Del diputado José María Figaredo se cuenta que es nieto de José María Figaredo Sela, uno de los principales empresarios de la minería asturiana que allá por la Transición fue víctima de un secuestro durante más de nueve horas. Corría el año 1978 cuando algunos trabajadores del pozo San Inocencio, a quienes adeudaba el pago de dos nóminas, decidieron encerrarlo en la mina por mal pagador. Poca broma con los mineros y sus familias cuando tienen hambre o se sienten estafados.
José María Figaredo, con su aire de pijo Harvard (viene de colegio de curas, de colegio mayor y de estudios en el extranjero) negó ayer la ciudadanía española a 2,5 millones de compatriotas nacidos fuera del territorio nacional tras sugerir que los inmigrantes amenazan el Estado del bienestar solo porque son pobres. Un ramalazo de racismo más, otra palada de xenofobia para remover el odio al diferente en la sociedad española. El muchacho cree que la inmigración va a generar una quiebra de las arcas del Estado, un bulo como una plaza de toros (en Vox son especialistas en fabricar trolas), ya que es justamente al contrario: el trabajador inmigrante que cotiza en España contribuye con sus cotizaciones e impuestos al sostenimiento de los servicios públicos y las pensiones. Pero José Mari es así, un fabulador ducho en el arte de inventarse datos, estadísticas y patrañas para embaucar al ingenuo votante.
Abogado de almidonada camisa de cuello duro, perfumado cachorro de la nueva camada trumpista, gijonés de nacimiento (ya nos fastidia que venga de aquella querida tierra de obreros que regaron la tierra con su sangre, sudor y lágrimas en la lucha por un mundo más justo), Figaredo es sobrinísimo de Rodrigo Rato, aquel exvicepresidente del Gobierno de Aznar y dirigente del FMI a quien el Partido Popular paseó con orgullo por las cancillerías de todo el orbe hasta que acabó como acabó, o sea caído en desgracia cuando lo pillaron haciendo trilerismos y trampas con la baraja de naipes black.
Tiene aires de empollón repelente el joven Figaredo de los Figaredo de toda la vida, y en el Congreso de los Diputados, parvulario de niños adultos, acostumbra a quedar en evidencia cada vez que sube a la tribuna para soltar alguno de sus discursos de franquista viejoven. El último vodevil que se montó alrededor del personaje ocurrió hace solo unos días, cuando la portavoz de Sumar, Verónica Martínez, lo bautizó como “señor Frigodedo”, haciendo un travieso juego de palabras con su apellido, lo que provocó la risa, el despiporre y el descojoncio general. Desde ese momento sublime –que vino a sacarnos del tedio y la mediocridad que se ha instalado últimamente en el Parlamento–, en el interior de nuestros corazones el diputado Figaredo siempre será el diputado Frigodedo.
La anécdota, más allá de recordarnos el fresco y goloso sabor de aquellos helados de nuestra infancia, no fue más que eso, un episodio simpático para tomárselo a broma y relajar tensiones en medio de un ambiente de alta crispación política, un párrafo perdido en los voluminosos anales del secular parlamentarismo patrio. Sin embargo, alguno en la bancada ultra se lo tomó a mal. Ya se sabe que esta gente extremista no tiene sentido del humor y lo mete a uno en la lista negra de prefusilados o condenados al exilio por cualquier chascarrillo sin importancia. Tuvimos la oportunidad de comprobarlo ayer cuando Manuel Mariscal Zabala, un compañero de partido del señor Frigodedo (perdón, Figaredo), arremetió contra el humorista Marc Giró, presentador del programa de TVE Late Xow, por su ingenioso monólogo sobre el varón español “fornido, peludo y de piel aceitunada”. “Giró cobra 3.800 euros por programa con dinero procedente de las arcas públicas. Cuando Vox llegue a RTVE será despedido fulminantemente por reírse de los españoles”, tuiteó Mariscal. Y podemos dar fe de que así será, viendo cómo se las gasta papá Trump, el ideólogo de toda esta marea ultra de nuevo cuño que inunda el mundo como un inmenso océano de mierda. El magnate neoyorquino ha impuesto una censura férrea contra cualquiera que se atreva a criticarle (que se lo pregunten si no al cómico Jimmy Kimmel) y los aprendices de trumpitos hispanos ya sueñan con hacer lo mismo aquí con el Gran Wyoming, el bueno de Andreu, Broncano y todo rojo peligroso que se atreva a sacar los pies del tiesto de su pacata moral patriótica nacionalcatolicista.
Actores izquierdistas, menas, okupas y feminazis se han convertido en una obsesión para los políticos de Vox. Los enemigos de España. Y ese odio, esa realidad paralela tan falsa como siniestra, está calando en una parte de la sociedad española. Las encuestas revelan que la extrema derecha no para de subir como la espuma, sobre todo entre los más jóvenes, lo cual viene a demostrar el fracaso de un sistema educativo que viene haciendo aguas desde hace décadas. A Vox lo ha blanqueado un Feijóo errático y desnortado en la estrategia. Parecer más ultra, como pretende el líder gallego, no está dándole el resultado esperado a los prebostes de Génova, ya que no hay retorno ni trasvase de votos al Partido Popular. Para colmo de males, Tellado ha tenido la brillante de idea de fichar a Espinosa de los Monteros, uno de los defenestrados de Vox. Nada queda ya de la supuesta derecha moderada. La voxización del PP es un hecho contrastado por los datos.
De momento, al señor Frigodedo (uy, otra vez, qué manía, Figaredo quiero decir) ya le están dedicando memes y hasta performances y montajes en la fachada de la Catedral de Oviedo, donde han proyectado su imagen sobre su gélido mote. Sigamos haciendo el humor mientras nos dejen.