La Comunidad Valenciana permanece en fase de reconstrucción, no sólo del territorio y la infraestructura, sino de su contrato social con la política. En ese escenario, el presidente del Gobierno autonómico —con el aparente respaldo del líder nacional del partido— se convierte en símbolo de la acumulación de errores, silencios y expectativas diluidas. Mientras desde su formación se declara que “no toca ahora el relevo”, el desgaste es evidente, la credibilidad se erosiona y la pregunta permanece: ¿gobierna o espera?
La promesa de reconstrucción como coartada
Desde el primer momento, Mazón condicionó su continuidad a la gestión de la tragedia. En sus propias palabras: “He vinculado mi futuro político a la reconstrucción”. Pero la reconstrucción no ha sido un relato convincente, sino un paréntesis prolongado para una figura carente de iniciativa real.
Las investigaciones judiciales y periodísticas han revelado que la alerta de la DANA tardó en emitirse, que la coordinación fue insuficiente y que la llegada del presidente al centro de mando se demoró.
Ese cúmulo de fallos opera como corrosivo interno: no se trata ya de que las lluvias fueran excepcionales, sino de que la respuesta institucional estuvo desarticulada. Y en ese desgaste, el argumento de “la reconstrucción vendrá” no basta para reparar vidas ni recuperar confianza.
El liderazgo sin mando
Desde la sede nacional se repite: “No se moverá ficha por ahora” respecto a Mazón. Según fuentes del partido, la prioridad es evitar que un relevo precipitado desvíe la atención de la hoja de ruta nacional centrada en inmigración, vivienda y regeneración democrática. En la práctica, esa decisión lo deja en un papel de margen: ni desliza, ni arriesga, ni marca.
Mientras tanto, el respaldo público del líder nacional parece tensarse con la realidad: un dirigente autonómico con una herida política abierta. Datos recientes muestran que el rechazo social se mantiene elevado —y no solo en la oposición—. Ese limbo posiciona a Mazón como símbolo de continuidad sin articulación y a su partido como rehén de una estrategia que prefiere el statu quo antes que el proyecto.
El clima moral del territorio
La gravedad política de este caso no se reduce a disputas partidistas ni a la responsabilidad individual de un dirigente. Lo que está en juego es la confianza democrática, el pacto entre ciudadanas y poderes públicos. Cuando una catástrofe deja centenares de muertos y la administración responde con demoras, excusas o evasivas, lo que queda no es solo un expediente judicial abierto, sino una herida social difícil de suturar.
Las víctimas han expresado de forma tajante que las declaraciones de Mazón no les convencen; las asociaciones reclaman comparecencias, explicaciones, reconocimiento.
En este escenario, el sostenimiento político no es una victoria, sino un riesgo. Porque la autoridad se gana —y se pierde— en los momentos donde otros procrastinan. Y en Valencia esos momentos se vivieron.