El silencio nunca dura mucho cuando hay dolor. Ni siquiera en los funerales de Estado. En la explanada engalanada frente al Palacio de Congresos de Valencia, el aire era espeso, casi inmóvil, cargado de una mezcla de solemnidad y rabia contenida. Las cámaras de televisión enfocaban las 237 rosas que representaban a las víctimas mortales de la DANA del 29 de octubre de 2024, mientras una multitud, compuesta en su mayoría por familiares, se debatía entre el respeto, el dolor y la indignación.
Y entonces, cuando el president Carlos Mazón apareció, el duelo se rompió. “Rata”, “asesino”, “nos arruinaste la vida”, se escuchó entre los sollozos. El murmullo se convirtió en clamor. Las lágrimas en ira. No era el gesto político lo que dolía, sino la sensación de abandono. Para los que estaban allí, un año no ha bastado para que llegara la calma.
Las rosas
La periodista de RTVE Lara Siscar fue quien, con voz trémula, intentó devolver al acto su hilo conductor: la memoria. “Estamos aquí para recordar, rendir homenaje a las 237 personas que perdieron la vida en la Comunidad Valenciana, Castilla-La Mancha y Andalucía… representadas por 237 rosas”, dijo al iniciar el funeral.
A su alrededor, las primeras filas, donde se concentraba el dolor más crudo, estaban ocupadas por padres, hijos, hermanos, esposas de los fallecidos. Muchos vestían camisetas con fotografías de los fallecidos, otros sostenían retratos impresos en marcos improvisados. Eran rostros de todas las edades: niños, ancianos, parejas jóvenes. La lluvia, temida protagonista de aquella tragedia, había dado tregua; pero el cielo gris parecía acompañar el peso del recuerdo.
“Tal día como hoy hace un año, el cielo se oscureció y produjo una tragedia que nos ha marcado para siempre”, continuó Siscar. Sus palabras resonaron sobre un silencio tenso, apenas roto por los sollozos.
El duelo no acaba
Cuando Andrea Ferrari, hija de una de las víctimas, tomó la palabra, la emoción se desbordó. “Hoy hace un año que nos cambió la vida a todos…”, comenzó, con la voz quebrada. El público la escuchó en un silencio reverente. “El agua lo arrasó todo: no solo las personas que se fueron, sino también a los que nos quedamos.”
En su discurso, Andrea buscaba transformar la tragedia en un acto de resistencia. Recordó a su madre, Eva María, con una ternura que atravesó el protocolo. "Hablar de ella es hablar de luz y amor… su forma de amar es mi guía”, dijo, mientras el público asentía entre lágrimas. Su mensaje fue una súplica y una lección: “Este funeral no solo es un homenaje a los que se fueron, sino a los que seguimos aquí, caminando con heridas, pero con mirada firme. Mientras exista memoria, nunca habrá olvido.”
“El cuadro de nuestra vida se rompió”
Después habló Naiara Chuliá, que perdió a su pareja en Bétera. Su relato fue un puñetazo de realidad. “Cuando todo iba bien y nos estábamos estabilizando, un día te vas de casa y no vuelves. Si hubiera sabido que la conversación del 29 por la tarde era la última, te habría dicho tantas cosas…”.
El público lloraba abiertamente. “Llegamos y no estabas. La casa estaba helada. Los niños querían ir a buscarte… y te encontramos. Ese día mi mundo se vino abajo. El cuadro de nuestra vida se rompió en mil pedazos.”
Cada palabra era una reconstrucción íntima del dolor cotidiano: los desayunos silenciosos, los juguetes que ya nadie recoge, los mensajes sin respuesta. “Hay muchas almas rotas unidas por el dolor”, concluyó. “Pero espero que encontremos un camino para seguir adelante.”
Lágrimas de Letur
También tomó la palabra Virginia Ortiz, prima de Juan Alejandro Ortiz, un joven de 24 años arrastrado por las riadas en Letur (Albacete). Su intervención fue un tributo a la solidaridad. “En Letur tenemos que agradecer a los profesionales que removieron puertas y lodos buscando a nuestros familiares… y a los ciudadanos que se desplazaron para ayudar sin que nadie se lo pidiera.”
Virginia habló de la unidad nacida del desastre, de los vecinos que se ayudaron sin mirar credenciales ni ideologías. “No estamos solos. La paz solo es posible en sociedades de igualdad y solidaridad. El poder siempre ha sido nuestro y siempre buscaremos justicia.” Sus palabras, más que un discurso, sonaron como un manifiesto.
Felipe VI, al borde de las lágrimas
En primera fila, los Reyes de España escuchaban visiblemente afectados. Felipe VI, con gesto grave, cabizbajo, esperó su turno para hablar.
“29-O, un año después…”, comenzó, con voz pausada. Recordó la magnitud de la tragedia y la huella que dejó en el país. “Cada nombre, cada historia, cada familia, forma parte de una memoria que pertenece a todos. Ellas son la razón, el corazón y el sentido de este día.”
Su discurso evitó la política y se centró en lo humano. “Qué difícil es transformar las palabras en abrazos”, dijo, mirando a los familiares. “Pero ese abrazo, de la reina y mío, os llega lleno de cariño, recuerdo y consuelo.”
Una tierra que no olvida
Cuando concluyó el acto, muchos permanecieron inmóviles, como si moverse fuera un gesto de traición hacia quienes ya no estaban. Las 237 rosas seguían en pie, rojas sobre el blanco de la escenografía, como heridas que aún sangran.
Algunos familiares se acercaron a depositar flores propias, otros se abrazaron sin hablar.
Desde el fondo del recinto, una mujer levantó una fotografía y gritó: “No olvidéis sus nombres.” El eco de su voz, cargado de impotencia, fue quizá el resumen más fiel del día: España recordando, llorando, buscando justicia en el silencio de los que ya no pueden hablar.
Porque un año después de aquella DANA que arrasó pueblos y vidas, la herida sigue abierta. El barro se secó, las casas se reconstruyeron, las carreteras volvieron a abrirse… Pero el vacío, el de los 237 nombres que son ahora rosas, permanece.
Y aunque los políticos se turnen en los atriles y los discursos prometan consuelo, la verdad sigue flotando entre las lágrimas de los familiares: el dolor, como la lluvia, siempre vuelve.