rockero, de 76 años en la actualidad, exactamente en el proceso de creación del disco Nebraska, el sexto de su producción, publicado en el año 1982, cuando Bruce venía de triunfar con el mítico doble disco The River, considerado por muchos expertos el mejor trabajo de rock de todos los tiempos. Al artista se le presentaban dos caminos contrapuestos por delante: o seguir por esa senda del éxito con himnos rockeros atronadores que se instalan en el cerebelo de sus seguidores hasta llevárselos a la tumba, o parar en seco y preguntarse a dónde quería ir realmente. Springsteen optó por esta segunda senda, la que nunca pensó su gran amigo y productor Jon Landau que tomaría y ni mucho menos la potente discográfica Columbia para la que trabajaba, que ya se frotaba las manos con un hipotético nuevo bombazo que arrasaría las listas de éxitos de todas las radios planetarias.
Esto pasaría poco después con Born in the USA, pero de momento tendría que esperar y contentar muy a su pesar al rockero. Paradójicamente, y en contra de lo previsto, el íntimo, desgarrador y rompedor Nebraska, cuya leyenda continúa más de 40 años después, logró instalarse en el tercer puesto en las listas de éxitos de Billboard 200 en Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido. No es poco, pese a haberse grabado de forma íntima y rudimentaria en una apartada casa de Colts Neck, en su New Jersey natal, en una cinta de casete con una ya también mítica grabadora TEAC 144 de cuatro pistas.
Algunas de las escenas de la película de Cooper llegan a emocionar al espectador, como la charla íntima con su inseparable Jon Landau o el encuentro de un Bruce ya triunfador junto a su padre en los camerinos después de un concierto. Y también lanza un potente mensaje: cualquier persona puede caer presa de una dolencia mental. Solo pidiendo ayuda y dejarnos guiar por un profesional nos puede sacar del hoyo oscuro del que creemos por momentos no poder salir jamás.
El resto ya es historia de la música. Así hasta hoy, hasta el próximo concierto. Siempre on the road.