Donald Trump gira de nuevo en su discurso: Estados Unidos abrirá las puertas a 600.000 estudiantes chinos en sus universidades, una cifra que más que duplica los aproximadamente 277.398 estudiantes de China que estudiaron en el país norteamericano en el curso 2023-2024.
Lo sorprendente del asunto es que este gesto viene de quien durante su primer mandato endurecía precisamente las restricciones para estudiantes chinos. En agosto pasado, durante una reunión en la Casa Blanca con el presidente surcoreano Lee Jae Myung, Trump fue claro en su mensaje: “Escucho tantas historias de que no vamos a permitir la entrada de sus estudiantes. Vamos a permitirla. Es muy importante: 600.000 estudiantes”.
Trump volvió a insistir en la idea al día siguiente en una reunión de gabinete, argumentando que los estudiantes chinos son fundamentales para mantener financieramente a flote a los colegios y universidades estadounidenses. No se trata simplemente de una cuestión educativa, sino también económica: las universidades estadounidenses dependen enormemente de las matrículas pagadas por estudiantes internacionales, especialmente chinos.
El giro de 180 grados que asombra a propios y extraños
Lo paradójico es que apenas tres meses antes, en mayo de 2025, el secretario de Estado Marco Rubio había anunciado una postura completamente opuesta: revocar agresivamente los visados de estudiantes chinos que tuvieran vínculos con el Partido Comunista Chino o estudiasen en campos académicos “críticos”. Parecía que la administración Trump iba a endurecer aún más las restricciones, pero el giro ha sido radical.
El anuncio de los 600.000 visados está vinculado a negociaciones comerciales más amplias entre Washington y Pekín, que incluyen compromisos sobre minerales críticos (como los imanes de tierras raras) esenciales para las industrias tecnológica y militar estadounidenses. La medida forma parte de un marco de cooperación que ambos gobiernos estaban negociando desde hace meses.
La aclaración de la Casa Blanca: no es lo que parece
Sin embargo, a los pocos días llegó la matización oficial. La Casa Blanca aclaró que Trump no estaba proponiendo realmente un aumento en los visados de estudiante para ciudadanos chinos. El portavoz de la Casa Blanca explicó que la cifra de 600.000 se refiere simplemente a dos años de visados conforme a la política existente, no a una expansión.
Es decir: la cifra era un poco más de humo que de realidad. Los 600.000 no representaban un aumento, sino la proyección normal de dos años de política habitual. Una aclaración que dejó el asunto en un punto medio, incómodo para todos: Trump parecía ceder ante las presiones comerciales con China, pero técnicamente no estaba cambiando la política.
La tormenta política conservadora
A pesar de la aclaración, el primer anuncio encendió la mecha entre el ala más dura del movimiento MAGA. La congresista Marjorie Taylor Greene fue especialmente contundente, argumentando que si cerrar la puerta a estos estudiantes hace que el 15% de las universidades estadounidenses cierren, entonces “esas instituciones deberían cerrar de todos modos porque están sostenidas por el Partido Comunista Chino”.
Steve Bannon y Laura Looper también criticaron duramente la medida, y desde medios como Fox News se cuestionó si esta apertura contradice la agenda anti-inmigración que Trump ha promovido.
La realidad de los números: una caída en picada
Mientras Trump hablaba de bienvenidas masivas, la realidad sobre el terreno cuenta otra historia. Los datos del sistema SEVIS del Departamento de Seguridad Nacional apuntan a una caída del 30-40% en nuevos estudiantes internacionales, lo que podría resultar en una disminución general del 15% de estudiantes internacionales para el otoño de 2025. Esta reducción podría traducirse en más de 60.000 pérdidas de empleos en Estados Unidos, según estudios disponibles.
Las matrículas chinas han descendido de forma constante en los últimos años debido al deterioro de las relaciones entre ambos países, la reducción de la población joven china, y las propias restricciones impuestas durante el primer mandato de Trump. Hay indicios claros de que estudiantes chinos están optando por destinos alternativos: el 75% de los estudiantes extranjeros en universidades de Hong Kong provienen ahora de China continental, y se han registrado aumentos del 48% en matriculaciones chinas en esas instituciones.
China contraataca: el talento se escurre
Mientras Estados Unidos debate su política de admisión, China acaba de lanzar su propia visa K para atraer trabajadores de ciencia y tecnología, un movimiento que forma parte de su estrategia para competir con Estados Unidos en la carrera por el talento global. Esta visa K tiene requisitos más flexibles que la estadounidense H-1B, incluyendo la ventaja de no requerir una oferta de trabajo previa antes de solicitar.
El contexto es delicado: Trump ha elevado las tarifas para la visa H-1B a 100.000 dólares para nuevos solicitantes, una medida que está llevando a profesionales y estudiantes no estadounidenses a considerar alternativas. Algunos trabajadores cualificados procedentes de India y el sudeste asiático ya han expresado interés en la nueva visa K de Beijing.
El dilema de fondo
Lo que emerge de todo esto es un dilema profundo para las universidades estadounidenses: necesitan estudiantes internacionales para sobrevivir financieramente, pero el endurecimiento migratorio de Trump genera desconfianza en mercados clave como el chino. El propio Trump lo reconoció en su apasionada defensa de los estudiantes chinos: “¿Y saben qué pasaría si no lo hicieran? Nuestro sistema universitario se iría al carajo muy rápidamente”.
Sin embargo, los números hablan por sí solos. Mientras el presidente estadounidense promete 600.000 visados a estudiantes chinos (aunque matizados después), los datos de SEVIS muestran una realidad menos glamurosa: una caída vertiginosa de admisiones internacionales que podría reconfigurar el paisaje educativo estadounidense en los próximos meses.