Donald Trump anunció, en un gesto tan inesperado como calculado, que se reunirá “próximamente” con Vladímir Putin en Budapest para “poner fin a la guerra entre Rusia y Ucrania”. El mensaje, publicado en su red social Truth Social, llega en vísperas de su encuentro en la Casa Blanca con Volodímir Zelenski, y reconfigura, una vez más, el tablero diplomático mundial bajo su particular estilo de política exterior: personalista, imprevisible y mediática.
Será la segunda vez que los líderes estadounidense y ruso se vean las caras desde el encuentro de agosto en Alaska, una cita que generó más titulares que resultados concretos. Ahora, con la guerra de Ucrania estancada y la reciente tregua en Gaza reivindicada por Trump como “su logro de paz”, el presidente busca proyectar una narrativa de pacificador global.
Una cita cargada de simbolismo
La elección de Budapest no es casual. Viktor Orbán, primer ministro de Hungría y uno de los más firmes aliados europeos tanto de Trump como de Putin, se apresuró a ofrecer su capital como sede del encuentro. “Estamos preparados. Es una gran noticia para los amantes de la paz del mundo”, escribió en la red X. Orbán, cuyo nacionalismo iliberal ha sido modelo y espejo para Trump, aspira a que Hungría se consolide como mediador alternativo entre Oriente y Occidente, un papel que la Unión Europea mira con recelo.
Para el Kremlin, la cita representa una oportunidad de legitimar a Putin en el escenario internacional tras años de aislamiento. Para Trump, en cambio, Budapest ofrece una puesta en escena perfecta: un líder fuerte negociando la paz con otro líder fuerte, sin la intermediación de burócratas ni alianzas multilaterales.
Zelenski entre la presión y la esperanza
Mientras tanto, Zelenski llega a Washington con una mezcla de cautela y urgencia. En su cuenta de Telegram, el presidente ucraniano no disimuló su desprecio por Putin (“no es más valiente que Hamás o cualquier otro terrorista”) ni su esperanza en que Trump pueda “dar un impulso” a la paz, inspirado en el modelo de Gaza.
Zelenski sabe que su margen de maniobra se reduce. La posibilidad de que Estados Unidos suministre misiles Tomahawk a Ucrania, mencionada esta semana por Trump, ha generado inquietud tanto en Moscú como en algunos sectores del Pentágono. Putin, según el Kremlin, advirtió durante su llamada telefónica con Trump que un envío de Tomahawks supondría una “nueva escalada”. El tema será uno de los ejes de la reunión con Zelenski en la Casa Blanca.
El líder ucraniano, por su parte, ha convertido esos misiles en símbolo de la resistencia. “Moscú se apresura a dialogar cuando oye la palabra ‘Tomahawks’”, ironizó antes de su viaje, subrayando que el lenguaje de la fuerza sigue siendo la única gramática que Rusia entiende.
Estrategia Trump: improvisación calculada
Trump se presenta como el artífice de una diplomacia “basada en resultados”, pero su método recuerda más a un juego de equilibrios mediáticos que a una negociación estratégica. Su anuncio de la reunión con Putin, justo antes de ver a Zelenski, le permite aparecer simultáneamente como aliado de Ucrania y mediador con Rusia, consolidando una posición que le otorga el papel central en ambos frentes.
En política exterior, su lógica sigue siendo transaccional: el poder se mide por la capacidad de sorprender y de dominar la narrativa. Si el alto el fuego en Gaza (negociado con Qatar y Emiratos) le ha permitido presentar un triunfo de paz, ahora busca replicar esa fórmula en Europa del Este, aunque el contexto sea mucho más complejo.
Los analistas dudan que la reunión en Budapest produzca un avance real. Las posiciones siguen inamovibles: Moscú exige el reconocimiento de sus anexiones y garantías de seguridad frente a la OTAN; Kiev demanda la retirada total de las tropas rusas y garantías de defensa duraderas. Ninguno de esos objetivos parece alcanzable en una cumbre bilateral improvisada, sin la participación de la Unión Europea ni del propio Zelenski.
Pero Trump no busca necesariamente resolver la guerra. Busca dominar su relato. Al presentarse como el único líder capaz de hablar con ambos bandos —y de hacerlo fuera de los marcos institucionales tradicionales—, redefine el rol de Estados Unidos en el orden internacional posliberal: menos multilateralismo, más espectáculo; menos diplomacia clásica, más política de caudillo.
Cálculo de poder
En el corto plazo, el encuentro en Budapest puede ofrecer réditos políticos inmediatos: distraer la atención de los problemas internos en Washington, proyectar liderazgo y consolidar su alianza con figuras autoritarias como Orbán. A largo plazo, sin embargo, el riesgo es evidente. Cada movimiento unilateral erosiona los mecanismos internacionales que, por frágiles que sean, han evitado una confrontación directa entre potencias nucleares.
La pregunta, entonces, no es si Trump logrará la paz, sino qué tipo de paz busca. Si la diplomacia del “trato” sustituye al consenso, y la paz se convierte en un espectáculo con guion improvisado, el precio de la negociación podría ser tan alto como la guerra que pretende terminar.