Veinte años después, la UME se ha vuelto irrenunciable

La unidad de emergencias creada por un Gobierno socialista ha pasado de ser despreciada por la derecha a convertirse en una herramienta que reclaman con urgencia los mismos que votaron en contra de su existencia

06 de Octubre de 2025
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Veinte años después, la UME se ha vuelto irrenunciable
Un militar de la UME apaga un fuego

La Unidad Militar de Emergencias cumple veinte años en funcionamiento. Dos décadas de intervenciones que han salvado vidas, protegido infraestructuras y sostenido a la población en las peores catástrofes. En el mismo periodo, se ha producido un giro completo en el discurso de la derecha política, que primero la despreció y hoy la invoca a cada paso.

Del rechazo ideológico a la necesidad práctica

Fue en 2005, con José Luis Rodríguez Zapatero en La Moncloa, cuando el Gobierno aprobó la creación de una unidad militar especializada en grandes emergencias. La derecha política —entonces en la oposición— no tardó en reaccionar. La calificó como innecesaria, ideologizada y cara. Llegó incluso a hablarse de “ejército paralelo” o “capricho presidencial”.

Lo que en realidad se estaba poniendo en marcha era una herramienta estructural del Estado para responder en primera línea ante incendios, inundaciones, desastres tecnológicos o amenazas químicas. La UME empezó a operar formalmente en 2006. Un año después, los mismos que la habían cuestionado se beneficiaban de sus primeros despliegues.

Hoy, la petición de intervención de la UME es constante por parte de presidentes autonómicos del Partido Popular, sobre todo en episodios críticos en sus territorios. El rechazo inicial ha sido borrado del discurso oficial, aunque no de la hemeroteca. Del rechazo ideológico se ha pasado a una dependencia práctica sin reconocer el viraje.

Emergencias reales frente a retóricas huecas

La UME ha demostrado capacidad técnica, rapidez de actuación y eficacia logística en situaciones extremas. Sus intervenciones en la pandemia de la COVID-19, en la DANA de 2024 o en los incendios forestales de este verano han mostrado no solo músculo operativo, sino algo más valioso: coordinación institucional, conocimiento del terreno y alta especialización.

En 2024, tras las lluvias torrenciales que dejaron cientos de víctimas y localidades arrasadas, la UME desplegó más de 2.000 efectivos en menos de 24 horas. Coordinó recursos de las Fuerzas Armadas, rescató a más de 500 personas y garantizó la llegada de suministros. En 2020, en plena pandemia, desinfectó centros de mayores, organizó hospitales de campaña y trasladó pacientes críticos entre comunidades.

Esa capacidad de respuesta no surge por generación espontánea, ni por la voluntad puntual de un mando político. Es el resultado de años de inversión pública, planificación y consolidación de un modelo de protección civil con dimensión estatal. Lo que la UME representa hoy no es solo una unidad militar: es un consenso técnico frente al caos.

El silencio sobre el origen

Sin embargo, en la narración actual que construyen ciertos dirigentes autonómicos o portavoces de la derecha parlamentaria, desaparece cualquier referencia a que la UME fue una iniciativa del PSOE. Se trata de una omisión calculada, que evita conceder legitimidad al adversario político incluso en aquellos logros que hoy son irrenunciables.

En este aniversario, los elogios se multiplican. Se habla de "servicio ejemplar", de "orgullo nacional", de “herramienta indispensable”. Pero pocos de quienes votaron en contra de su creación en su día asumen hoy ese error. No hay rectificación, ni reconocimiento. Solo demanda de que intervenga más y más rápido. Porque, cuando llega la catástrofe, se disipa el dogma ideológico: hace falta quien sepa actuar.

Una política pública que funciona

En tiempos donde se cuestiona permanentemente la eficacia del Estado, la UME se ha convertido en uno de los contados espacios de consenso tácito. Su utilidad no depende del color político de quien gobierna, sino de que cumple con una misión clara: proteger vidas y territorio en momentos de máxima vulnerabilidad.

Eso no impide recordar el recorrido. Mientras algunas comunidades recortan en políticas de prevención, planificación climática o servicios públicos de emergencias, reclaman a la vez el despliegue inmediato de una unidad que se construyó desde lo público, con vocación de permanencia y sin atajos. La paradoja se mantiene: quienes negaban su necesidad, hoy no podrían justificar su ausencia.

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