Podemos se aparta del camino: un proyecto político atrapado en su laberinto

La formación morada intensifica su desconexión con la realidad institucional y social, alejándose de sus potenciales aliados y renunciando a incidir de forma efectiva en el Gobierno progresista

29 de Septiembre de 2025
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Podemos se aparta del camino: un proyecto político atrapado en su laberinto
Ione Belarra, durante su intervención este miércoles en el Congreso de los Diputados

En su estrategia de oposición interna y eterna, Podemos profundiza su aislamiento mientras consolida su irrelevancia parlamentaria. Las mayorías que permiten avanzar al Gobierno no siempre cuentan con su voto.

La política como bloqueo

Podemos insiste en presentarse como conciencia crítica del Gobierno, pero cada movimiento reciente sugiere otra cosa: más que ejercer presión hacia avances sociales, actúa como factor de desgaste. La decisión de votar junto al PP y Vox en cuestiones clave —como la delegación de competencias migratorias a Cataluña o la tramitación de la Ley de Movilidad Sostenible— no se explica desde la izquierda institucional que aspira a transformar el país, sino desde una lógica replegada, táctica y cortoplacista.

A estas alturas, ya no es solo un problema de estrategia, sino de desconexión profunda con el contexto político y social. Un partido que se define por su voluntad transformadora no puede permitirse convertirse en obstáculo estructural para los pocos avances posibles. Menos aún en un momento de crecimiento sostenido del bloque reaccionario.

Escorados, pero ¿hacia dónde?

El giro de Podemos es difícil de seguir incluso para su base. Su liderazgo, atomizado y encapsulado en una narrativa de traición perpetua, ha optado por levantar una frontera no solo con el PSOE —eso siempre estuvo en su código genético— sino con sus propios aliados naturales: Sumar, Más Madrid, Compromís, comunes, incluso Bildu o ERC. En nombre de una supuesta pureza ideológica, ha elegido la soledad como bandera, aunque sea a costa de perder influencia real.

La política, sin embargo, no es un club de principios abstractos, sino una correlación de fuerzas. Y las decisiones que se toman en los escaños cuentan más que los discursos en redes. Votar con la ultraderecha contra una ley de movilidad no fortalece el ecologismo ni castiga las ampliaciones aeroportuarias; solo evidencia una deriva de ruptura inútil, sin alternativa organizada ni viabilidad legislativa.

La identidad como refugio

Podemos parece haber llegado al punto en que su única estrategia consiste en sobrevivirse a sí mismo. Renuncia al Gobierno, pero no propone otra mayoría. Rechaza las reformas posibles, pero no articula otra agenda. No construye poder, solo señala a quien lo ejerce. En su retórica, todo pacto es una claudicación, toda discrepancia es traición, toda cesión es sospechosa.

El resultado es un partido cada vez más encerrado en sí mismo, incapaz de ampliar su base o de rehacer puentes. Su espacio electoral mengua, su capacidad de coalición se estrecha, y su protagonismo se reduce a episodios de ruido parlamentario sin consecuencias reales. La defensa del progresismo no puede basarse solo en denunciar, sino en intervenir. Y en eso, Podemos ha renunciado a participar.

Más allá de 2027

Desde otras formaciones del espacio progresista —como Más Madrid o Compromís— se empieza a verbalizar en público lo que durante meses fue solo un murmullo: la estrategia de Podemos es incompatible con cualquier intento de frente amplio realista. La pregunta ya no es si deben ir juntos en 2027, sino si queda algún motivo político para compartir papeleta con quien desactiva la acción legislativa y erosiona la legitimidad del bloque progresista desde dentro. Porque Podemos ya no empuja, ni siquiera frena: boicotea. A los avances posibles, al gobierno que ayudó a constituir, y a los aliados con los que —en algún momento— compartió camino.

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