Queer, el movimiento misógino que ha destrozado la lucha de las mujeres

Este movimiento, defendido por algunos reductos de la extrema izquierda, se ha convertido en un caballo de Troya que ha reventado la lucha de las mujeres por la igualdad real a través de una división que sólo beneficia al machismo

25 de Noviembre de 2025
Actualizado a las 10:05h
Guardar
Queer
Foto: FreePik

Hoy es 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y, al igual que ocurre el 8 de marzo, el movimiento feminista se presenta dividido. En la última década, pocos debates han polarizado tanto el espacio progresista europeo como la tensión entre el feminismo real y la teoría queer. Lo que comenzó como una discusión académica se ha convertido en una batalla cultural que reordena alianzas, reescribe discursos públicos y amenaza con fragmentar uno de los movimientos sociales más influyentes del siglo XX. En España, donde el feminismo había logrado una cohesión inusual en torno a las políticas contra la violencia machista, la controversia ha adquirido proporciones inéditas. Políticamente, ha generado fisuras dentro de la izquierda, socialmente, ha creado un nuevo mapa de identidades, sospechas y agravios.

Para entender la magnitud del conflicto conviene recordar que el feminismo real se sustenta en una premisa material: que las mujeres, como clase sexual, comparten una posición estructural de desventaja frente a los hombres. La teoría queer, surgida de los campus estadounidenses en los años noventa, cuestiona esa concepción al diluir la categoría de “mujer” en un marco más amplio de identidades autopercibidas. No se trata únicamente de un conflicto terminológico, es una disputa por el fundamento mismo de la acción política. 

Las fricciones estallaron con fuerza al trasladarse estos debates a la legislación. La Ley Trans en España, que redefine el género como un acto de autodeterminación, simboliza esa colisión conceptual. Para el feminismo verdadero, la norma altera el marco estadístico y jurídico sobre el que se sustentan políticas públicas esenciales: desde la lucha contra la violencia machista hasta las acciones de igualdad en el ámbito laboral. Para los sectores queer, en cambio, representa un avance histórico en derechos y una ampliación del horizonte emancipador del propio feminismo. En sí misma, esta interpretación es un bulo.

El desencuentro no es meramente ideológico; también es generacional. Mientras el feminismo de segunda y tercera ola insiste en la materialidad del cuerpo femenino, y en las violencias específicas que derivan de esa realidad biológica, las corrientes queer, impulsadas en buena medida por jóvenes activistas, desplazan el foco hacia las experiencias individuales, la performatividad del género y la opresión derivada de las normas heteronormativas. Es un choque entre una política basada en categorías sociales amplias y otra centrada en vivencias singulares. Entre una visión estructural del poder y una lectura más lingüística, cultural y subjetiva. Es decir, la secta queer preconiza el individualismo frente a la colectividad. 

El resultado es un debate público cada vez más áspero, donde el diálogo se sustituye por acusaciones cruzadas: unas hablan de “borrado de las mujeres”; otras, de “exclusión identitaria”. El lenguaje se ha vuelto campo de batalla y, en el proceso, se ha debilitado la capacidad del feminismo para actuar como bloque político coherente. En un contexto de retrocesos democráticos globales y ascenso de movimientos reaccionarios, esta fractura resulta especialmente preocupante.

Lo que es una realidad palpable es que, sin una definición política clara de “mujer”, se disuelven los cimientos sobre los que se construyeron décadas de avances legales. 

El feminismo no está “destrozado”, pero sí atravesado por una crisis de identidad equivalente a la que han vivido otros grandes movimientos emancipadores en momentos de transición histórica. Como ocurrió con el marxismo tras la caída del bloque soviético o con el liberalismo ante la revolución digital, las etiquetas se resquebrajan cuando la realidad avanza más rápido que los marcos conceptuales. El reto no es menor: redefinir un proyecto político que preserve los avances conquistados, reconozca las nuevas subjetividades y evite que la fragmentación erosione su capacidad transformadora.

Misoginia de extrema izquierda

En el centro del conflicto entre feminismo verdadero y teoría queer subyace un reproche más profundo que el de la mera incompatibilidad conceptual: el marco queer reproduce y encubre formas renovadas de misoginia. No se trata de una acusación menor; es, de hecho, el punto que explica por qué la disputa ha adquirido el tono existencial que hoy domina el debate político en España y en buena parte de Europa.

El razonamiento parte de una premisa evidente: si el género se redefine como un acto de autodeterminación individual, la categoría “mujer” deja de ser una realidad material atravesada por una opresión específica y pasa a ser un espacio simbólico abierto a cualquier identidad. Esta reconfiguración no elimina las desigualdades, simplemente las oculta bajo un lenguaje inclusivo que, en la práctica, dificulta identificar quiénes sufren violencia, discriminación laboral y desigualdades estructurales derivadas del sexo biológico. Es aquí donde se encuentra la misoginia: en la desaparición conceptual de la mujer como sujeto político legible.

El auge de ciertas corrientes queer ha venido acompañado de una estética digital que caricaturiza la feminidad reintroduce estereotipos sexistas bajo la apariencia de transgresión progresista. La redefinición performativa del género corre el riesgo de transformar en accesorio aquello que, para millones de mujeres, es una condición estructural asociada a peligros muy reales: desde la imposibilidad de escapar a la violencia machista hasta la brecha salarial o el reparto desigual de los cuidados.

El debate se intensifica aún más cuando las discusiones teóricas se trasladan al terreno de los derechos. En España, las políticas basadas en estadísticas sobre violencia machista, liderazgo femenino o desigualdad laboral dependen de categorías estables que permitan medir fenómenos persistentes. Cuando esas categorías se vuelven fluidas, la capacidad para rastrear, cuantificar y corregir desigualdades se diluye. Lo que para la teoría queer es emancipación identitaria, para las mujeres es desposesión política. Y en esa desposesión late una forma sutil pero efectiva de misoginia institucional.

Lo + leído