El presidente de Brasil, Lula da Silva ha iniciado un movimiento diplomático delicado: enfriar la confrontación con Donald Trump sin legitimar los ataques a la justicia brasileña ni ceder terreno en la guerra comercial. La videoconferencia entre ambos presidentes marca un primer contacto formal tras meses de sanciones económicas y mensajes cruzados. La cordialidad del tono no oculta el fondo: Brasil reclama trato de socio, no de cliente castigado.
Un arancel del 50% que pesa más en lo político que en lo económico
Brasil exporta menos a Estados Unidos, no por falta de competitividad, sino por las decisiones unilaterales de la Casa Blanca. La imposición de aranceles adicionales del 40%, sumados al 10% estándar, ha erosionado el comercio bilateral y ha golpeado en sectores clave de la industria brasileña.
La medida, que Trump justificó como represalia por la condena de Jair Bolsonaro, ha sido entendida en Brasilia como un castigo ideológico, no comercial. El hecho de que Washington haya revocado visados a jueces del Supremo Tribunal Federal —en plena instrucción por intento de golpe de Estado— coloca el asunto en un plano más amplio: la defensa de la soberanía institucional frente a las injerencias extranjeras.
El superávit histórico de Estados Unidos en el comercio con Brasil —sostenido durante quince años consecutivos— desmonta el argumento de desequilibrio que suele justificar este tipo de medidas. No se trata de cifras, sino de poder. Y Lula lo sabe.
Un diálogo que no despeja la amenaza de fondo
La conversación de treinta minutos, calificada como “amistosa” por ambas partes, no modifica lo sustancial. Lula aprovechó para invitar a Trump a la COP30 en Belém y le ofreció un nuevo encuentro en la cumbre de la ASEAN. Una diplomacia que busca reequilibrar las formas tras meses de tensión, pero que no modifica las reglas impuestas por Washington.
Mientras tanto, la caída del 20,3% en las exportaciones brasileñas a EE.UU. en lo que va de 2025 compromete los planes de recuperación económica del Gobierno. Las cifras, aunque disimuladas por el alza del comercio con otras potencias regionales, confirman que el castigo arancelario está haciendo efecto.
La Casa Blanca ha delegado la interlocución futura en el secretario de Estado, Marco Rubio, figura de perfil duro y muy próximo a las tesis de la derecha hemisférica. Brasil, por su parte, mantiene al frente del diálogo a tres de sus ministros de peso: Hacienda, Exteriores y Comercio. La asimetría no es solo institucional.
Política exterior, justicia interna
Uno de los puntos más sensibles de la conversación ha sido la exigencia brasileña de que se retiren las restricciones de visado a magistrados implicados en el caso Bolsonaro. Washington justificó la medida como defensa del "estado de derecho" tras lo que consideró una persecución judicial.
Pero desde Brasilia, la lectura es otra, se trata de una injerencia directa en un proceso judicial que cuenta con todas las garantías procesales y que ha sido ratificado por órganos independientes. La condena a 27 años por intento de golpe de Estado al expresidente Jair Bolsonaro no ha sido cuestionada en instancias internacionales.
Que Trump mantenga un discurso público de respaldo a Bolsonaro y su entorno judicializa aún más una relación bilateral ya deteriorada por la agenda proteccionista de su administración.
América Latina, nueva prioridad estratégica para Brasil
Mientras intenta recomponer relaciones con Estados Unidos, Brasil ha reactivado su estrategia de diversificación comercial en el continente. El acercamiento a México, Canadá y otras economías sudamericanas busca compensar los efectos de la guerra arancelaria y blindar el acceso a mercados alternativos.
El Gobierno de Lula insiste en una visión multipolar del comercio internacional, lejos del eje tradicional marcado por Estados Unidos y Europa. En esa lógica se entiende también la participación activa de Brasil en organismos regionales y su liderazgo en foros multilaterales.
El pulso con Washington no es solo comercial, es simbólico. Y aunque la llamada entre Trump y Lula abre una vía de contacto, el desequilibrio de poder y los gestos previos de la administración republicana obligan a la cautela. El camino hacia una relación equitativa aún no está despejado.