Sánchez aniquila el Senado

El presidente del Gobierno ha controlado en todo momento la embestida de los partidos de la derecha y de la extrema derecha, a pesar de haber reconocido haber recibido pagos en efectivo por valor inferior a 1.000 euros y, según Sánchez, legalmente

30 de Octubre de 2025
Actualizado a las 10:50h
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Sanchez comision Senado

Pedro Sánchez no es un hombre que rehúya los focos. Lo sabe, los busca y, cuando no los tiene, los provoca. Hoy lo volvió a demostrarlo en el Senado, donde compareció ante la comisión que investiga el llamado “caso Koldo”, un escándalo que amenaza con salpicar a antiguos colaboradores del PSOE y, de paso, con minar la autoridad moral del propio presidente. Lo que debía ser un ejercicio de rendición de cuentas se convirtió pronto en un duelo teatral: Sánchez contra todos. El resultado fue una sesión más de política-espectáculo que de fiscalización, un capítulo más en la larga serie de enfrentamientos institucionales que definen la actual legislatura española.

El presidente llegó preparado. Llevaba semanas ensayando con su equipo cada posible pregunta, como si de un examen oral se tratase. Pero la realidad parlamentaria siempre supera a la imaginación de los asesores. Bastaron diez minutos para que la tensión escalara. Tras un rifirrafe con la senadora de UPN, María Caballero, y con el presidente de la comisión, Eloy Suárez, Sánchez se permitió un sarcasmo: “Gracias por su imparcialidad”. La ironía no fue bien recibida. Suárez le pidió que respetara las normas y “no aprovechara” su posición para atacar.

El intercambio marcó el tono del día: más circo que comisión, como el propio Sánchez acabaría describiéndola. A partir de ahí, cada intervención se convirtió en un pulso retórico. El presidente defendió a su partido con la energía de quien se sabe en el punto de mira, proclamando que el PSOE “tiene una financiación absolutamente limpia” y que sus gobiernos (el suyo y el de José Luis Rodríguez Zapatero) son “los más honestos de la historia democrática”. Una afirmación que, incluso para los estándares del debate político español, bordea la hipérbole.

Las chistorras

El llamado “caso Koldo”, un entramado de presunta corrupción en la compra de mascarillas durante la pandemia, ha generado más confusión lingüística que pruebas judiciales concluyentes. La comisión lleva semanas enredada en conversaciones interceptadas en las que aparecen menciones crípticas a “chistorras” o “lechugas”. Preguntado por esos términos, Sánchez se limitó a afirmar que no tenía “ni idea de a qué se referían”. Y, fiel a su estilo combativo, aprovechó para devolver el golpe: “Nosotros no usamos términos en clave. Otros hablaban de magdalenas y bizcochos”, en alusión al viejo caso Gürtel del Partido Popular.

El comentario provocó risas y reproches a partes iguales. Para Sánchez, la mejor defensa sigue siendo el ataque; para sus adversarios, la evasión. La escena resumió la dinámica general del día: la oposición disparando insinuaciones y el presidente replicando con sarcasmo, siempre evitando la mínima concesión de vulnerabilidad.

Feminismo

Sánchez también utilizó el escenario para repasar los temas que considera sus fortalezas: el feminismo, la igualdad y los derechos sociales. Rechazó las comparaciones con José Luis Ábalos y denunció las “preguntas capciosas” de la oposición. En política, como en teatro, el contexto importa: la comparecencia no era solo sobre corrupción, sino sobre la autoridad moral del Gobierno. Y Sánchez no estaba dispuesto a ceder ese terreno.

El presidente recurrió a un patrón familiar en su retórica: mezclar la indignación con la superioridad moral. Al ser increpado por la senadora Caballero, que le exigió “váyase”, Sánchez respondió con flema: “¿Es una pregunta retórica o una conclusión?”. Fue un momento de humor seco que reveló, una vez más, la comodidad del presidente en la confrontación.

