El empleo doméstico continúa siendo uno de los ámbitos donde el racismo se expresa con mayor crudeza y menor control institucional. El último informe de SOS Racismo confirma lo que durante años ha quedado fuera del foco público: la mitad de las trabajadoras del hogar racializadas sufre insultos, humillaciones o trato discriminatorio en un entorno que combina dependencia laboral, aislamiento y una profunda asimetría de poder.
Los datos no describen una anomalía puntual, sino una estructura. El 50,5% de las trabajadoras encuestadas afirma haber sufrido discriminación racial de forma directa y un 15,4% haber sido testigo de agresiones racistas contra compañeras. A ello se suma un dato especialmente revelador: el 85% de las técnicas de intermediación laboral reconoce conocer estos episodios, bien por relatos directos o por haberlos presenciado. La violencia es conocida, pero rara vez denunciada.
El empleo doméstico sigue funcionando como un espacio de excepción dentro del mercado laboral. Se desarrolla en el ámbito privado, lejos de inspecciones regulares, con una normativa históricamente débil y con una alta presencia de mujeres migrantes en situación administrativa precaria. Esa combinación convierte el racismo en una práctica cotidiana difícil de combatir.
Las formas de discriminación descritas en el informe son variadas, pero comparten un mismo patrón: la normalización. Comentarios despectivos, burlas, insultos, humillaciones públicas o privadas. No se trata solo de agresiones explícitas, sino de una violencia sostenida, que se infiltra en la relación laboral y personal.
El origen étnico, la nacionalidad, el color de piel o la falta de documentación aparecen como los principales motivos de discriminación. Son marcadores que no solo definen el trato recibido, sino también las condiciones laborales aceptadas: salarios más bajos, jornadas más largas, ausencia de descansos y una disponibilidad permanente que se da por supuesta.
El informe subraya un aspecto que rara vez ocupa espacio en el debate público: el impacto emocional y psicológico. Más de la mitad de las mujeres encuestadas señala consecuencias directas en su salud mental. Estrés, ansiedad, depresión, agotamiento crónico. En los casos de violencia sexual, los efectos son aún más profundos y duraderos.
La relación laboral se convierte así en un espacio de desgaste constante. La imposibilidad de denunciar —por miedo a perder el empleo, a represalias o a consecuencias administrativas— refuerza un círculo de silencio. Salir del trabajo suele ser la única vía de escape, aun a costa de perder ingresos y estabilidad.
Uno de los elementos más preocupantes del informe es la constatación de la ausencia de mecanismos eficaces de protección. Aunque las situaciones de racismo son conocidas por intermediadoras y entidades sociales, no existen canales seguros ni accesibles para que las trabajadoras puedan denunciar sin exponerse a riesgos adicionales.
La condición administrativa irregular actúa como un factor disciplinador. No solo limita derechos laborales; reduce el margen de defensa frente a la violencia. En la práctica, el racismo se apoya en una arquitectura legal que tolera la precariedad como parte del funcionamiento del sector.
El empleo doméstico está profundamente feminizado y racializado. Esa intersección explica por qué la discriminación no es solo racial, sino también sexista. Las trabajadoras no solo son vistas como mano de obra barata, sino como cuerpos disponibles, sometidos a expectativas de docilidad, gratitud y silencio.
Los testimonios recogidos reflejan cómo los estereotipos raciales condicionan la relación humana más allá del contrato laboral. No se trata únicamente de trabajar, sino de ocupar un lugar social subordinado dentro del propio hogar empleador.
El estudio de SOS Racismo no revela una realidad desconocida, pero sí la documenta con precisión. El racismo en el empleo doméstico no es un residuo del pasado ni una suma de conductas individuales reprobables. Es un fenómeno estructural que se reproduce en un sector clave para el sostenimiento de la vida cotidiana y los cuidados.
Mientras este trabajo siga considerándose marginal y privado, el racismo encontrará un terreno fértil para perpetuarse. La desigualdad no se manifiesta solo en el acceso al empleo, sino en la forma en que se ejerce el poder dentro de él, especialmente cuando ese poder se ejerce sin supervisión ni contrapesos. El hogar, convertido en espacio de trabajo, sigue siendo uno de los lugares donde la igualdad legal se diluye con mayor facilidad.