La reina Letizia volvió a desempeñar ayer, durante la celebración del funeral de Estado en memoria de las víctimas de la dana de Valencia, el papel de madre perfecta capaz de dar consuelo a los hijos sumidos en la tragedia y la desesperación. Y lo hizo de diez, como nadie, a la perfección. Mientras al rey Felipe se le seguía viendo algo más cortado, encorsetado, protocolario y tímido (sin quitarle mérito), ella se entregó al cien por cien dándolo todo. Fue convicente, empática, abrazó y reconfortó con calidez a los familiares de las víctimas. Estuvo con ellas durante largo tiempo, les prestó todo el consuelo del mundo, todo el que puede ser capaz de dar la representante de la más alta institución del Estado. Se fundió con el dolor de los valencianos. Y todo pareció de lo más auténtico y real.
Lo que pasó ayer en la Ciudad de las Ciencias de Valencia, un castillo futurista bajo la lluvia de la tristeza, fue todo un cuento gótico al más puro estilo de los Hermanos Grimm. El malvado villano Mazón escondido entre la gente, empequeñecido, trémulo y asustado por los gritos de “cobarde y rata”, frente a la reina digna, imperial y amada por el pueblo. Fue una nueva historia exitosa, un auténtico blockbuster filmado por Superproducciones Zarzuela, y todo eso ocurrió el mismo día en que se daba a conocer la polémica entrevista del rey emérito con los periodistas de Le Figaro para hablar de su libro de memorias: Reconciliación, un denso repaso por la trayectoria del monarca de la Transición, pero también una serie de confesiones personales sobre su familia, entre las que no podían faltar, por supuesto, impresiones íntimas sobre su mala relación con la esposa del hijo.
Que la reina Letizia y el rey emérito no se llevan desde hace ya mucho tiempo es un secreto a voces que ahora ha quedado patente, en negro sobre blanco, en el libro que promete ser el best seller del año. Ambos mantienen una relación tensa y distante marcada por desacuerdos personales y reproches públicos que han salido a la luz en algunas ocasiones puntuales. Juan Carlos culpa a Letizia de su aislamiento familiar y de su exilio en Abu Dabi. Y ella no le perdona sus devaneos de jovenzuelo inmaduro, sus escándalos de faldas y sus cuitas con Hacienda. La nefasta imagen que ha dado de la institución, que en los últimos años parecía más la decadente Corte de Fernando VII que una casa real moderna, democrática y transparente propia del siglo XXI.
En Reconciliación, que se publicará el próximo 5 de noviembre, el rey emérito admite un “desacuerdo personal” con Letizia, reconociendo que nunca hubo afinidad. Además, se queja de que ella “cortó todos los puentes” y que lo mantiene alejado de sus nietas, Leonor y Sofía. Sigue pensando que ha sido “una mala princesa y una buena reina”. Ahí hay mucho rencor.
Sin duda, el distanciamiento entre ambos ha afectado a la cohesión de la familia real. Tanto que han estallado fuertes discusiones entre padre e hijo a cuenta de esa mujer plebeya, divorciada y con cierto aire a peligroso republicanismo que llegó para poner patas arriba el estilo de vida borbónico. Lejos de mantener una posición neutra en esta batalla a muerte entre dos de los grandes personajes de la historia contemporánea de este país, Felipe VI ha tomado partido por su esposa. Y la consecuencia fue el exilio del rey abdicado en Abu Dabi, donde solo le queda la compañía de un loro de cresta rojigualda, su mejor amigo y confidente, como en las historias de piratas.
Por momentos, da la sensación de que el libro del emérito no reconcilia demasiado, ni con los españoles, ni con los más allegados. Reconciliar, lo que se dice reconciliar, reconcilia poco. Más bien busca ajustar cuentas con el pasado, que no es lo mismo. Reescribir la historia tratando de suavizar polémicas. Pero también vomitar lo que lleva dentro el primero de los borbones contra todo aquel que, según él, no le ha tratado como debiera. Y en esa lista negra está ella, la innombrable, Letizia.
Si la relación entre la reina y la emérita Sofía no es precisamente cordial, la que existe entre nuera y suegro es todavía peor. Estas memorias borbónicas vienen a confirmar años de rumores sobre el distanciamiento, la ruptura emocional y política, las consecuencias negativas para la monarquía y para el país. Todo lo que destila Reconciliación desprende cierto aroma a rencilla y a reyerta familiar. “Tengo la sensación de que me están robando la historia de mi vida”, llega a decir Juan Carlos I, que recuerda que se sacrificó por Felipe VI al exiliarse. Hoy la relación padre/hijo está completamente rota, marcada por “el silencio de la incomprensión y el dolor”. “Mi hijo me dio la espalda por deber… Entiendo que, como rey, debe mantener una postura pública firme, pero sufrí por su insensibilidad (...) Su llegada [la de Letizia a palacio] no contribuyó a la cohesión de nuestras relaciones familiares”, insiste el autor. Y entonces se vuelca en elogios a sus nietas y a la reina “Sofi”, a la que dice admirar por su profesionalidad pese a tantos desplantes y tanto cuerno. Es entonces cuando el emérito hace balance de su vida con cierto espíritu autocrítico, como cuando reconoce haber “decepcionado” a la familia por haber caído en sus debilidades mundanas (véase Corinna) y en las redes de amigos dañinos. La camarilla borbónica que tanto daño hizo en la historia de España, en fin. En cuanto a la pasta, los millones de las monarquías árabes, el emérito pasa como de puntillas. “Un generoso regalo del difunto rey Abdalá, un hermano (…) que no podía rechazar; un grave error”. Y se justifica en que trincó el dinero para “garantizar su jubilación”. Una explicación algo chusca, por cierto.
Reconciliación seguirá dando que hablar, sobre todo en Navidad, fecha de desavenencias y rupturas familiares. Uno cree que, visto lo visto, atendiendo a cómo de desestructurada está esa familia, el título del libro está mal elegido. Desunión hubiese sido bastante más acertado.