Lágrimas de cocodrilo por Jorge y Robe

La derecha intenta apoderarse del legado musical de nuestras leyendas del rock recientemente desaparecidas

11 de Diciembre de 2025
Actualizado el 13 de diciembre
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Robe Iniesta, en una imagen de archivo
Robe Iniesta, en una imagen de archivo

Que se acabe ya esta semana maldita. Que termine cuanto antes. Primero fue el rebelde e indomable Jorge Martínez, voz ácida y amarga de Ilegales, quien nos dejó para siempre; ayer cayó el gran Robe Iniesta, filósofo, poeta urbano, alma mater de Extremoduro y santo y seña de toda una generación.

Con el incendiario Jorge y el sentimental Robe se nos va un trozo de vida. Cuando se muere alguna de estas viejas glorias de la cultura y la contracultura, todos nos morimos un poco también. Nos aferramos a un puñado de vinilos polvorientos, a eso y a los recuerdos de tantas canciones, de tantos conciertos, de tantas cogorzas y aventuras juveniles. Los mejores solos para la historia, los riffs más virtuosos e imposibles, los gloriosos bendings y estridentes slides han sido destilados por las guitarras eléctricas de ambos genios, unas guitarras hoy en vías de extinción por culpa de los estúpidos cacharros informáticos tan manidos por el insufrible reguetón contemporáneo. Jorge y Robe no hacían rock, eran el rock hecho carne. La fuerza creativa del ser humano frente al mercado de la inteligencia artificial; la guitarra eléctrica como verdad frente a la mentira de la caja de ritmos y el Auto-Tune.

Jorge “Ilegal” fue el Iggy Pop español, qué demonios, fue todavía mejor que La Iguana de Michigan. Provocación y macarrismo, corrosivo sentido del humor, punk descreído y buenas dosis de sarcasmo a golpe de cubata. “Hay un tipo dentro del espejo que me mira con cara de conejo”; “Soy un macarra, soy un hortera, voy a toda hostia por la carretera”, cantaba con esa voz cruda y desafiante que era como un escupitajo en la cara misma del sistema. El rock como forma de confrontación y denuncia social; el rock como arma de transformación social. Ahí radicaba la clave del éxito del salvaje, inadaptado, insurrecto y outsider Jorge que provocaba urticaria a la derechona, a los ricos, a los curas y al Ejército. Su música era justamente ilegal, música que hacía tambalear los cimientos del orden establecido, música contra los poderes fácticos establecidos. Si hubiesen podido, lo habrían metido en la cárcel por asocial, anarco y peligroso. Hoy terminaría, sin duda, querellado por Abogados Cristianos. Lo cual no ha evitado que algunos personajes de la derecha, como la alcaldesa de Gijón, Carmen Moriyón, de Foro Asturias (el partido de Francisco Álvarez-Cascos, en otra época dóberman de Aznar), se haya mostrado muy compungida con la pérdida. “Pionero por decreto como todo lo valiente; hombre culto con un talento desbordante. La música española, y con ella Gijón, pierden a una figura irremplazable; a un distinto”. Llamativo y curioso ese lado salvaje y underground de la primera edil gijonesa. El populismo es lo que tiene: hoy de misa de doce, mañana punki antisistema.

Robe, el tierno duro, el místico del amor y la libertad, de la rebeldía y la muerte, transitó entre las piezas insobornables de rock duro y la poesía del realismo sucio. Hizo bellas metáforas con el sí bemol. Hay quien dice que superó a Jimmy Page y Frank Zappa en técnica musical y en profundidad de las letras. Y son completamente merecidos esos piropos de la crítica. De joven fue un melenudo proscrito con pinta de yonqui al que no dejaban entrar en los salones de la cultura; a la vejez lo han elevado a los altares. En sus buenos tiempos con Extremoduro, sus discos eran prohibidos en los circuitos oficiales y en según qué ayuntamientos se vetaban sus conciertos. Los mismos que antaño lo consideraban un demonio corruptor de la sociedad le dieron medallas en su ocaso existencial. Para la historia quedará Extremaydura, todo un antihimno que critica la injusticia y el abandono de aquella hermosa tierra. “Hizo el mundo en siete días, Extremaydura al octavo, a ver qué coño salía, y ese día no había giñado. Cago en dios en Cáceres y en Badajoz”. Toma, María Guardiola, bonita, mételo en tu programa político reformista. La meliflua musa de la derecha candidata a la Presidencia de Extremadura se ha puesto en plan cultureta progre tras la muerte del cantante (se conoce que estamos en campaña electoral y es lo que toca para no perder votos). “Se va la voz de mi generación y de mi tierra. Se va un poeta. La rebeldía y el talento de Extremadura. (…) Descanse en paz”. ¿Acaso no sabe que el bueno de Robe se posicionó abiertamente contra Vox, el partido ultra que la sostiene a ella en el poder? Hace falta ser cursi.

“Me cuesta mucho trabajo entender a cierta gente. Que surja un partido así a estas alturas me sorprendió, pero me sorprende aún más que siga ganando votos”, denunció Iniesta a propósito del auge de la extrema derecha a la que se aferra el Partido Popular para seguir en la poltrona. En ese intento vergonzante por apoderarse del legado de lo mejor de la música del pueblo (un granero de votantes como otro cualquiera), Feijóo ha dicho sobre Robe Iniesta: “Su voz marcó generaciones enteras y su música nos deja una huella imborrable”. Al gallego solo le ha faltado ponerse una peluca de heavy, un tatuaje en el brazo, y posar con el torso desnudo mientras hace añicos una guitarra a golpes contra el suelo. Patético.

Quienes venimos de aquellos años prodigiosos, quienes somos supervivientes de aquella época fantástica, los fabulosos ochenta, lloramos sinceramente la desaparición de estos dos monstruos de la música, de estos dos ídolos, de dos de los nuestros. Las lágrimas de cocodrilo las dejamos para otros.

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