IRPH: la sentencia del Supremo no devolverá los años perdidos ni los hogares rotos

Para entender la importancia de la próxima sentencia del Supremo no hay más que escuchar los testimonios de los afectados por este índice abusivo y vendido con falta de transparencia, es decir, en contra de la normativa europea

01 de Noviembre de 2025
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IRPH BANCA SUPREMO

Durante más de una década, decenas de miles de familias españolas han vivido atrapadas por cuatro letras: IRPH. Bajo ese acrónimo técnico se oculta una historia colectiva de desinformación, abuso y abandono institucional que ha minado la confianza de los ciudadanos en su sistema financiero.

Hoy, mientras el Tribunal Supremo delibera sobre la legalidad del IRPH, la esperanza de quienes lo padecen se mezcla con una amarga desconfianza. Muchos ya no creen en los tribunales, ni en las promesas de la banca, ni siquiera en la idea de que la justicia económica pueda llegar algún día. Son los herederos silenciosos de una década de engaños hipotecarios: las preferentes, las cláusulas suelo, las subordinadas, las hipotecas multidivisa. Pero también son algo más: el espejo de una sociedad que confió demasiado y que pagó por ello con su bienestar.

La estabilidad fue una trampa

Todo comienza con la ilusión. “Año 2004, la ilusión de una pareja, un piso, un futuro”, recuerda uno de los afectados. “A través de una inmobiliaria gestionamos un préstamo de 177.600 euros. Nadie nos explicó qué significaban esas letras ‘IRPH’. Solo nos dijeron que era más estable que el Euríbor.”

La palabra “estabilidad” se convirtió en el anzuelo. En un país que había hecho de la propiedad su religión económica, la estabilidad sonaba a promesa de seguridad, de previsibilidad, de vida ordenada. Pero el IRPH, calculado a partir de la media de los tipos de interés aplicados por las propias entidades, resultó ser cualquier cosa menos estable. Cuando el Euríbor cayó, el IRPH permaneció alto. Cuando la economía se hundió, las cuotas subieron.

“En 2008 me quedé en paro”, relata a Diario Sabemos el mismo afectado. “Las cuotas alcanzaron los 800 euros. Había pagado ya 63.000 en intereses y solo 27.000 en capital. Hoy vivo con ansiedad, medicación y la sensación de haber sido estafado. Gracias al IRPH, soy un muerto en vida.”

La estafa de la confianza

El IRPH no se impuso con amenazas, sino con confianza. Ese fue el secreto de su éxito. Las entidades aprovecharon el vínculo personal entre cliente y sucursal, ese resabio de la banca de proximidad, para colocar un producto que no explicaban, o que explicaban a medias.

“En mi entidad, el IRPH fue la única opción”, nos cuenta una madre malagueña. “Nuestro director era amigo de la familia. Nunca mencionó que pagaríamos más que con Euríbor, que no nos beneficiaríamos de futuras bajadas de tipos. Hoy, 500 euros más cada mes separan a mi hija de la universidad.”

Otro afectado nos recuerda cómo se enteró años después de tener IRPH: “Pensaba que tenía Euríbor con cláusula suelo. Me enteré cuando reclamé. El banco respondió que todo estaba bien. Era la caja de toda la vida, la de mis padres. Lo hice por confianza. Y esa confianza se convirtió en ruina”.

En muchos casos, la comercialización del IRPH rozó lo grotesco. “Nos ofrecieron el préstamo en la terraza de un bar”, afirma otro afectado. “No nos dieron ningún documento explicativo. Hoy sé que lo que firmé me cuesta 300 euros más cada mes. A veces tengo que elegir entre pagar la hipoteca o encender la calefacción. No exagero: el IRPH se paga con salud.”

Burocracia del abuso

El IRPH no fue una estafa clandestina, sino un abuso legalizado. Su cálculo dependía de los propios bancos, que podían, y lo hicieron, influir en su evolución. El Banco de España lo avaló. Los gobiernos del PSOE y del PP lo permitieron. Los tribunales españoles lo defendieron.

La clave de su longevidad fue la opacidad. Cuando la Unión Europea aprobó en 1993 la Directiva sobre cláusulas abusivas, pretendía garantizar que el consumidor comprendiera las condiciones de sus contratos. Pero en España, el IRPH sobrevivió a las reformas, a los escándalos y a las promesas de transparencia. Hasta que Bruselas intervino.

El TJUE ya ha emitido varias sentencias. En 2020, estableció que los jueces españoles deben comprobar si las entidades informaron adecuadamente al cliente. Pero la aplicación práctica ha sido irregular. Los bancos ganan la mayoría de los casos, sobre todo tras las decisiones del Supremo, y los consumidores, desprovistos de medios y energía, se resignan.

Mientras tanto, los daños se multiplican. Una pareja de Girona lo resume con crudeza: “En 2013, tras eliminar el IRPH Cajas, el banco nos impuso un tipo fijo sin consultarnos. Demandamos, pero la oferta que nos hicieron fue humillante: o firmábamos un acuerdo o arriesgábamos el techo de nuestros hijos. Nos quieren sin vida, pero seguimos luchando”.

Una generación hipotecada

El caso IRPH no es solo una cuestión financiera: es un trauma generacional. Afecta a quienes creyeron en el ascensor social del ladrillo, en la cultura del esfuerzo y en la promesa de pertenecer a una clase media sólida. Muchos de ellos rondaban los 30 años cuando firmaron. Hoy, dos décadas después, rozan los 50, con la salud deteriorada, la vivienda depreciada y una profunda desconfianza en las instituciones.

“Nos dijeron que el IRPH era más estable. Ahora sé que era más rentable… para ellos”, nos resume un padre valenciano. “Nuestra cuota subió 400 euros mientras los demás pagaban menos. En invierno recortamos la calefacción. Es vivir con la calculadora en la mano.”

No se trata solo de pobreza económica, sino de pobreza emocional. “Tener una hipoteca IRPH enferma el alma”, nos dice otra afectada. “Vives atrapada entre la vergüenza y la impotencia. Vergüenza por haber confiado. Impotencia por no poder cambiarlo. La hipoteca se convierte en el centro de tu vida, en la medida de todo lo posible.”

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