El turno del espectáculo

El enfrentamiento alcanzó su clímax cuando intervino el senador de Vox, Ángel Pelayo. Su estilo agresivo y su gusto por la provocación son bien conocidos. Acusó a Sánchez de “encerrar ilegalmente a los españoles” durante la pandemia, de “lágrimas de cocodrilo” por las víctimas de la DANA de Valencia, y, en un giro particularmente sórdido, aludió a los supuestos negocios del suegro fallecido del presidente, insinuando vínculos con la prostitución.

Sánchez, visiblemente tenso por primera vez, replicó con sobriedad: pidió respeto hacia su familiar y reafirmó su oposición frontal contra la prostitución. Fue uno de los pocos momentos en que el presidente dejó entrever una emoción no ensayada. Pero el episodio mostró también el deterioro del debate político en España: un Senado convertido en plató, y una comisión de investigación transformada en ring electoral.

Pelayo cerró su intervención con una frase de mitin: “Váyase. Vox será un gobierno limpio y decente”. La frase, predecible, resumió la estrategia de la ultraderecha: convertir cada comisión en una oportunidad para el eslogan.

Las plantas de Ferraz y las sombras del pasado

Entre las preguntas más triviales estuvo la que pilló a Sánchez desprevenido: “¿En qué planta se encuentra el despacho de la gerencia del PSOE?” La senadora Caballero lo preguntó con una sonrisa que escondía una trampa: la planta era la supuesta ubicación donde una empresaria investigada habría entregado dinero en efectivo. El presidente, sorprendido, no supo responder.

El detalle se volvió titular. No porque la planta importe, sino porque el episodio reflejó la tensión que rodea al PSOE: la sospecha constante de una corrupción de baja intensidad, la misma que Sánchez intenta erradicar invocando limpieza y transparencia. “El PSOE tiene una financiación absolutamente limpia”, insistió. Pero la pregunta seguirá resonando: ¿por qué no supo responder algo tan sencillo?

A lo largo de la comparecencia, el presidente trató de desvincularse de los protagonistas del escándalo. Reconoció que José Luis Ábalos fue “una persona de su máxima confianza”, pero aseguró que lo cesó “porque el país necesitaba un impulso tras la pandemia”. Según él, las “circunstancias personales” del exministro le eran desconocidas. La defensa fue hábil, pero no disolvió las dudas. La sombra de Ábalos sigue proyectándose sobre la credibilidad del Gobierno, y la insistencia de Sánchez en declararse ajeno al caso suena tanto a prudencia como a distanciamiento calculado.

Al final, la comparecencia dijo menos sobre el “caso Koldo” que sobre la política española. El Senado se comportó como un espejo deformante: cada partido proyectó su propia imagen de Sánchez, y el presidente devolvió cada ataque con la confianza del que conoce bien el guion. Su objetivo no era convencer a la oposición, sino reafirmar su liderazgo ante su propio electorado y mostrar serenidad en medio del ruido.

Sánchez definió la comisión como “un circo”. Quizá tenga razón. Pero también fue una muestra del tipo de espectáculo que él mismo ha contribuido a institucionalizar: un debate público dominado por la retórica, el sarcasmo y el cálculo.

El precio del control

Pedro Sánchez recordó con contundencia que él es “el presidente que más ha comparecido ante las Cortes Generales”. En su mente, eso demuestra transparencia; para sus críticos, es un signo de que vive permanentemente a la defensiva. En el fondo, ambos tienen razón. Su fortaleza política reside en su capacidad para resistir, para transformar cada ataque en un acto de reafirmación. Pero esa misma resistencia convierte cada comparecencia en un combate personal, donde la rendición de cuentas se confunde con la escenografía del poder.

El “caso Koldo” podrá o no llegar a los tribunales con consecuencias mayores. Pero el episodio ya ha dejado una lección clara: en la política española contemporánea, incluso la corrupción se debate en clave de espectáculo. Y Pedro Sánchez, maestro del escenario, sigue siendo su protagonista más hábil y el Senado ha sido su última muesta en la culata de su fusil. 

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