La propuesta de Estados Unidos reintroduce al exprimer ministro británico como supervisor del proceso de transición en la Franja. La medida se enmarca en un plan sin interlocución palestina efectiva y con una nula legitimidad sobre el terreno.
Una reaparición cargada de memoria
Quien fuera primer ministro del Reino Unido durante una década, y protagonista de algunas de las decisiones más controvertidas en política exterior, vuelve al primer plano del tablero internacional. Tony Blair ha sido elegido por la Casa Blanca para liderar la gestión civil de Gaza tras un eventual alto el fuego entre Israel y Hamás. El anuncio, hecho desde Washington y bendecido por Israel, no ha sido consensuado con ninguna representación palestina.
El rol asignado a Blair forma parte del nuevo plan impulsado por Donald Trump para la región: la creación de una Autoridad Internacional de Transición para Gaza (GITA), bajo el paraguas de una fuerza de estabilización con presencia militar en el terreno. En la práctica, un órgano con escasa credibilidad local, que confía en interlocutores externos para decidir el futuro de un territorio devastado por años de bloqueo y meses de ofensiva militar.
Un legado que nunca terminó de cerrar
La vuelta de Blair activa una memoria incómoda. Su trayectoria como enviado del Cuarteto para Oriente Medio (ONU, EE.UU., UE y Rusia) entre 2007 y 2015 no dejó grandes avances en el terreno, más allá de declaraciones. Su proximidad a las tesis israelíes y su papel durante la invasión de Irak siguen marcando su imagen internacional. La Franja de Gaza no es, desde luego, territorio neutral para su figura.
El propio Hamás ya ha rechazado cualquier intervención de Blair, al que considera una imposición externa sin ninguna legitimidad política o social. Ninguna facción palestina ha sido consultada sobre la composición de esta nueva autoridad, ni sobre los términos de su implementación. Mientras tanto, se multiplica la ayuda humanitaria bloqueada y las necesidades urgentes se acumulan en un enclave destruido.
Trump, como arquitecto y vigilante
El plan de la administración estadounidense se articula alrededor de una idea de "paz" tutelada: no hay mecanismos multilaterales, no se reconoce a los actores sobre el terreno, y el foco se desplaza a un modelo de intervención civil-militar que ya ha fracasado en otras latitudes. La selección de Blair, presentada como una garantía de "moderación" y experiencia, convierte la reconstrucción en un asunto de alianzas geoestratégicas, no de derechos.
La llamada comunidad internacional, con un papel crecientemente ornamental, asiste sin capacidad de influencia real. La Unión Europea, que mantiene posiciones formales en favor de una solución de dos Estados, guarda silencio ante el protagonismo asumido por Washington. En paralelo, organizaciones humanitarias denuncian que los planes sobre Gaza avanzan sin contar con su diagnóstico.
Administrar el colapso sin preguntarse por su causa
La designación de una figura con un pasado tan cuestionado para liderar la transición en Gaza es coherente con la lógica que ha dominado la ofensiva israelí desde el inicio: reducir el conflicto a una cuestión de gestión y seguridad, ignorando sus raíces políticas, su dimensión histórica y sus implicaciones humanitarias.
Todo apunta a que Blair vuelve a escena no para mediar, sino para legitimar. No como garante de un acuerdo negociado, sino como rostro civil de un plan militar.