La “operación Rufián” para sustituir a Yolanda Díaz y colocar al portavoz de Esquerra al frente de una candidatura que agrupe a la izquierda plurinacional (todo el espectro político más allá del PSOE en una especie de nuevo Frente Popular), es algo más que un rumor o un globo sonda lanzado por Pedro Sánchez. Los contactos han existido; es más, siguen produciéndose y en los próximos días se intensificarán. Aunque la noticia parta de un manipulador profesional como el ultra Vito Quiles –que ayer colgó una fotografía en su cuenta de X en la que aparecen Rufián con cargos socialistas–, no por ello debe descartarse como si se tratara de un bulo más. “Gabriel Rufián junto al ministro Félix Bolaños y Patxi López en un bar de Madrid. Hoy conocemos que el catalán y el PSOE negocian la creación de un nuevo partido de izquierdas”. Ese fue el tuit acompañado de la imagen que Quiles publicó y que desató el terremoto político. Lo que para la prensa de la caverna (véase La Razón) era una conspiración más para romper España, en los foros rojos, republicanos y podemitas se vivió como un festival, un auténtico chute de adrenalina.
Pedro Sánchez ha entendido que Sumar ya no da más de sí. Es un proyecto fallido que no moviliza y su líder, Yolanda Díaz, parece amortizada pese a que ha firmado una hoja de servicios más que digna en su gestión como vicepresidenta y ministra de Trabajo. Seguir insistiendo exclusivamente en el mensaje ecofeminista de partido zombi, no es más que engordar para morir. El motor de la plataforma yolandista ha gripado, y poco importa ya si fue porque nunca conectó masivamente con la ciudadanía o porque Pablo Iglesias puso tantos palos en las ruedas como pudo. La cuestión es que la receta, la fórmula mágica, no funciona. Y mientras esa izquierda naíf se centra en cuestiones menores, descuidando el viejo manual de Marx sobre la lucha de clases, Abascal se lleva de calle al proletariado de los extrarradios industriales prometiéndole una especie de franquismo tuneado que ofrece orden, pan y una vivienda con la placa del nuevo Instituto Nacional de la Vivienda de la Falange clavada en la fachada.
De modo que si las confluencias nacionalistas se hunden, el PSOE irá detrás en el naufragio en unas elecciones que se antojan a la vuelta de la esquina. Así es la España posbipartidista. Desde la fragmentación y la falta de unidad, la izquierda no tendrá manera alguna de plantar cara al bloque de la derecha que, merced al auge de Vox, crece por momentos en las encuestas. Por tanto, urge un revulsivo urgente. Y quien calienta en la banda no es otro que Gabriel Rufián, un político que levanta tantas pasiones en la izquierda como odio en la bancada conservadora. Es, como dije aquí mismo en mi columna de ayer, el Alfonso Guerra del sanchismo, el tipo perfecto para encabronar al trumpismo fascista a punto de conquistar el poder. Él mismo no ha negado que sea el hombre llamado a liderar esa coalición progresista de la que hemos hablado aquí tantas veces, aunque acto seguido recuerde que lo principal no es el nombre del elegido, sino el programa de reformas que se pacte entre los partidos firmantes para movilizar al electorado progresista desencantado y poder frenar al nuevo fascismo posmoderno. Milongas, todos sabemos que Sánchez le ha ofrecido el puesto y él se lo está pensando.
Tal como decimos, y por mucho que no guste a un cierto sector del independentismo catalán, la “operación Rufián”, el recambio de Yolanda Díaz por el político de Esquerra al frente de esa hipotética coalición, es una posibilidad que se está barajando seriamente en Moncloa. Y no solo como un futuro pacto de Gobierno del PSOE con el Frentillo Popular nacionalista e indepe que nazca para ocupar el puesto de Sumar. Encima de la mesa está la posibilidad de cargos, de despachos, de sillas y sillones. Un Rufián como titular de Asuntos Sociales, por ejemplo, causaría auténtico pavor en las derechas y en los poderes fácticos de este país. Y no hablemos ya de uno de Bildu. Si PP y Vox casi montan un 36 cuando a Sánchez se le ocurrió nombrar vicepresidente a Pablo Iglesias, no queremos ni imaginar lo que podría ocurrir con un extarra en el Consejo de Ministros. Sin duda, pasaríamos del golpe blando de las togas (como el que le han dado al fiscal general del Estado) al golpe duro de los tricornios. Queman Ferraz y la Moncloa juntos. Otro tejerazo, en fin.
Ayer, José Luis Ábalos, a un paso de la trena, tiró de la manta a la desesperada al asegurar que Sánchez se reunió con Otegi, en un caserío, para trazar las líneas maestras de la estabilidad del país. ¿Es Rufián el nuevo Otegi con el que el presidente del Gobierno se ha reunido ya en una masía? De momento, el dirigente de Esquerra ha negado la mayor y ha calificado la noticia de la operación bautizada con su nombre como un “invent” (o sea, un invento en castellano). Sin faltar, Gabriel, noi, que aquí el que más y el que menos tiene sus fuentes de información dignas de toda solvencia. Rufián lo niega todo, pero sus últimas declaraciones a un programa de La Sexta le delatan, sobre todo cuando se pregunta por qué no puede haber algún tipo de entendimiento entre Podemos, BNG, Bildu y Esquerra Republicana y cuando admite que un frente de izquierdas unido para plantar cara al franquismo recalcitrante que retorna con fuerza “es lo que la gente pide”. Aquí hay tomate, como diría aquel. O más bien pan tumaca.