László Krasznahorkai, otro Nobel a descubrir

El autor húngaro es premiado por su "obra visionaria y conmovedora" en un contexto distópico y apocalíptico

09 de Octubre de 2025
Actualizado a las 15:15h
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László Krasznahorkai en una imagen de archivo
László Krasznahorkai en una imagen de archivo

Me pide el jefe una reseña o crónica a vuelapluma sobre la entrega del premio Nobel de Literatura al novelista húngaro László Krasznahorkai. Y la primera sensación que me asalta es aquello de tierra trágame. Me ha caído un buen marrón. Uno no es precisamente un experto en la narrativa de Hungría (Orbanlandia) y dudo mucho que haya más de cinco entendidos en la materia en este país. Para colmo de males, rebusco en mi biblioteca, que no es pequeña precisamente, y no localizo un solo libro del galardonado, todo lo más de algún autor croata, checo o esloveno de apellidos con muchas sílabas, diéresis y apóstrofes. Pero húngaros, lo que se dice húngaros, rien de rien. Qué se le va a hacer.

Qué tiempos aquellos en los que le daban la medalla de oro, el diploma y el pastón a autores que eran como de la familia. Se anunciaba el nombre del agraciado, uno chasqueaba los dedos como diciéndose a sí mismo “¡lo sabía!” y era capaz de recitar del tirón los títulos de cuatro o cinco novelas del susodicho. Ya no. De un tiempo a esta parte, la noticia del nuevo dios de las letras nos deja con cara de póquer y con cierta desazón, la sensación de ser un pobre inculto. Se está poniendo difícil lo de informar sobre el premio Nobel de Literatura cada año. Se lo están dando a gente muy lejana a nuestro territorio sentimental literario, desconocida, exótica, y vaya por delante que no dudamos de la calidad literaria del premiado, que seguro que la tiene (aunque si le quieren dar el de la Paz a Trump, cualquier cosa puede pasar ya en la Academia sueca). Sé por otros compañeros de la sección de Cultura que muchos de ellos sudan tinta para escribir el artículo de marras sobre el Nobel de turno, ya sea chino, filipino o hindú. Alguno me ha confesado que tira de Wikipedia sin pudor; otros que, temblorosos y mirando a su alrededor para que nadie les vea, recurren a la Inteligencia Artificial (al robotito ya se lo consultamos todo, hasta qué pastilla es buena para la úlcera, saltándonos la visita con el médico, que la Sanidad pública está como para no fiarse de ella con tanto liberal privatizador) y hay quien directamente claudica o dimite y le pasa el muerto de la crónica a otro, generalmente un becario. Por mi parte ya digo que no he leído nada del tal László Kras… na… hor… ji… yo qué sé, para qué vamos a engañarnos y para qué vamos a engañar al lector, así que disculpen ustedes mi ignorancia en la materia. No obstante, vamos a intentar cerrar esta columna con la mayor dignidad posible. Suerte, al toro y que sea lo que Dios quiera, como dijo Manolete.

Concluye el jurado que le dan el premio por una obra “visionaria y conmovedora que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”. Y “por su capacidad de transformar el horror existencial en arte duradero”. Ya solo por ese bello análisis dan ganas de leerlo. Añade TVE (uno ya solo ve TVE, último reducto de ilustración y cultura de la buena) que Krasznahorkai (mira, me ha salido el nombrecito de una sola vez) nació en 1954 y es conocido por sus novelas distópicas con cierto sabor a decadencia. Y cita la presentadora novelas como Tango satánico, La melancolía de la resistencia y otras que ha llevado al cine el también húngaro Béla Tarr (a este sí lo conocemos, poco, pero lo conocemos).

Atando cabos, y tirando de sentido común, podríamos decir que estamos ante otro autor de esa generación marcada por la Guerra Fría y el comunismo. No hace falta ser Harold Bloom, el célebre crítico literario, para entender que los escritores que vivieron aquel momento histórico dramático rezuman en sus novelas un ambiente opresivo, melancólico y apocalíptico. Otros supervivientes del Este como Milan Kundera y Herta Müller ya pasaron por el trago de la falta de libertades en los regímenes bolcheviques. El primero a causa de la dictadura checa, la segunda por la represión rumana de los Ceausescu. Todos ellos exploraron el sufrimiento humano, la resistencia espiritual y la búsqueda de un sentido a la vida en un mundo caótico y enloquecido. La insoportable levedad del ser, un suponer. En cuanto al estilo, el jurado ha valorado su prosa profunda y filosófica, desafiante, que va contra las convenciones narrativas tradicionales. Sus frases largas, densas y envolventes. Eso está bien. Empezábamos a estar un poco hartos del estilo Bukowski, tuitero, o sea la escritura en corto de esas novelas que parecen telegramas con sus diálogos desnudos y fríos desprovistos de adjetivos del tipo “estoy bien mamá, llego mañana”.

Llegados a este punto, y ya con la mitad de la crónica escrita (menos mal, he conseguido llegar hasta el final, habrá paga a final de mes) conviene preguntarse qué opina Krasznahorkai de la dictadura ultraderechista instaurada en su país de la mano de Viktor Orbán. Hasta entonces, nos reservamos el comentario. En fin, que salgo corriendo a la librería más próxima para ponerme al día con el húngaro. Y otro año más que no se lo dan a Murakami.

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