En pleno pulso con la comunidad científica, la Casa Blanca ha intensificado su agenda antivacunas y ha vinculado, otra vez, productos farmacológicos esenciales con el autismo. Trump, acompañado de su secretario de Salud, Robert Kennedy Jr., lanza afirmaciones desmentidas por décadas de evidencia médica. Estados Unidos se adentra en un nuevo ciclo de políticas públicas definidas por la superstición, el populismo médico y la erosión deliberada de consensos científicos.
Un fármaco común convertido en amenaza imaginaria
Lo que empezó como una serie de insinuaciones sin fuentes verificables ha terminado convirtiéndose en parte del argumentario oficial del presidente Trump: el paracetamol, según su visión, podría estar detrás del aumento de diagnósticos de autismo en niños nacidos en Estados Unidos. Las declaraciones, repetidas con insistencia y sin matices, elevan a política de Estado una idea que ni ha sido sugerida por estudios rigurosos ni cuenta con respaldo de las principales instituciones médicas del país.
El caso va más allá del paracetamol. Se enmarca en una ofensiva más amplia contra las vacunas infantiles y el calendario de inmunización, que ha pasado de ser un consenso sanitario nacional a convertirse en instrumento ideológico de la extrema derecha sanitaria estadounidense. El movimiento, en alza desde la pandemia, encuentra en Trump un portavoz que no duda en difundir “rumores” sobre Cuba y el acetaminofén como si de estudios clínicos se tratara. La estrategia ya no es solo el ruido, se traduce en decisiones administrativas que afectan directamente a médicos, embarazadas, niños y sistemas de salud.
Del negacionismo pandémico al populismo farmacológico
El núcleo duro del trumpismo sanitario, hoy liderado desde el Departamento de Salud por Robert Kennedy Jr., ha conseguido situar el autismo como el nuevo caballo de batalla en su cruzada contra la medicina basada en pruebas. Kennedy, convertido en figura de culto para los sectores antivacunas, ha logrado desregular la vacunación obligatoria en Florida y ahora impulsa medidas de alcance federal.
El nuevo objetivo son los medicamentos más comunes: se cuestiona su seguridad sin datos, se propone etiquetado alternativo sin respaldo científico y se introduce una falsa dicotomía entre salud pública y autonomía individual. El relato es eficaz en términos electorales, sobre todo entre quienes han perdido la confianza en las instituciones. Pero el daño es profundo: una parte de la población comienza a asumir como ciertas ideas que contradicen décadas de investigación acumulada.
El negacionismo científico que impulsó teorías conspirativas sobre el COVID-19 muta ahora en una campaña orquestada para reescribir los fundamentos de la salud pública en EE. UU. Y lo hace con un aparato propagandístico coordinado, que mezcla conspiración, nacionalismo sanitario y ataque sistemático a organismos como el CDC o la FDA.
Ciencia contra ideología
Mientras la Casa Blanca alimenta la desinformación, la comunidad médica reacciona con alarma. Ginecólogos, neurólogos, pediatras y epidemiólogos han salido en bloque a desmentir las palabras del presidente. El Colegio Americano de Obstetras y Ginecólogos lo califica de “irresponsabilidad institucional”. Las academias de medicina y las universidades advierten que la confusión generada puede traducirse en decisiones peligrosas, sobre todo entre pacientes vulnerables o con acceso limitado a información rigurosa.
Detrás de la retórica, el gobierno de Trump trabaja ya en la revisión de los protocolos oficiales sobre vacunación pediátrica, y baraja restringir las campañas públicas de inmunización financiadas por los estados. La presión sobre las agencias reguladoras va en aumento, y no se descarta que las farmacias deban advertir a embarazadas sobre riesgos inexistentes del paracetamol, como parte de un intento de institucionalizar el miedo.
En paralelo, las cifras de cobertura vacunal empiezan a mostrar síntomas de retroceso, en un país que ya había experimentado rebrotes de sarampión, tosferina y otras enfermedades prevenibles durante el primer mandato de Trump.